Estas reflexiones fueron iniciadas hace tiempo, en un seminario sobre poesía de Rosario, que coordinaba Nicolás Rosa, intentando descubrir qué había realmente acerca de una “poesía de Rosario”. Elegí este poema donde Calgaro se construía como poeta en el diálogo conjetural con otro, el hijo –espejo y prolongación- entrañablemente marcado en el diminutivo del apellido, que es, entre nosotros, casi un patronímico.
De todas las múltiples formas de leer el poema elegí entonces y vuelvo a elegir ahora, el dibujo de dos partes desplegadas por una simetría levemente distorsionada que, en la textura poética, manifiesta una matriz interlocutiva. Esa interlocución se juega en un tiempo que es espacio: lugar de diálogo, articulado por un “después” y un “hoy” y, entre ellos, un “todo” objeto de un deseo: poseer la escucha del otro y la permanencia en esa escucha y así, la inscripción del hablar futuro sobre el silencio presente.
El desplegarse proviene de la expansión del primer verso (“Después de todo”) y es cerrado, por la conjunción y el paralelismo, en el último (“y hablar en silencio”). La primera parte del poema expande ese “después”, como futuro posible pero dubitable, construído con las anáforas de la duda (quizás, tal vez, puede ser, seguramente, quizás, algún día) y los verbos en futuro. Estos, en primera persona, proyectan un yo por hacerse, en el diálogo futuro con la segunda persona, objeto predeciblemente receptor del hablar (“intentaré explicarte”, “te hablaré”, “te pregunté”). La figura interlocutiva se reúne en el plural “tendremos”, con su doble sugerencia: la posesión y el mantener. Así, se perfila el poseer la permanencia en “una charla”. Y el calificativo “formal” insinúa entonces algo más que la convención: tal vez una charla en y por forma del poema.
El futuro se articula como dependiente de una condición que debe cumplirse en el presente: “Pero hoy, como puedas, debes escucharme”. Este verso, y los que le siguen hasta el fin de la estrofa, se introducen como corte, cuerpo separador de las partes, prolongado por la frase: “¿Lo recuerdas?” que produce un salto del futuro al presente. El nexo –“pero”- conjuntivo-disjuntivo separa y liga ese futuro del hablar entrevisto en la primera parte, respecto de este “hoy” de la escucha exigida, solicitada: “debes escucharme”. El escuchar será la condición necesaria para que la enunciación se produzca, y advenga al sujeto.
El poema, en su primera parte, dice lo que ese sujeto (tal vez) dirá: el enunciado futuro, conjeturable, de esa enunciación. Pero lo otro que también dice, al dibujar sus partes de simetría imperfecta, donde la segunda es condición de la primera, exigida en el cuerpo central de la confluencia, ese otro mensaje, es el que leo ahora en el poema: el deseo de ser escuchado, porque la escucha del otro construye la voz del yo. La exigencia, el deber, se organiza en tres términos: “escucharme”, “abrir”, “describir”, reproduciendo un movimiento parabólico: recibir, hacer entrar, expresar (hacer salir). Es el movimiento de ida y vuelta de la interlocución. Pero al estar los tres términos apareados, el movimiento parece inmovilizado en un gesto único, dibujando un espacio que el presente (“debes, “hoy”) subraya.
La primera persona (“me”) objeto del escuchar, invade con su marca de sujeto de la enunciación a las otras estructuras paralelas: “todo lo que tienes”, “el soplo”. Su doble condición, ser sujeto de la enunciación en tanto es objeto de la escucha, se les transfiere: todo lo que tienes deviene el soplo que soy yo. Pero el soplo, por aposición, es ni más ni menos que el lenguaje reencontrado (encontrado en el otro) de la verdad. Se configura una temporalidad del discurso que es el presente de la escucha como generador de un futuro del hablar. A su vez, para que el presente se construya, el yo debe inscribir en la ignorancia del otro (“aunque lo ignores”) la verdad. La sabiduría del yo, su conciencia, está signada por ese entrar en y salir de, reencontrar el lenguaje, en el otro.
Los tres términos destacados al final de verso largo (“escucharme”, “ignores”, “verdad”) trazan un mapa para la propuesta de ida y vuelta: escuchar (al sujeto), inscribirse la verdad (su hablar) sobre la ignorancia –conjetural- : el silencio.
Aislado, abrupto, en el recorte visual, se reitera “Pero”. Nuevo corte, más violento, da inicio a la segunda parte. La simetría aparente se distorsiona en la dimensión temporal . En tanto la primera parte se proyecta al futuro del hablar y la central marca el presente, imperativo del escuchar, esta segunda parte no reproduce como una sombra a la primera sino que es su contrapartida: la expansión del hoy imperativo en un presente futurizado del deseo. Repitiendo la estructura de la primera parte, se expande el “todo” del primer verso por medio de la anáfora. Pero no configura ya las modulaciones de la duda, sino que repite hasta la exasperación el verso “quiero”. En cada ocurrencia anafórica, éste se construye con un infinitivo preformativo (“prevenirte”, “prometerte”, “pedirte”) salvo en la primera: “quiero recuerdes”. Unido a otro verbo sin nexo, sin mediación, marcada la construcción respecto de las otras, esta reunión de “quiero” con “recuerdes” semantiza todo el segmento: el objeto del deseo es la permanencia en la escucha, el recuerdo, un presente instalado en el futuro.
