ESCENAS DEL DELITO AMERICANO, LIBRO DEL INDIO SOLARI

 

Transcribimos el Prólogo la novela gráfica escrita por el Indio Solari e ilustrada por el artista gráfico "Serafin" aparecida en setiembre de este año y editada por Sudamericana.

Texto tomado de http://www.megustaleer.com.ar

Existe (¿existe?) un libro llamado El delito americano. Viene escribiéndose desde tiempos inmemoriales y se rumorea que su final no ha sido, todavía, puesto en palabras. Aun así, bastó con  que  fragmentos de  ese  tapiz  circulasen por las catacumbas para que el libro adquiriese dimensiones míticas. Es fácil entender por que. Con hincarle el diente a unos pocos párrafos se comprende que a) no se parece a nada que haya sido escrito aquí, y b) perturba profundamente.

Su narración se transmite en una frecuencia distinta de la de las ficciones que solemos hojear. De observar una lógica, abraza aquella de la alucinación; y su estructura es fragmentaria o incluso —por qué no— fractal. Este deliberado escape de la linealidad trae a la mente un consejo del Viejo Tío Bill (Burroughs): leer sus viñetas en cualquier orden no solo es posible, sino recomendable. O para ponerlo en los términos que propugnaba otro viejo eterno, Macedonio Fernández: “Al lector salteado me acojo”.

Una vez que se zambulle en la narración (El delito americano no es jarrón para el escaparate del bazar académico, sino literatura full contact), el Lector descubre que está visitando en simultáneo pasado, presente y futuro. A la vez lo asalta una sospecha epifánica: la sensación de estar cerca de una revelación que no entendemos del todo pero nos reasegura, por el simple hecho de saberla allí.

Pero el libro que el Lector tiene ahora entre sus manos no es ese libro. Esta edición reproduce tan solo una zona de la narración original, iluminada —el término es preciso— por las artes  visuales  de  Serafín. Y  cuenta la  llegada  del

Peregrino a la casa de salud dirigida por un tal Semasendhi, en el Balneario de Doctor Belmes que existió en nuestra costa antes de que fuese devorada por la frivolidad.

La clínica incluye una instalación subterránea donde Semasendhi hospeda (¿hospeda?) a un grupo de freaks notables de los primeros años 70, entre los que se encuentran Tariq Ali, Jerry Rubin y Abbie Hoffman. La idea es que Semasendhi ayude a esos freaks a recuperarse del precio que el combate contra el sistema se ha cobrado sobre sus cuerpos y psiquis. Por supuesto, existen sospechas acerca de las verdaderas intenciones del doctor: no está claro si trabaja en beneficio de la Nueva Izquierda o le debe algo a esos neonazis con los que suele conversar lejos de oídos indiscretos. Lo indiscutible es que parte del “tratamiento” que brinda a sus huéspedes consiste en someterlos a la Mental Grammar Sphere, una cámara de deprivación sensorial (¿alguien recuerda Estados alterados, de Ken Russell?) que permite a los operarios de la clínica registrar los sueños de los navegantes.

Lo que deslumbra a Semasendhi es el hecho de que, una vez flotando en esa oscuridad salina, los freaks no sueñen cosas distintas, sino exactamente lo mismo: visiones de un futuro muy próximo en el cual el imperio dominante cedió poder ante otros feudos. Además de Rusia, participan de ese juego mortal tanto México —cuyo líder es conocido como Isaac el Loco— como una China convertida al cristianismo por obra de un sacerdote aficionado a la lisergia. Acá en el sur, Argentina, Chile y Uruguay consiguen mantenerse apartadas del caos; mientras tanto, en el norte, Manhattan brilla como último bastión de la resistencia de la Nueva Roma.

El relato de estas visiones no nos ahorra incertidumbres. Simplemente lanza al Lector en medio de la acción, como náufrago que estrella su nave en un planeta desconocido. Aquí no existe la voz en off que en un documental lo explica todo, ni guía turístico que pasteurice el viaje mientras nos protege. Una vez arrojados a ese futuro hay que moverse rápido y estar atento, si es que se pretende sobrevivir. Cada personaje que aparece, cada rasgo de una tecnología ajena (y aquí hay mucho híbrido monstruoso entre lo biológico y la chatarra que lo cubre todo), obligan a responderse pronto la pregunta del millón: ¿amigo, enemigo o...?

Los Lectores dados a preservarse de la intensidad de la experiencia acudirán a otras obras, en pos de parangones y paragolpes. A ellos les servirá rastrear ecos del El almuerzo desnudo de William Burroughs o de la ucronía que Philip K. Dick creó para El hombre en el castillo.Otros listarán las influencias del cómic en la sensibilidad del Autor, tal como Serafín las ha vertido en estas páginas. (Quien recuerde la revista Metal Hurlant o especí- ficamente piense en Moebius, Bilal y el RanXerox de Liberatore, no estará descaminado.) Los cinéfilos creerán ver un mix entre el Tarkovski de La zona y el Coppola de Apocalypse Now. Y los más osados creerán leer una versión cyberpunk de Los siete locos, un Eternauta que no cuenta una invasión alienígena sino el suicidio masivo de una especie o, incluso, una Historia alternativa de la Argentina contemporánea: 1970-20... Por cualquiera de esos senderos llegarán a la misma conclusión: superando la angustia de las influencias, el Autor puso el pie en la puerta del mundo literario con un estilo personalísimo y una visión única —o sea, demostrando ser un escritor de verdad.

(Cosa que ya habían anticipado, aunque con cuentagotas, sus canciones.)

El resto se sumergirá en estas Escenas como si el libro fuese una Mental Grammar Sphere: un sitio aislado del mundo o un mundo otro, donde las pulsiones se liberan y no hay más alternativa que soñar la verdad; donde el tiempo es uno y ocurre todo a la vez; donde la Historia se mezcla con la ficción (si prefieren decir ciencia ficción, nadie los demandará) y deviene oracular de modo inquietante.

Porque el futuro (¿el futuro?) que avizora está lejos del optimismo científico e ideológico. En este sentido, El delito americano le lleva cuarenta años de ventaja a la remozada moda de las distopías... y una cabeza más de yapa, desde que no juzga su pesadilla como totalmente negativa. Claro, siempre queda a mano el recurso de pensar que se trata tan solo de una fantasía. Como dice Durrell, otro miembro del personal de la clínica: “Después de todo, el Delito Americano es una fábula”.

Pero no.

Los marginales de hoy no habitan en Sherwood sino en los basurales que anillan nuestras ciudades, y son millones.

Corren tiempos dorados para los ultras.

Si en algo acuerdo con el doctor Semasendhi, es que esto es apenas el principio.

Marcelo Figueras

Más info en; http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/escenas-del-delito-americano-la-novela-grafica-del-indio-solari

http://autoresdeconcordia.com.ar/uploads/tapa_delito_americano_indio.jpg