Otra Vuelta de Página 2
El sábado 5 de octubre estuvo en Concordia Selva Almada, escritora entrerriana nacida en Villa Elisa en 1973. Es la autora de las novelas Ladrilleros (2013) y El viento que arrasa (2012, elegido Libro del Año por la Revista Ñ); de los relatos Intemec (2012, e-book), Una chica de provincia (2007) y Niños (2005); y del poemario Mal de muñecas (2003). Integra diversas antologías de cuentos, entre ellas Die Nacht des Kometen (Alemania, 2008) El viento que arrasa será publicado por la editorial francesa Métailié y será llevada al cine. Compartimos aquí el comentario de Stella Ponce sobre sus novelas que fue leído en la presentación de la autora en la reciente Feria del Libro.
Encuentro con Selva Almada. Presentación de las novelas: El viento que arrasa y Ladrilleros
Razones del azar o de un interés que en principio tenía otro destino me llevaron primero a Selva Almada y luego a encontrar una posible mirada sobre su obra.
Hace varios años, allá por el 2005 mientras organizaba junto con unos amigos unas jornadas que se llamaron Encuentros de la Vigilia, alguien mencionó a una chica de Villa Elisa que escribía y tenía una Editorial, Carne Argentina. Se intentó un contacto pero finalmente no se concretó. Pasó el tiempo y un día, debe haber sido el año 2008 llega a la librería un paquete de libros de Editorial Gárgola y con ellos “Una chica de provincia”. Leí esos cuentos con gran curiosidad, no sólo en su contenido literario que de hecho, me impactó por ser algo distinto, sino también para seguir armando esa figura que ya tiempo atrás me había intrigado: la de la autora. Después fue encontrarme con una antología: “Poetas argentinas” (1961-1980) Selección y prólogo de Andi Nachon, de Ediciones del Dock. Ahí estaba Selva, con Matemos a las Barbies, un extenso poema incluido en su libro Mal de Muñecas, del 2003, que me la pintó de cuerpo entero, más aún, diría que me la pintó “body and soul”. Ya se perfilaba entonces un pararse de otro modo, mirando la otra cara de las cosas, lo menos agradable, lo escondido detrás de los lugares comunes, lo perverso, lo temido, lo no dicho y una manera natural pero a la vez incisiva de involucrarse con la muerte, la mediocridad, las costumbres arraigadas, las cuestiones familiares o el lenguaje mismo.
Lo que siguió fueron encuentros. En Paraná, en 2011 en unas Jornadas de Libreros y editores independientes, Selva y su grupo de amigos autores, artistas, de las veladas gallardas y ese curioso y disfrutable Timbre 2, libro de Pulpa Ediciones que muestra la otra cara del acto solitario de escribir: la celebración y las búsquedas compartidas. Luego fue el mismo año, en el 7º Argentino de Literatura de Santa Fe: Selva en una mesa de Narrativa debatiendo sobre “lo que leyó un narrador”. La escuché hablar de las malas y buenas lecturas de la adolescencia, las novelas rosa junto a los clásicos y los contemporáneos. Después fueron encuentros y charlas en Bs. As. que se continuaron aquí en Concordia en la 4º Feria del Libro con su atractivo Taller “Tu vida también puede ser literatura” y la lectura pública de textos por entonces inéditos de las novelas que hoy nos convocan.
¿Por qué todo este recorrido? Respondo que hay una relación directa: una siembra silenciosa a través del tiempo y viajes y traslados y traslaciones. Un estar “En la ruta”, tal el título de otro reciente libro suyo editado por Trópico Sur que recuerda aquel On the road del beatnik Jack Kerouac pero aquí en el sur del sur y en el interior del interior, en el cual reúne tres cuentos. En uno de ellos, Un verano, hay un guiño a Ladrilleros, en ese sutil encuentro casi amoroso de los dos primos. Como también hay ya en uno de los relatos del libro Niños, un embrión de esta novela en la descripción de Lolo Bertone, el ladrillero (tío abuelo de la autora) descripto como un dios en sus dominios, en ese infierno-paraíso de los hornos de la fábrica de ladrillos en E. Ríos.
Pero los viajes no son sólo del cuerpo en movimiento, hay un desplazamiento de la mirada y un deseo progresivo de situar la trama de la ficción en un lugar aún no creado, aún no habitado. Y es allí donde encuentro la innovación de Almada en sus textos. La transgresión tiene que ver con una fundación: de espacio, de tiempo, de lenguaje.
