ALMA ADENTRO

I

Nada tenemos que buscar afuera;

Sonámbulos, marchamos al encuentro

De una remota isla de quimera

En los vastos océanos de adentro.

 

Bajo nocturnos cielos constelados

(frondas negras con astros como flores)

Irá la ensoñación de piés alados

Sobre los asfódelos interiores.

 

En esta soledad casi divina

Que con su propia beatitud e escuda,

Tu espíritu de estrella se ilumina,

Mi corazón de estatua se desnuda.

 

Y mientras de la tierra que anochece,

Nuestro amor infinito se substrae,

Seré como el ciprés que crece y crece

Porque una estrella con su imán lo atrae.

 

II

En busca de las playas fabulosas

(Eldorados o Cólquides o Thules)

partirán nuestras naves silenciosas

rumbo a los archipiélagos azules.

 

Y hasta el mismo recuerdo fatigado

llegando  tus arrobos y a los míos,

será como un albatros rezagado

sobre la estela de los dos navíos.

 

III

Guíe las almas en su absurdo viaje

la insigne diosa de los ojos claros

y nuestra arcilla vil tendrá el linaje

del propio mármol florecido en Paros.

 

Mi barro entre tus dedos sobrehumanos

asumirá sagradas palideces

y yo a mi vez decoraré mis manos

con el radiante limo que me ofreces.

 

Proyectaremos al cruzar por este

mundo de cosas trises y grotescas,

con la luz de un amor casi celeste

la sombra de dos alas gigantescas.

 

IV

Filomela en el ámbito callado

suavizará su cuita en el gorjeo

y cantará mejor porque ha velado

sobre la losa sepulcral de Orfeo.

 

El dulce canto que te alaba y nombra

toda mi vida espiritual resume,

y  te sigue mi amor como una sombra

y te envuelve mi voz como un perfume…

 

V

Pecamos por ilusos en la vida

y así la adversidad nos ha dejado

la dicha de gozar con nuestra herida

y acercarnos a Dios por el pecado.

 

Apurando la angustia sin medida

que torna los espíritus serenos,

quedaremos más solos a medida

que seamos más justos y más buenos.

 

Y en espera del alba prometida

también el corazón se hará más fuerte,

por encima del asco de la vida

y la resignación ante la muerte.

 

VI

Con la frente en mis hombros reclinada

olvidando penurias y reveses,

yo te invito a bajar alucinada

al extraño jardín de los Cipreses…

 

VII

Dáme con tu clemencia milagrosa

virgen tu sueño y tu fervor intacto,

mientras mi obscura carne dolorosa

se vuelve transparente a tu contacto.

 

¿Qué otra venganza al corazón le toca

tras el dolor del cotidiano estrago,

que ser un ala vagabunda y loca

sobre la inmunda feria de Cartago?

 

Alivio de tristezas y fatigas

será oponer, desde la oculta pena,

al trajín inferior de las hormigas

la dignidad de la cigarra helena.

 

VIII

Bajemos al Jardín de los Cipreses

en cuya soledad triste y serena,

a mi callado asombro te apareces

como una realidad ultraterrena.

 

Allí, junto a los mármoles, en una

plática del alma a alma serás mía

y con el terciopelo de la luna

te haré un blanco tocado de agonía!

 

IX

Ven a mí. En las penumbras del poniente

un gigantesco pebetero arde

y elevan su clamor largo y doliente

los almuédanos ciegos de la tarde.

 

Hipnotiza la hora solitaria

del mar interno las tremendas olas,

y nuestras almas, flores de plegaria,

abren enormemente sus corolas…

 

X

¿Adónde están las ensoñadas Thules?

¿Qué día fijó Dios para su encuentro?

¡Rumbo a los archipiélagos azules

en viaje vamos por el mar de adentro!

 

Que el sueño es un despojo de despojos,

jaramago entre mármoles derruidos?...

La absoluta verdad no es de los ojos

ni se percibe a Dios con los sentidos.

 

XI

En ser más rico el corazón se empeña

con el coro imposible que posee,

por el sexto sentido del que sueña,

por el sexto sentido del que cree.

 

Afile para siegas más copiosas

la realidad su bárbaro rasero:

hay hachas que se rinden a las rosas

y pétalos que humillan el acero…

 

Así, más que el tetrarca pavoroso

que salpicó de sangre las edades,

pudo un humilde acento quejumbroso

resonando en el mar de Tiberiades…

 

¡Oh, nuestro sueño, nuestro sueño!... Sea

su inextinguible luz la orientadora,

como vislumbre pálida que otea

y anticipa el prodigio de la aurora.

 

XII

Cuando de este tormento que nos cierra

en un dantesco círculo horroroso,

vayamos a dormir bajo la tierra

en la almohada del postrer reposo,

 

que la deshecha arcilla a ras del suelo

en renovados pétalos levante

como queriendo devolver al cielo

cuando tuvo de alado y de fragante,

 

y ese póstumo cáliz quede inmune

del trance aciago y el supremo espanto:

¡que él te resarcirá con su perfume

por la ausencia sin término del canto!