EL PAYASO ASMÁTICO

Don Villalba se asomó a la puerta y los llamó desde ahí – ¡Ramón vení para acá que estás tosiendo por favor! - Le pareció ver a dos de ellos  nomás. Se metió en la casa después de pegar otro grito. No iba a mojarse él también con la lluvia.

Ellos habían pasado toda la tarde con eso, qué les importaba la lluvia, los chicos se aventuran en los días lluviosos. Eso sí, a Ramoncito después la tos ni con dos horas de vapor se la sacan. Pero no iba a quedar como un flojito delante de la Upe.

La Upe (Guadalupe) siempre había sido la más creativa de los tres, y con su carita encendida y sus ojos azules, hacía lo que quería con los otros dos. Aunque ellos lo negaran. Aquella tarde, el pergeño de la pequeña, había inventado un nuevo y un tanto macabro juego, sacrificarían un conejo, y no cualquier conejo sino él conejo de Don Villalba.

Ramiro, gordo y fortachón, se ocupó aquella tarde de meter el tronco entre las dos sillas y de cercarlo todo con un rollo de alambrado olímpico herrumbrado que estaba en el mismo galpón donde también estaba el tronco. Era este un galpón que estaba detrás de la casa de Don Villalba, que era el abuelo de Ramoncito. A las sillas también las había llevado Ramiro. Así se conformó el escenario donde se disputaría pues, la suerte del conejo o la burla del payaso: dos sillas, un tronco entre estas dos, y tres árboles elegidos geométricamente como vértices del triángulo que trazaba el alambrado. De esta manera el animalito no tendría por donde escapar.

No fue tarea simple para Ramiro llevar el tronco desde el galpón hasta el eucaliptal. Al no ser perfectamente cilíndrico por tener dos gruesas ramas cortadas a los costados, no podía hacerlo girar. Le ató una cuerda y allá lo llevaba a la rastra por el barro, cortándose las manos y torciendo el lomo hasta la arboleda. Se sentía un buey trabajando con su fuerza bajo la lluvia, feo pobrecito él, era lo único que tenía para mostrarle a la Upe su fuerza. Granos hasta en la oreja tenía pobre el Ramiro. Ramoncito en cambio era flacucho, y a su vez orejón, y asmático y con el labio inferior levemente caído; cuando hablaba se le llenaba de saliva la boca y escupía en cada palabra. Sea como fuere, a ella, a la Upe, lindos o feos mucho no le importaba; ellos fueron ayudantes en cada uno de sus emprendimientos, sólo eso, y para eso los necesitaba.

Guadalupe impartía, decidía todo, el quedarse y el correr, la piedra y el vidrio, el fuego y el agua, todo. Aceptó esa tarde lo del tronco entre las sillas porque también ella lo había pensado, como patíbulo; y fue el gordo Ramiro quien lo había propuesto. Eso sí, al conejo lo eligió ella. Por supuesto Ramoncito tenía que entretener a su abuelo mientras ella lo sacaba de la casa. Ramoncito recordaba, mientras iba camino a la casa a buscar al conejo, lo que su abuelo siempre decía – esa mocosa hace lo que quiere con ustedes dos, los domina y les hace hacer cualquier cosa, y se burla de vos y de Ramiro, siempre dice que vos sos el payasito asmático y que él es como un conejo rechoncho, no me gusta nada esa gurisa a mi…-  Ramoncito no quería que sea justo ese conejo, por qué no otro, el abuelo tenía un criadero, y por qué tenía que mentirle a su abuelo. Esto lo inquietaba, lo ponía un poco nervioso, pero la otra podía más, tenía razón el viejo, lo dominaba. Ramoncito iba. Haría lo que sea por la Upe, y lo haría mejor que Ramiro.

A los conejos no les cae para nada en gracia la lluvia, así que el día era perfecto, llovía desde las primeras horas de la mañana y había barro por todos lados. Había que hacer llorar al conejo antes de sacrificarlo. La nena quería hacer llaveritos con las patas, para la suerte, pero antes había que hacerlo llorar, decía que los conejos lloran como bebes y quería escuchar eso.

