NIDO, POR AZUL AIZENBERG

Hubo una promesa o una esperanza en el amor como la gloria de la vida.
Llegada allí, Una se encuentra con un desierto “como ese objeto al borde de la foto / el que no fue iluminado” pero Una se pone en alerta y se busca.
Es que la naturaleza femenina es -indefectiblemente- lábil, deforme y mutante.
Volcarse al “simple amor” es desencontrar esa naturaleza, olvidarla, perderla.
Este poemario quiere llegar a ella todo el tiempo “voy a llegar con mis manos”; “para escribir la palabra desconocida”; debemos arder, no amar porque arder es justamente morir y renacer.
La que enuncia, entiende esto a lo largo de sus poemas.
Pedirle a la poesía que redireccione los resabios que quedaron de una misma; para construirse una misma, de nuevo, a través de las palabras.
Es fascinante la pregnancia de los elementos selváticos “cuando sube el barro / cuando el agua se mueve” ahí está todo el reflejo de la naturaleza desplegándose salvaje dentro de Una.
En la poesía de Cecilia hay un espacio que se construye con mucha claridad, pero que nunca termina de configurarse. Como una iluminación siempre tenue; la impresión de que las cosas se muestran a medias; de que entre las líneas hay texturas o zonas no-alumbradas.
Al finalizar: la imagen de la mano cerrada: la idea de que nadie te ve-te vio-la vio; lo más indecible que Una puede hallar; lo que se guarda Una para sí, y la constituye.
 
Azul Aizenberg (*)
 
(*) Docente y cineasta. Su Facebook: https://m.facebook.com/verypoder/