LA ESPERA

 

 Como una caricia, se hizo dos tajos en las venas y se dejó sangrar. Encendió un pucho y el agua caliente empezó a caer en su espalda.  Un suspiro le sacó todos los problemas de adentro y los puso a dar vueltas por todo el baño.  Se imaginó esas dos tetas hermosas por unos segundos y tuvo una erección de esas que duelen. Rió con amargura al pensar que no podría hacerse una paja sin llenarse la verga de sangre.  “A Bukowski no le pasaba” se dijo

 Una gota sonó en el celular y decidió que la funda no era tan importante como para no llenarla de sangre.  Número desconocido. Vio la foto, era un puto que conocía por terceros. Lanzó una carcajada y observó el espejo, se acomodó un poco el jopo y vio el rio de sangre brotando por sobre las fulguritas de sus brazos.  Sonó otro mensaje. Puso los ojos en blanco. Pensó en bloquearlo, pero se le ocurrió que a él no le hubiera gustado.

- Hola, discúlpame, no tengo anotado tu número, ¿te conozco?

- Soy David – texteó él

- Disculpame, ¿David cuánto?

- Sos lindo – puso él

“Dicho y hecho” pensó él. De nuevo se le ocurrió la idea de bloquearlo, pero no, no era lo justo.

-Disculpá, flaco – escribió – Me parece que te confundiste conmigo

 Un emoji de corazón roto terminó de cerrar la conversación.  Tiró el celular lleno de sangre sobre el bidet, ignorando las notificaciones de Tinder.  Dio un grito cuando se quemó con la colilla del cigarrillo, pero introdujo la mano en agua y se le pasó enseguida.

 La ducha se cerró y una lluvia de pervinox cayó sobre las heridas. Una mirada de dolor se posó sobre sus ojos antes de salir del baño.
En la cama lo esperaba ella, totalmente desnuda y dormida. Una sonrisa se posó en sus labios, mientras buscaba las vendas en el fondo de un cajón.

-¿Qué hacés, bombón?

-No me hables como a una de tus putas – respondió ella, entre sueños. El rió nuevamente y encendió la televisión mientras se acostaba en el sofá.

-¿Ya te habló? – preguntó él

-Obvio que no – dijo ella – ¿Y a vos?

-Te hubiera contado, ¿no?

-Son un par de hijos de puta – dijo ella

-Son un par de pelotudos – corrigió él

-Sí, puede ser – respondió ella – Menos mal que hay ciertos amores que no mueren nunca

Y él sonrió apretando las vendas.