SILVINA

El aquietamiento o la montaña

que pudimos ver desde la estancia

cuando la palmera nos custodiaba con su alteza

y las monedas corrían por la madera.

¡Qué fuego es el que me convierte

en el mazapán de tu boca yerbal!

Con tus brazos calosos de amor

y tus abrigos de lana cobija.

Te sigo, estimando las tazas del mate cocido

por la infancia que retorna.

 

Estos días pasados en La Plata

fueron de un néctar cobrizo.

Estampándonos de hiel las carnes frías

en las madrugadas sin coberturas.

Adoro la ciudad con sus árboles

cubriéndolo todo de incandescencia fotográfica.

En sepia el otoño venidero y aspirado

aplaudiendo el deleite por el bosque pronunciado

entre músicas y amistades de la más natural juventud.

 

Te acerco las horas consagradas,

las intrínsecas donde la sensación

fraternizaba junto al descanso.

 

La ciudad bonaerense con numeración cruzada,

el estudiantado setentista,

las plazas con sus hojas,

las crines de la biblioteca en penumbra,

las casas muy bajas con sus puertas alfareras,

las terrazas con sus flores,

el cariño por los vestidos donados,

esta senda repleta de las brácteas secas

que crujen por las plantas de nuestras piernas

                                                                /entrometidas,

el reflejo del sol entre las ramas cautivando mi estima:

te lo comparto por las palabras que me diste.

 

Este vecindario hubiera sido el nuestro,

Silvina,

con las ventanas abiertas dando permiso al liquidámbar

que perfuma el despertar.

Hubieses entrado en ese momento

con tu bandeja deliciosa para charlar en la cama

y perdernos marmolados.

 

¡Es exquisita la estancia que te cuento!

¡La estadía sin relojes!

La plaza Rocha con su encanto de belleza curva

y las artes flameando desde enfrente.

 

Este atardecer magníficamente desolador

donde me dejo entero,

toda mi visión entera volcada a contemplar

para jamás recordarlo.

Que todo quede allí o aquí,

y que el pensamiento ágil

no busque el placer para repetirlo

porque ha quedado todo en ese lugar.

Y volveremos sanos, limpios para apreciar

la novedad de la próxima partida,

única y absorbente,

para que el pasado no nos forje luego.

 

La puesta del sol irrepetible

como la armonía del rostro

profundo y enigmático en el tiempo.

 

Silvina:

¿Qué es el amor?

¿Qué es el desorden?

El amor no es ambición ni llegar a ser.

Quiero leer a Krishnamurti  en tu caricia,

en la palma de tu ardor…

 

Quiero que el placer ocupe su lugar

y tenga la aceptación misma de la cena irrevocable.

Así viviremos y nadie más hablará de él lejano,

será nuestro, propiamente interno.

Hablémoslo mientras la mañana crece

con toda la naturalidad esparcida.

 

El sexo es simple,

no hay éxtasis ni nirvana si es reconocido.

¿Por qué el temor?

El sacrificio jamás casto.

 

Castidad es pureza

y no silencio calcinante.

Detonemos de pureza entonces.

 

El día es tan luminoso como tu sangre,

no la tiraremos por el barranco de las calamitosidades.

La sangre es agua pulcra también.

Esta ciudad es púrpura,

jugosa como las uvas.

Es la ciudad vieja y no antigua.

La que a todos recibe.

 

Aquí tendríamos nuestro zaguán

y más allá el hogar con su leño

donde probaríamos tus tortas.

Invitaríamos a Chiara y tomaríamos la miel,

Giuliano nos cubriría con su lealtad lironda,

con Danilo agarrarnos las manos.

Fuerte entre los tres.

 

Las nubes viajan y nos acercan de algún modo.

El mar es de posibilidad

por el nado de perderse en lo profundo de la verdad.

Veo cada copa en lo alto con su amarillento grito

como el de tus brasas en la Estrada.

 

Persuado el núcleo de tu lunar

y veo el carozo de nuestra crianza

en el barrio de las campanadas

donde corríamos por la cuadra y media

que nos separaba del contagio cordial.

 

¡Qué llanto me brota!

¡Que no cese!

 

¡Muero en tu Concordia,

que es la mía y la del río!

La del invierno con su humo fanático

y las piedras.

 

Recuerdo ahora cuando leíamos el libro chino

y la sorpresa nos reía:

quiero salir al jardín

pero esta vez encontrarlos a todos.

A mis padres con vos compartiendo el vínculo.

 

Es salino el terraplén cultivando las aguas dulces

para combinar íntegramente nuestras memorias,

esa música de identidad.

 

¡No hay grima y estamos chispeando!

 

La Plata es agraciada si es la ciudad gloriosa,

y allí nos vi caminando juntos

en el empedrado apaisado y las palabras.