NOTA A JULIÁN BEJARANO

 

 

 

Julián Bejarano comenzó con letras de rock y continúa por la poesía. 

 

 

El valor de la intensidad

 

Nota de "El Diario" de Paraná

 

Tiene material escrito para cinco libros de poesías, pero recién este año se resolvió a publicar A Eda, por su dulzura. Julián Bejarano comenzó por las canciones y decantó en la poesía. Pasó tres meses trabajando en Buenos Aires para conocer los circuitos literarios y algunos poetas de referencia. En la actualidad, con 25 años, trabaja en una estación de servicios y en los ratos libres concibe sus nuevos versos con la intensidad de quien sabe arrancarle alegrías a los minutos y sentidos a las palabras.

 

Primero fueron canciones, las escribía para ir confeccionando el repertorio de una banda de rock que armaría con un primo. Las letras tuvieron su música pero un destino de ensayo sin estreno. Después llegó la poesía o, mejor, la lecura de poetas: Rimbaud, Artaud, los españoles de la generación del 27. Julián Bejarano pensó entonces que además de leer y ensayar algunos versos podía estudiar un poco más sobre el asunto y se anotó en la carrera de Literatura. “Quería conocer gente de mi generación que escribiera y no encontré a muchos, pero la conocí a Claudia Rosa”, dice ahora con su libro de poesía ahí, sobre la mesa. 

La docente leyó en una clase a Fernando Pesoa, pero también a Washington Cucurto y a Gambarota. “Fue un flash para mí, yo no sabía que se podía escribir así poesía”, sostiene Julián y trata de explicar su sensación, su sorpresa “de foma tan antiliteraria”, dice finalmente. 


En las clases nocturnas de Rosa, Julián Bejarano descubrió otros autores que consumieron su interés casi por completo durante varios meses. Uno de ellos fue el entrerriano Arnaldo Calveyra, otro el poeta Daniel Durán, que algún tiempo después pasó a ser algo así como un maestro para Bejarano. 


A finales de 2005, con 22 años, se fue a Buenos Aires a buscar trabajo y recorrer los circuitos literarios y los recitales de poesía. Se instaló en una habitación en Mataderos, trabajó en un puesto de diarios y revistas, también en un quiosco y compró todos los libros que pudo durante su estadía. 


“Yo nací en Buenos Aires, mis padres son de acá, pero en los 70 estuvieron trabajando allá, entonces quedaba una familia amiga en Mataderos y fui a parar allá. Laburaba en el centro, de ahí me iba a las liberarías, a los recitales de poesía, conocí a casi todos los poetas que quería conocer. Después ya me vine”. De regreso en Paraná consiguió trabajo en una estación de servicios y en los ratos libres se dedicó intensivamente a la poesía hasta concebir la cantidad de versos necesaria para publicar, al menos, cinco libros. 
“Conocí a los chicos de Editorial de la Intemperie en un recital de poesía, ellos habían leído algo mío y me pidieron material. Así surgió este libro”, recuerda. 

EN EL TIEMPO. Julián Bejarano ya se percibe distante y distinto al poeta que publicó A Eda, por su dulzura. “Ese libro es viejo para mí, a pesar de que tengo muy poco tiempo para dedicarme a la literatura, cuando me siento a escribir genero bastante material. En el transcurso de dos años habré escrito cinco libros”, calcula.
“Ese material no tiene mucho que ver con lo que estoy haciendo ahora, a pesar de que lo escribí el año pasado. Es como un experimento. Yo en Buenos Aires escribí un diario y cuando lo mostré no le gustó a nadie. Era un libro de prosa y a pesar de lo que me dijeron, había frases que me gustaban, entonces empecé a recopilar frases y armar los poemas como en un juego, metía frases y las imágenes que más me gustaban del libro anterior. Si lees los poemas no tienen relación entre verso y verso”, detalla el poeta. 

CON CALVEYRA. “Fue como si lo hubiera visto a Borges”, define Bejarano cuando refiere a su encuentro con el escritor entrerriano Arnaldo Calveyra, autor de La cama de Aurelia, Iguana Iguana, Cartas para que la alegría. 
“Lo conocí el año pasado, en septiembre. Me avisó Claudia Rosa que estaba en Paraná y me invitó a una cena con él. Fui y le leía algunas poesías. Le gustaron, me alentó, me firmó los libros”. 
Dice que no tiene apuro por publicar otra vez, en rigor sostiene que “no estoy pendiente de eso”. En tanto, sigue pergeñado sus versos ahora en compañía de algunos poetas norteamericanos desde la mesa de luz y apuesta a la intensidad de su vínculo con la escritura para aprovechar los ratos libres que le deja el trabajo y crear en ese instante la mejor porción de sus horas.


Vamos con esos verdes

Alguien ve en mi gestos anteriores, quizás hasta 
mi abuelo. Estoy que levanto esta mano, pero mejor
al bolsillo. Un río, un río y una ciudad, un río, 
una ciudad y una calle. El auto avanza, en la oscuridad
azul con los faros encendidos. Todos nos ponemos 
contentos, el motor se detiene, alguien prende un
cigarrillo en el encierro. Una joven vestida de rojo
no hay que pedir permiso para morir. 
Paramos el párrafo, entre palabra y palabra y ...
Cuando llueva pensaré que ya estuve aquí pensando antes. 
Parece que la canción sale desde el interior de esa casa. 
El conductor baja suavemente la ventanilla, para arrojar
a través del aire, la primer bocanada. No alcancé a ver
pero deduzco, por el estallido pequeño de luz, que también
arrojó la ceniza sobre el asfalto. La luna estaba húmeda. 
¿cuánto menos se ve de cerca?, ¿la distancia?