El Rojito, el mimado del viejo, el único que tenía dentro de la casa, era un conejo muy particular, comía carne. Cuando era muy pequeño este animalito, extrañamente se había devorado gran cantidad de alimento balanceado para perros, razón por la cual, se convirtió desde entonces en un conejo que se alimenta tanto de vegetales como de carne. Según Ramoncito, gime como un cachorro y llora como un bebé, eso había que probarlo. Don Villalba, por todo esto, quería a ese conejo como si fuera un hijo, o al menos ese era el trato que el animal recibía. Y eso era muy tentador para la niña Guadalupe.

Ramoncito gritaba tirado en la cama y llamaba en auxilio a su abuelo. Ramiro luchaba todavía cinchando el tronco por el barro. Entretanto Guadalupe esperaba agachada, agazapada como una comadreja bajo la ventana del comedor, ver pasar al viejo cuando iba a socorrer a su nieto que cumplía una labor ejemplar gritando como un descocido. Allí pasó el viejo y allí fue la Upe. Contó hasta tres, abrió la ventana, apoyó sus manitos en el marco y de un solo salto estuvo en el comedor. Parecía tener almohadillas en los pies, no se escuchaban sus pasitos en el piso de madera ya que había tomado la precaución de dejar afuera las zapatillas mojadas y entrar descalza para no dejar huellas ni emitir sonido alguno. Cuando llueve el conejo no se mueve de la cocina. Había dicho muy seguro Ramoncito. A la cocina fue la nena. Allí estaba el Rojito. Dormía en una cajita de madera con aserrín justo al lado del horno, tibiecito. Hola Rojito, dijo muy suave la Upe acercándose en cuclillas y extendiéndole los bracitos. El conejo dormía profundamente, cuando despertó ya estaba apretado entre dos brazos y con el cuero del cogote retorcido. Castrado, rechoncho y mimoso, se dejó llevar, aunque desconfiado haciendo pequeños movimientos como para ver hasta qué punto lo tenían sujeto esos dos bracitos de la nena. La niña sonreía y se movía rápidamente en la cocina. Lo cubrió con un repasador que manoteó al pasar junto a la mesada y salió de la casa por la misma ventana por la que había ingresado. Afuera llovía más fino y el Rojito, envuelto como una criatura, ni se enteró del agua.

Ramoncito había metido los dedos en una trampa de ratones, fue lo primero que se le ocurrió para llamar la atención de su abuelo. Don Villalba ayudó a destrabar la trampa y se quedó con él en su habitación. La Upe ya esperaba bajo los eucaliptos la llegada de los dos. El conejo ya estaba desesperado apretado en la axila de la niña. En un eléctrico movimiento había logrado zafar la cabeza y había mordido a la pequeña en su mano. Pero enseguida llegó Ramiro acarreando el tronco, empapado en agua y en transpiración.

-Ponelo ahí ¿pesa mucho? – preguntó sonriéndose la Upe.

-Pesa si, pero no tanto – Ramiro escondía la agitación y resoplaba por la boca y sacudía el brazo derecho como haciendo gala de su esfuerzo.

-Que fuerza…!- dijo ella.

Ramiro se arremangó hasta los hombros.

-Dejame verlo –dijo por el conejo.

-No, está dormido, es igual a vos, es un conejo rechoncho, como vos gordo. Vamos a esperar a Ramoncito.

-Te sangra la mano, tené cuidado que come carne, por ahí se pone loco con la sangre.

-Vos callate, no entendés nada, está dormido.

Vos viste como llueve Ramoncito querido, le dijo el viejo. Y Ramoncito decía que no importa, que me pongo el piloto, que me están esperando y que de paso traigo hojas del eucaliptal para el vapor de la noche si es que me agarra la tos. Aparte ya está parando. 