La última estrofa retoma, desplazado icónicamente hacia el margen derecho (siguiendo por lo tanto la línea de la lectura), el “todo” del primer verso, recogiendo su expansión. La serie anafórica del querer se cierra en el último “quiero”: su significado corriente (sentir afecto) se resignifica por la acumulación de la anáfora y el paralelismo, y recupera su valor de deseo. Y el objeto, de segunda persona, se carga del sentido de objeto deseado. Nuevo valor recibe también el otro par objeto-verbo: “me das”, donde las personas gramaticales aparecen invertidas con relación al primero. Te quiero y me das, dos simples enunciados de lo cotidiano, en la textura del poema se convierten en el trazado quiasmático del juego dialógico. Icono del diálogo, quiasmo imperfecto, donde el lado mayor es siempre el que dibuja el otro: yo deseo, tú me das (porque me das), o dicho por el poeta: “Todo / porque te quiero tanto… y me das esto”. La figura se completa. “Todo” construye el “después” (el yo que advendrá), presente proyectado al futuro, deseo de hacerse en la escucha del otro. “Esto” construye la contraparte dialógica, con su dos aposiciones apareadas “estar solos”, “hablar en silencio”. Estar y hablar: permanencia del yo en la escucha: solos y en silencio: negación de la negación, cumplir el diálogo con el otro, permanecer en él, por sobre la negación del otro (solos) y del diálogo (en silencio).
La simetría se cierra (y vuelve a abrirse) con el último verso mirándose en el espejo del primero: después-hablar, de-en, todo-silencio. El silencio de hoy se niega y se recoge en el escuchar. Escuchar es la negación (oposición) y la instauración (condición) del hablar, como el tú lo es del yo. El después es la negación (salto) del hoy, pero a su vez el hoy es la condición imperativa del después. Y el sujeto, construido en la temporalidad del hoy-después y en la instancia interlocutora del escuchar-hablar, no es sino la vibrante, distorsionada, resquebrajada angustia del deseo siempre actual, siempre en acto, de la edificación de sí en el otro.
Ahora, en este nuevo hoy de la lectura, por la ausencia del poeta y amigo recuperado en la escucha del poema, encuentro que este poema prefiguraba esta escucha. Al hablar de futuro, anunciaba este instalarse en todos los otros, nosotros –sus lectores- convirtiendo en futuro absoluto ese futuro hipotético. “Después de todo” es, en definitiva, inevitablemente, después de vivir. Y aquí está, persistente en la escucha, construido por ella, su latido de poeta. Por un acto mágico, su lector deviene para siempre su otro, su espejo y su prolongación. Todos devenimos “Calgarito”, y hablemos, para siempre, con Calgaro en silencio.
( N. de la R.: El artículo “Hacerse en otro” fue publicado en: “Poesía de Rosario”. Rosario, Año 1, Nº 1, 1993. Dir. Guillermo Ibáñez.)
CALGARITO
A Juan Francisco, mi hijo
Después de todo
quizás no te deje
nada más ni nada menos
que estas ingenuas emociones.
Tal vez esta casa
que, con tu madre, rodeamos de flores
los rincones de adentro
alguna música y libros.
Quiero que, como yo, mueras en ella
pero sobre todo que vivas más
aún contra la contra de la suerte.
Tendremos, puede ser, una charla formal
seguramente intentaré explicarte
el misterio de estos dos grandes árboles
que dan sonido a tu sueño.
También te hablaré de ladrones y piratas
de dolor y de dicha
de algunas intensas alegrías
de frustraciones
de todos los que pidieron y nunca recibieron
de algunas sucias y tontas cobardías
o de vehementes tentativas
para encontrar la vida.
Quizás algún día te pregunte: Lo recuerdas?
Pero hoy, como puedas, debes escucharme
abrir de par en par
todo lo que tienes, aunque lo ignores
describir el soplo
el lenguaje reencontrado de la verdad.
Pero
por las dudas
quiero recuerdes
que tuviste un padre flaco y torpe.
Quiero prevenirte
sobre los falsos e inconsecuentes amigos
la desventura del rencor
y la falta de coherencia.
Quiero prometerte
no declinar mi lucha por la liberación
no darte nunca explicaciones tardías.
Quiero pedirte
que ames con locura.
Que recorras el camino de lo mucho a lo poco.
En fin
quiero pedirte
que frecuentes a Entre Ríos
y conozcas
sus secretos arroyos.
Todo
porque te quiero tanto
mi gran amigo
mi viejo amigo
y me das esto
de estar solos
y hablar en silencio.
(N. de la R.: este poema fue publicado en: “Poesía viva de Rosario”. Rosario, Ediciones
I.E.N., 1976. Destaco que, para una mayor comprensión del poema, el hijo de Orlando Calgaro nació en 1975.)