En principio fue el
tapizado de verde
cercado
por el descenso de las aguas
del bautismo
e íntimamente surcado
por hilos que ignoraban
su póstuma excelencia
pero igualmente
plenos
de diálogos azules.
Fue luego la fiesta
del sauce y del arroyo.
El éter de las golondrinas
para revivir, después,
en el arroz
o en las colinas
de la otra orilla.
Y revive aún
contra los avances del cemento
y “los cruces” aéreos o
subfluviales
para nutrir la vida
con un tesoro intacto.
Aire para mantener
el secreto de los montes
y las albricias del lino
que no se abandonan
como quien habita
el sitio de su origen.
Arroyo Hondo (e/ríos) - 1977