VIDA REDONDA

 
Todo comenzó el día que nació, el día que después de haber estado en otro plano vino a este mundo.
La Vida le regaló, además de muchos otros dones, como lo hace con cada alma que pisa la tierra, el don del fútbol.
Pasados pocos años, cuando el niño estaba experimentando la movilidad propia, un buen día se encuentra con una nueva amiga. Una nueva compañera de juego, la redonda. Alguien le obsequió una pelota de fútbol y fue amor a primera vista. Los días pasaban y él todos los días quería verla y jugar con ella. Se daba cuenta de que se llevaban bien, que se entendían, que la quería y que la extrañaba cuando ella no estaba. El niño jugaba muy bien al fútbol. Como no podía ser de otra manera, el niño jugaba a la pelota en los recreos de la escuela con sus compañeros, iba a una escuelita de fútbol en un club, jugaba con los amiguitos del barrio y jugaba también solo en la casa. Siempre era destacado, podía jugar mejor o peor (según su criterio) pero era de los pilares del equipo jugara con quien jugara, ya sea que conociera o no conociera a los otros  niños con quienes jugaba. La redonda siempre conspiraba a su favor, esa era su misión ya que él tenía ese don.
Pasó el tiempo y el niño se hizo jovencito, adolescente, y después de varios años de convivencia con ella, poco a poco, gradualmente, se empezaron a alejar. El jovencito ya no jugaba todos los días y empezó a experimentar otras cosas de la vida, todo lo que se tiende a experimentar en la adolescencia, hasta que un buen día no la extrañó más.
El tiempo siguió pasando y el jovencito se hizo joven. Tenía varios años de experimentar la vida, un par de décadas aproximadamente y al encontrarse sumergido en el trajín de la vida, en el cual él ya no hacía siempre lo que quería sino lo que ‘debía’, empezó a extrañarla de vuelta. O extrañaba la plenitud con la que jugaban juntos cuando él era un niño. Quiso que ella formara parte de su vida nuevamente pero ahora quería un beneficio de ella y no el simple y profundísimo hecho de jugar por jugar, quería que ella le diera de comer y así salirse de ese trajín. Como eso no era un acto sincero, si bien intentó reencontrarse con ella, duró poco. Los pensamientos inferiores gobernaron su mente hasta que desistió. ‘Ya es tarde para esto’. ‘Buscate un trabajo’. ‘Todo esto es una ilusión’. Desistió de jugar en ese momento pero en su corazón sabía que jugar era algo que amaba. Ese sentimiento de amor hizo que un día él oyera una voz interior que le dijo: ‘Vos vas a jugar al fútbol pero antes tenés que aprender algunas cosas’.
El tiempo siguió pasando y el joven seguía joven aunque con algunos años más. Ya era un asiduo experimentador de la vida debido a que nunca dejaba de hacer algo que le llamara la atención por miedos. Siempre buscaba llegar hasta el fondo de lo que experimentaba si era algo que le gustaba mucho y si no, lo experimentaba y se quedaba con la agradable sensación de haber conocido algo nuevo. Resulta que un buen día, a raíz de hechos puntuales que le fueron ocurriendo en su vida, ese gran día conoció a Dios y se enamoró de Él. Fue Amor a primera vista. El camino de la Fe le enseñó muchas cosas y le enseñó a ver que en el interior de cada uno hay un dios en potencia esperando despertar. Una gota del Dios de Dios. Una gota semejante a Él. Como no podía ser de otra manera, Dios pasó a estar en primer plano de su vida. Cada acto procuraba hacerlo según lo haría el Amor. Y Dios le fue enseñando más y más cosas. Le enseñó que nada es imposible si uno lo cree y ama aquello que anhela.
Entonces un día, como por arte de magia, se le ocurre que el dios en potencia que iba despertando en su interior podía expresarse a través de lo que él amaba y anhelaba, a través de la redonda. Se dio cuenta de que su misión era predicar a Dios a través del fútbol, de la redonda. Empezó a enfocar cada átomo de su cuerpo, mente y alma en ello y el Universo empezó a conspirar a favor de la causa. Él quería que un día su voz se oyera y así poder predicar que nada es imposible y predicar a Dios. Para que los que no lo conocen se regocijen en Él.
Como no podía ser de otra manera, el tiempo siguió pasando y la voz del muchacho se hizo escuchar. Había aprendido a despojarse de todo pensamiento en la cancha y sólo jugaba con Pasión. En los 90 minutos jugaba por jugar. Y en las entrevistas siempre dejaba claro que la gloria no era suya sino de Dios, del Creador. Él sólo era un instrumento de la Creación. El joven había aprendido que primero debía encontrar el camino del fútbol en su interior. Lo había logrado y se dio cuenta de que la ilusión era el ‘No puedo’.
Se mantuvo fiel a Dios a pesar de que la tentación se hacía presente y un buen día se dio cuenta de que Dios también se había enamorado de él.