SIMÓN

 Simón era policía y antes motoquero, pero el accidente borró todas las marcas de su biografía. Ahora tiene cara de nada, con unos ojos redondos y el pelo largo con rulos achatados con agua. Guarda un álbum que cada tanto saca a pasear, con fotos en donde se lo ve de uniforme, esgrimiendo la reglamentaria, el pelo bien corto y cara de pillo. Otras de más joven, con barba y pelo largo, chaqueta de cuero negra, montando una moto armada con horquilla chopper. Ahora está más flaco, va en silla de ruedas, tiene abollado un lado del cráneo y la única palabra que pronuncia es No. No, no, no. Y con eso se las arregla para significar todas las palabras que zumban en su mente sin posibilidad de expresión. Sin embargo, al tiempo de compartir charlas en ruedas de mate, uno aprende más o menos a interpretar lo que quiere decir. El contexto es un lenguaje sumamente eficaz.

Una noche, mientras cenábamos, Carlos y yo nos distrajimos de una película que daban por el canal Studio charlando sobre no sé qué cosa. Cuando volvimos el muchacho, que había chocado y matado a su padre conduciendo el auto a velocidad no reglamentaria, ejecutaba extraños movimientos dentro de su casa. Iba y venía nervioso por el living, corría y descorría con odio la cortina de la ventana que daba al jardín del frente de la casa desde donde un adolescente en bicicleta le hacía burlas. El muchacho finalmente salía disparado hacia el jardín con gesto amenazante y de pronto volvía sobre sus pasos, aterrorizado. Un patrullero aparecía por la cuadra como una amenaza que Carlos y yo no comprendimos. Simón seguía concentrado en la película, y al escucharnos barajar hipótesis, empezó a explicarnos con sus no, no, no, la parte que nos habíamos perdido. ¡Y lo logró! Al parecer el muchacho había sido acusado de homicidio y pagaba su condena con un arresto domiciliario monitoreado por una tobillera electrónica. El chico maldito conocía la situación y lo burlaba manteniéndose en el límite del rango permitido. Un par de no, no, no bien entonados y algunos gestos consiguieron emparchar la narración y así pudimos continuar viendo la película.

Así como Simón, hay otros pacientes que por golpes en la cabeza o accidentes cerebrovasculares, perdieron el habla. Para esos casos hay un área específica: fonoaudiología. Las fonoaudiólogas entrenan no sólo la recuperación del habla, sino también la deglución, la respiración, y otras funciones que tienen que ver con el tránsito y la boca. Hay prácticas extraordinarias, como la de recuperar la proferencia de un sonido (por ejemplo, de una consonante) con el estímulo de un gajo de limón. Pienso ahora que la sinestesia es el orden natural con el que opera el organismo para captar, interpretar y distribuir la información.

Norita dice sí, sí, sí, y porque, porque, porque, y su hijo traduce para los otros el asunto a que refiere la madre. Guille tiene una lesión menor, pero igual le quedó una compulsión a acusar siempre tres cosas en sus argumentos. En el accidente lo chocó una chata, un auto y después lo mordió un perro. Cuando le duele, le duele la cabeza, el estómago y un brazo. Quizás la matriz esté en que tiene tres hijas de las que siempre habla con devoción. Tiene los tres nombres tatuados en los brazos, los tres comienzan con J: Jazmín, Jésica y Joselyn, de las que sólo ve a dos, muy de tanto en tanto. Dice con amor que ahora ellas se ríen de él y que la mujer tocó la banda.

Simón tiene cara de muchacho, aunque debe pasar los 40. Es muy querido, siempre sonríe y dice no, no. En las comidas es al único al que le permiten repetir, come, come, come, y lo que sobra lo acarrea para el cuarto.

—Simón, ¿te llevás el desayuno?

—¡No, no no!, —dice y se escapa riendo en su silla propulsándose con una sola pata.

 

Tomado de:  http://pausa.com.ar