Nunca me sentí seguro en la oscuridad.
Anoche no fue la excepción.
Mucho menos cuando dormitaba y se desmoronó la pila de cuadernos y papeles.
El estruendo fue magnífico. Sonaron todas las palabras que había escrito cuando golpearon el suelo.
El sonido se apagó súbitamente.
Podría haber contado mis latidos de a cientos por minuto.
Pero mi mejor arma es la lámpara (la que lleva una velita con una rosca particular y muy difícil de conseguir).
Oprimí el botón de encendido como quien desenfunda una espada.
Y los 40 watts me hicieron más vulnerable.