BAHÍA GANSO VERDE

 

Así descubrirás ahora  
—es probable— todos estos cielos  
esa materia donde golpearan,  
como sobre una diferente trama tantas pulsaciones  
—latido y corazón de la vieja tierra—  
diluidas, siempre diluidas hacia otra sustancia,  
aquello en que desde extraño futuro  
habría de ser el recuerdo de tus pasos en las arenas,  
la textura de renacido mar negándote las huellas  
y un viento de yodo sobrevolando poblaciones litorales...  
 

                    Y sin embargo, nadie  
                    —lo sabrás mil años más tarde—  
                    dará testimonio de esta costa,  
de ese pueblo de pescadores entre la bruma lejos  
donde la fritura de pescado exige una sed de cerveza,  
en esos bares donde nadie dará testimonio sin embargo  
cuando tus pasos sorprendan risas de amantes entre las dunas,  
el tridente de rocas que se interna en la noche marítima,  
                    el airecito como irresponsable  
que oculta revela oculta las estrellas del Atlántico,  
y aquellos viejos bares de madera despintados  
                    que están como llamándote,  
como llamándote aquellas mujeres frívolas y elegantes  
que regresan a sus whiskys de atardeceres lentos,  
                    al lino blanquísimo, la finura del gesto,  
y aquella conversación sólo murmurada y cómplice...  
                    como llamándote esas marinas  
cuando los pescadores de sarda habrían de volver  
desde la línea de las ochenta brazas... 

                    pero salvo esas metalurgias  
retorcidas y devoradas por el salitre,  
—pesqueros encallados donde aún persista el viento  
jirones hilachas de óxido robados lentamente—  
salvo aquellos pájaros tardíos en el crepúsculo  
nada podrías alterar, aunque rompieras la mirada,  
esos relojes curvados de la relatividad  
que dejaran escapar un tiempo de muy lejanas aguas,  
                    poco podrás salvar de tanto naufragio,  
apenas un camino entre colinas en la niebla  
y toda esa niebla como distancia inasible a cualquier fortuna  
seguir y seguir, pese a todo, resignado en invocar el milagro,  
                    la llegada de alguien  
olores familiares que regresen desde olvidadas lloviznas,  
esa calandria que vuelve a cruzar hacia los árboles de más allá  
y el mismo viento-mundo que en la noche de Punta del Diablo  
                    nos habría de traer todas las estrellas del Sur  
y el mundo como recién nacido,  
cuando las huellas de tus pasos en las arenas  
                    y el mar como negándote las huellas,  
salvo todo eso, nada habría de alterarse  
                    aunque rompieras la mirada  
y tus pasos regresen a la calle de los bares  
cuando un relámpago helado viene hacia el lado izquierdo de la visión  
y es bruma de camarones acribillada por sola ráfaga de Mirages,  
plateadas líneas de flotación perforadas sobre el frío  
                    y entre el frío pobres pastizales resistiendo  
sin embargo al viento que jamás descansaría los ojos de quien llegara  
para descubrir tanta soledad en aquellas colinas,  
                    en aquella bahía Goose Green,  
donde habría de andar como un resplandor de aluminio  
                    buscando una cabecera de playa  
                    con infantes muertos en el oleaje,  
y en la bruma enrojecida un silbido de rockets  
regresa como un reloj discontinuo en una mente enferma,  
                    como el surco quebrado en medio de la fanfarria,  
                    como una lección tonta repetida de memoria,  
regresa como una generación intolerable de fractales,  
                    como el engranaje donde falla un diente,  
                    como buscando desde un chip averiado  
un pueblo de pescadores y el Atlántico bajo la noche  
y una playa donde siempre estarás volviendo  
                    a las huellas de tus pasos en las arenas  
                                y al mar que seguirá como negándote las huellas.  

(De: “Religión de Misterios”)