Por la ventana podían verse las siluetas de Ramiro y Guadalupe bajo los árboles, como a cien metros. Esa mocosa hace lo que quiere con ustedes, en qué andan ahora, qué están haciendo…andá, hacé lo que quieras, pero hacelo por vos y no por la otra, pero después no me vengas con que te duele la garganta, anda, y ahí que llevas… Nada llevo. Y yo voy porque quiero contestó Ramón, a mi no me manda nadie. Mientras tanto la Upe esperaba que Ramoncito traiga lo que habían dicho, el martillo y los clavos, pero sobre todo el payasito. Ya veo que el viejo no lo deja,  con eso del asma mirá…pobre Ramoncito es como el payasito y encima asmático pobrecito…

-Es que Ramón deja que el viejo lo mande también- dijo Ramiro con aire superado.

-Vos te vas a sentar allá y Ramoncito en la otra…-   

-¿Y el payaso ese para qué lo queremos?- preguntó Ramiro.

- Porque sí, porque al viejo no le gusta que este otro salga con las cosas que él le regala, quiero  ver si se anima el tintín. Aparte vamos a colgarlo ahí para que se burle del conejo.

-Allá viene y trae algo en la mano- se exaltó Ramiro

-Bueno dale, prepara eso que se nos va a hacer de noche gordo.

-¿No querés que te ayude con el conejo? Mira como se mueve, te quiere morder, eso es porque te mordió, ese conejo es carnívoro…

-Yo puedo con este bicho, vos encargate de eso gordo, y apurate.

-Prefiero que me llamen por mi nombre.

-Bueeeno Ramirito, daale, por favor apresurate con eso ¿sí? ¿Así está mejor?

Ramoncito traía todo bajo el piloto. El martillo, los clavos y el payaso de goma.

-¡Muy bien Ramón, trajiste todo! Ves Ramiro? Eso es concentración. Ahora hay que terminar con ese alambre dale. Vos también ayudalo Ramón, antes que se nos haga más tarde.

-Sí sí Upe, tomá acá está el payaso pero no lo vamos a embarrar eh…

-No me escupas idiota, no te me acerques cuando me hablás, correte y dejalo ahí contra el árbol al muñeco ese.

Ramiro sostenía el alambre y Ramoncito, con el martillo y los clavos, lo fue sujetando a los árboles. Rodearon los tres eucaliptos elegidos y el cerco estaba armado, el escenario, el patíbulo estaba dispuesto.

-Al payaso colgalo de esa rama, del cuello, como si estuviera ahorcado- ordenó la niña. Y a Ramoncito algo parecía ya no divertirle tanto, y empezaba a toser. Se le cruzaron las palabras de su abuelo otra vez –esa mocosa hace lo que quiere con ustedes.

-No! en ese no, ven que les falla a ustedes, ¿no piensan bien ustedes no? pónganlo en el otro así queda de frente a ustedes y de frente al conejo. Y vos no empecés a toser que el viejo seguro te escucha y se viene. Mientras decía esto destapaba al conejo y le apretó la cabecita contra el tronco, comenzaba a estrangularlo. El animalito volvió a morderle la mano pero la niña parecía no sentir dolor y más lo apretaba. Quedó de espaldas a ellos dos y seguía diciendo que se apuren, que no sean tan mensos y que no podía ser que no puedan colgar un muñeco de una rama. Ramiro levantó a Ramón haciéndole pie con las manos entrelazadas y éste colgó al payaso como ella pedía pero perdieron el equilibrio y se desparramaron en suelo. La Upe soltó una carcajada.

Hasta el payaso y el conejo se les ríen! Ahora denme los clavos y el martillo y siéntense de una vez.

Guadalupe permanecía de espaldas a los dos y ninguno le alcanzaba lo que les pedía y tampoco se sentaron en las sillas.

-Apúrense idiotas que me está mordiendo este bichote porquería! ¿Quién tiene el martillo?!   

-Yo lo tengo…- respondió Ramón, y se lo incrustó en la mollera.

Don Villalba se asomó a la puerta y los llamó desde ahí – ¡Ramón vení para acá que ya estas tosiendo por favor! -  Le pareció ver a dos de ellos nomás. Se metió en la casa después de pegar otro grito. No iba a mojarse él también con la lluvia.

-¿Y ahora Ramón que hacemos…?

-Ayudame a descolgar el payaso que mi abuelo me mata.

-¿Viste como la huele?

-Dejalo.            

 

De: Ratón Blanco (Colisión Libros. Buenos Aires. 2009)