EL PAISAJE Y EL HOMBRE

Todo sube en la quietud levemente azulada

de esta infinita mujer de tala y sauce,

esta mujer de aquí,

asomada al cielo caído en el río

como un flor de luz.

La vida tenue se escapa,

casi transparente, por las chimeneas de las casitas, loma arriba.

¿Qué será esto inclinado al paisaje

mirador de lo verde y lo lejano?

 

Son tan tiernos el pájaro y la nube

que en un momento parecen escucharse y comprenderse,

y la vaca, como un árbol más del campo,

apenas vuelve sus ojos, comprendiendo.

 

Pienso en el hombre que tiene su raíz en esta tierra,

que alimenta su mirada hacia las lomas rojizas

y así, con sus pies nacidos en lo hondo de la hierba,

ha tenido que ponerle ruedas a su rancho.

Mientras, el campo sigue bajando hacia el atardecer

y la brisa pasa como blando cuchillo,

cortándoles el olor a los retoños.

En cada hoja ondea un oculto deseo

de abrazar la tierra y morir

para nacer nuevo

y seguir siendo joven, húmeda y brillante.

 

¡No, no! No tiene dueños la tierra verdadera:

el chisperío rojo del seibo ¿para quién florece?

O su hermano gemelo el cardenal

¿quién le ordena su canto?...

 

El río sigue llevando la tarde

y desata poco a poco su cinta roja

entre los juncos amorosos.