Si entiendes de esa música sagrada
que en los astros Pitágoras oía;
si una inquietud recóndita y alada
te arranca de la tierra oscura y fría;
si escuchas con el alma arrodillada
la eterna voz del Arte y la Poesía;
si al ver pasar la turba, tu mirada
con desdén, hacia adentro se desvía;
si por ti la Belleza es anhelada
con más afán que el pan de cada día;
alma casi perfecta, alma intocada,
yo te quiero nombrar: ¡hermana mía!