Esos intentos de situarse fuera de lo urbano pero a la vez no en un ámbito rural sino semiurbano, un “entre”, por demás significativo, aparecen tanto en El viento que arrasa (donde el paisaje es casi un personaje más y en consonancia con los hechos) como en Ladrilleros (novela localizada en las afueras de un pueblo chaqueño y en un estrato social casi marginal)
Esa mirada que se desplaza toma perspectiva y así como lo hizo desde Paraná, la capital de provincia para ver su pueblo y luego desde Buenos Aires para ver Entre Ríos, de la misma manera se desplaza para encontrar en algún lugar del nordeste un asentamiento propicio, para “hacer foco” y ver mejor, en primer plano, esa intensa vida de pueblo en la que se siente cómoda y ve en toda su potencia. Y esto me recuerda la mirada también en perspectiva de Arnaldo Calveyra que vio primero su Mansilla natal desde La Plata y después desde París para llegar a ver mejor los campos de E. Ríos y lograr esa poesía entrañable y contundente que encontramos en Maizal del Gregoriano y en otros de sus libros.
En El viento que arrasa, Selva muestra un delicado equilibrio entre la traslación y la permanencia, entre la incertidumbre de los viajes y las certezas que da el movimiento, con personajes que van a la deriva o que están perdidos en la inmensidad. Y tal vez esa sea una gran metáfora de la vida: una búsqueda permanente de asentamiento a través de la movilidad, el nómade que quiere ser sedentario y no sabe hasta dónde ni para qué. Así se nos presentan en medio del campo, en ese taller, Brauer, el mecánico y Tapioca, un adolescente, al parecer su hijo. Allí llegan el reverendo Pearson, pastor protestante y su hija Leni, también adolescente. Cuatro personajes que se entrecruzan en una misma historia que dura apenas un día y cambia sus vidas que han sido marcadas por el abandono.
En Ladrilleros la trama es más compleja, hay un drama clásico como eje del enfrentamiento entre dos familias de ladrilleros, los Tamai y los Miranda que a la vez despliega otros temas circundantes: el amor entre hombres, la justicia por mano propia, las pasiones en estado salvaje, la mujer relegada al vínculo con el varón, entre otros. Aquí también el paisaje se impone poéticamente, el clima del litoral parece dominar los ánimos dejando latente la violencia a cada paso, como en aquel policial erótico “Luna caliente”, del chaqueño Mempo Giardinelli.
Vuelvo entonces al título: fundar una colonia, crear una escritura. Y me remito a los orígenes de nuestra autora. Selva nacida en Villa Elisa, en plena zona de colonias de inmigrantes suizos, franceses, alemanes, italianos del Piamonte. Su apellido materno es Carroz, el abuelo de su madre era del Cantón de Valais suizo. Inmigrantes valesanos que llegaron a E. Ríos amparados por la política inmigratoria de Urquiza a mediados del siglo XIX. ¿Y qué relación hay con la literatura que nos ocupa? La respuesta que propongo es: el estilo de Selva Almada, un estilo provinciano y universal. Esa mirada y ese sentir valesanos que buscan situarse “entre” lo ya conquistado y la inmensidad por descubrir en un “deslinde y amojonamiento de lote” para reconocer la propia parcela. Una parcela en la que sucede la ficción, criaturas frente al paisaje y frente a sí mismos, envueltos en la música, ese arte también de predilección valesana, que la autora encuentra en el lenguaje, sobre todo en el léxico y la sintaxis del habla coloquial. La vida, la muerte, la soledad, el honor, el odio, la violencia, el amor: los grandes temas que aparecen en estas historias mayormente a cielo abierto y con la intimidad de un acontecer doméstico, al punto de involucrar al lector en la urgencia de alcanzar el final.
El viento que arrasa nos interpela desde una incertidumbre que revela por un lado las flaquezas humanas y por otro el poder de un discurso que puede hipnotizar y “arrasar” todo intento de libertad. Esta novela acierta con esa visión de “road movie” y personajes en tránsito, no sólo de ruta sino de búsqueda de un destino. Y a mi modo de ver, con un imaginario que amplifica las posibilidades de análisis y disfrute, como en esas películas de Abbas Kiarostami en las cuales una simple anécdota tiene resonancias múltiples, por lo que dice, lo que calla y por las dudas que deja en el lector. Ladrilleros, al estar más situada y con una tragedia definida, encauza la lectura en una dirección: la de un conflicto familiar que se resuelve con la muerte.
Encuentro aquí, en estas dos novelas, una nueva forma de crear escritura. Colonizar zonas aún no exploradas por autor y lector ávidos de sorpresa. Como si se tratara de subir a esa rueda gigante de la vuelta al mundo en un parque de diversiones, imagen potente con que se inicia Ladrilleros, y desde allí mirar la realidad, subir y bajar, acercarse y alejarse.
Creo que las obras de Selva Almada caminan en esa dirección y la seguiremos acompañando.
Stella Maris Ponce
6ª Feria del Libro de Concordia y la Región
5 de octubre de 2013