I
Clamor de rebeldías o quebrantos,
con su implacable cólera temida
le arrancan los pamperos de la Vida
a la selva sonora de mis cantos.
Cuando su cabellera desgreñada
la ramazón espesa desmorona,
vibra en ella una voz desesperada
de entraña que maldice o que perdona.
Aunque se afirma incólume en la tierra,
al sentirse batida por el viento,
suele trocar su admonición de guerra
en una imploración o en un lamento.
Y con las dolorosas vibraciones
que alargan en la noche sus gemidos,
sollozan las quebradas ramazones
por las alas, los cantos y los nidos!
II
No llora la hecatombe de sus frondas
ni su montón de pétalos caídos…
¡Cada vez sus raíces son más hondas
y están sus recios troncos más erguidos!
Magüer vengan los crudos vendavales
a turbar la quietud de sus arrobos,
encontrarán refugio los zorzales
entre sus inmutables algarrobos.
Que sus galas inútiles descuaje
del áspero huracán la mano ruda:
¡será mejor sin tropical follaje
y más deidad como deidad desnuda!
III
Así la quiero yo, triste y salvaje,
sin rastro alguno de sensual desmayo,
ostentando en sus carnes el tatuaje
con que la quiera señalar el rayo.
Selva sonora, selva estremecida:
aunque tu seno en la intemperie cruje,
bajo tu amparo la calandria anida
y el celoso jaguar se esconde y ruge.
Si para el justo, generosa y suave,
mala para el hostil tu sombra sea…
¡Si el aire te acaricia, cante el ave!
¡Ruja el jaguar si alguno te golpea!