LEANDRO se echó ligeramente
hacia atrás en la silla y dejó que el cigarrillo se
consumiera por unos instantes entre sus dedos inmóviles.
Miró cómo el humo se entrelazaba al elevarse tan
caprichosamente, como la indolencia que reinaba en aquella
mesa del café "Florida".
-No se vé un alma en la calle
-acotó Florentino.
Los otros dos asintieron con
un ligero movimiento del mentón. El tiempo languidecía en la
'Soledad de la siesta y en la penumbra del café. Guillermo,
el tercero de los ocupantes de la mesa, bostezó
despreocupadamente.
-¿Cómo era que se llamaba esa
tía tuya? -preguntó de repente Leandro, aportando una ligera
animación al grupo -¿Cuál, che? -interrogó a su vez
Florentino.
-Esa, medio "santulona" ...
-Euduviges.
-¡Euduviges...! ¡Mirá que le
tuvieron bronca los viejos para ponerle ese nombre!
-Antes se usaba -protestó el
aludido, encogiéndose de hombros.
-¿Solterita, no?
-Soltera, efectivamente.
-También, ¡con ese nombre!
-Leandro se sintió reanimado al haber encontrado tema de
conversación- Los candidatos tienen que haberle disparado
cuando se enteraban.
-Sin embargo, fue una
magnífica mujer.
-No te ofendás, viejo. Si eso
no te la discuto.
-Como vos estás "cargando"…“y
la pobre ya murió.
-¿Murió? -preguntó Guillermo,
a los fines de intervenir en el diálogo.
-El año pasado.
-Vos me contaste algo de la
historia esa, de que la había matado Namuncurá.
-Bueno, algo de eso hubo...
-Contalo, que acá Guillermo no
conoce el asunto -Leandro se volvió al aludido-¡Escuchá
bien, que esto es grandioso!
El mozo trajo otros tres
lisos, quedándose en las cercanías para escuchar el relato.
Disimuladamente pasó el paño rejilla sobre el mármol de las
mesas vecinas.
-Verán ustedes... -dijo
Florentino, haciéndose el pulcro- ... mi tía Euduviges...
-¡Con ese nombre! -y Leandro
no pudo contener una carcajada.
-¡Bueno, si no dejás de
burlarte, me quedo callado y listo! -exclamó enojado,
sabiendo de antemano que igual iba a contar la historia.
-No, está bien. Seguí.
-Ella tenía una pieza en la
casona donde vivíamos con los viejos. En esa pieza había de
todo: lámparas del año de "ñaupa", mates, chucherías de toda
clase y qué sé yo cuantas cosas más. Lo más importante de
todo lo guardaba en el primer cajón de una gran cómoda de
roble: cartas de amor, medallas, estampitas de todos los
santos habidos y por haber, monedas, naipes para adivinar la
suerte, para jugar al "chinchón" y a la "escoba".
-Era el cofre del tesoro de
ella… -añadió sabiondo Guillermo.
-Algo así. Resulta que una
noche se largó una tormenta feroz y para empezar se cortó la
luz. Nosotros estábamos cenando en la cocina cuando se
produjo el apagón. Mi tía le tenía pánico a las tormentas,
pero con todo se levantó y a tientas fue a buscar la
estampita con la imagen de Ceferino Namuncurá que, según
ella la protegería en la oportunidad. Volvió al rato, a los
tropezones, pero con la estampita pegada sobre el pecho y
rezando en voz alta. A la luz de las velas, asustaba verla
así.
Florentino hizo un alto para
tomar un trago de cerveza, en lo que fue imitado por Leandro
y Guillermo. El mozo limpiaba ahora las sillas para no
perderse el desenlace.
-¿Y…?
-Bueno, al rato no más se
volvieron a encender las luces, con la alegría de todos, en
especial de la tía, que exclamó contante que Ceferino
Namuncurá la había protegido y, en eso, cuando ella se
disponía a besar nuevamente la estampita lanzó un grito que
nos asustó más que todas las tormentas juntas, se puso
pálida y cayó seca, de un ataque al corazón.
-¡Se había equivocado de
estampita! –intervino el mozo.
Los tres se dieron vuelta y
el hombre enrojecido hasta las orejas solo atinó a un…
-Disculpen...
Florentino retomó la palabra,
satisfecho del suspenso provocado.
-No muchachos ustedes nunca
adivinarán. Lo que pasó fue que la pobre Euduviges, que en
paz descanse, le había estado rezando al as de copas….
(*)
Voz de Roberto Romani para "Antología
de Humor Enterrriano". Compilacion de Eugenia Faué. Programa
Identidad Entrerriana. Gualeguaychú. 2009
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