LA MISMA VÍA

Por la calle empedrada y solitaria un hombre camina apresurado.

Detrás de una ventana, una mujer que casi llega a los cuarenta, descorre la cortina, se anuda la bata y limpia con el puño el vidrio empañado; los ojos, como ciruelas de luto, ubican al hombre y lo alcanzan.; él gira, levanta un brazo y la saluda; recuerda el rostro de la mujer y lo retiene.

Llega a la estación, observa el reloj grande y redondo, en pocos minutos, partirá en el último tren del día con destino a París.

Acompañado por el traqueteo, somnoliento, el hombre piensa en su trabajo, en sus hijos, en todo lo que calló esa tarde y en todo lo que prometió. Decidido, abre el maletín, saca un block y escribe una carta que nunca llegará a enviar.

 

II

La mujer,da cuerda a su corazón arrítmico; lo coloca nuevamente en su lugar. La tarde ha sido helada y caliente de besos. Recuerda lo que ocultó y las promesas que escuchó; seca una lágrima traviesa, arregla la cama, perfuma la habitación, se baña, y armoniza el caos de su cabellera roja. Se mira en el gran espejo, y sobre esa palidez que la desnuda, extiende el maquillaje cubriendo las ojeras.

Lasperlas se destacan sobre el vestido gris. Recoge el cabello; su apariencia es sobria, ligeramente melancólica.

Más tarde, sobre un papel de seda con membrete escribe unas líneas. Luego camina por la casa, mira las alfombras… las arañas de cristal, la boisserie, las porcelanas.

Se acerca otra vez a la ventana. La noche se ha instalado, gorda y pesada de nieve. Nadie en la calle. La ciudad enmudeció.

 

III

Cuando en París la tarde se apaga, una pareja sale de un hotel. Toman un taxi; en la estación de trenes se separan.

 

IV

La mujer de cabellos de fuego escucha ruidos en la escalera, reconoce los pasos. Mira el reloj grande y redondo; destruye la carta, se alinea el peinado, repasa su papel, instalado, grabado en la memoria de lo cotidiano.

La llave gira en la puerta. El marido regresa de París.

Cuando se ven, articulan palabras de cordial saludo. Él entrega las flores, ella sonríe, las coloca con gracia en el florero.

Como todos los viernes, la cena está servida; es el plato preferido del marido.

Sólo el ruido de cubiertos sobre la loza, luego el postre… el café.

Por un instante los ojos se encuentran. Ella sostiene la mirada.

Por la espalda se han clavado cuchillos…

que ya no matan

que ya no hieren…

ni duelen.