ARQUITECTURA (UNO: LACRE)

 

uno:

 

LACRE

 

 

“Que el letrista no se olvide

de la heroica minifalda”

JAIME ROOS

 

 

Estas casas mueren adheridas a vegetales inundaciones,

no caen como aquéllas de serranías

lentamente y con vientos de ceniza.

 

Estas casa fluviales, hondo barro y ñandubay

para estos ladrillos con helechos y líquenes.

 

Casa que hicieron “la colonia” cuando bajaban con túnicas

            y rosarios oscuros, y bajaban

con indios silenciosos buscadores de una astronáutica

que los levara y los dejara de regreso en la Tierra sin Mal.

 

Estas casas de patios con aljibes y columnas de quebracho,

mosaicos rojos quebrándose en las siestas de isotermas cambiantes,

            iguana y chicharras y la explosión del chivato,

rojo por arriba hasta donde llegan los trópicos.

 

Estas casas mueren

            Muertas por intrusos y caciquejos posmodernos,

todos sordos a un foxtrot de fantasma de gramófono

venido en el “vapor de carrera” hasta estas avenidas costaneras

 

Estas casas mueren sin fatigas

diluyéndose en desmanteladas inundaciones, en usurpaciones

y robos a bordo de chalanas sin gendarmes ni prefectos.

Triste luz en el rosa viejo de los corredores,

            chamamés agonizantes

            valsesitos para la nostalgia, rareza del tiempo.

 

A estas casas no se las lleva el viento

sino descoloridas postales, imágenes velándose

hacia un sepia de almanaques.

 

Estas casas, a donde caen los atardeceres lentos de un pueblo

               como un vino bebido en bares de esquina,

y a la orean que los viejos son más viejos y están más lejos

y repiten repiten la transmisión de un partido de fútbol,

aquel gol que hizo leyenda el “Chango Cardenas”

 

 

-Como un chaparrón a la tarde cae el recuerdo,

            blanca aureola en los ojos.

descolorida mirada hacia descolorida foto autógrafa

            y opaco espejo de peluquería,

y más allá más enfrente, más allá y más lejos en Domínguez

un cartel de enlozada chapa dice

“trilladoras y motores á presión Heinrich Lanz (de) Mannehein”

y un viento si azahares agitaba el combado cartel…

 

 

¡Ah fantasma negro, penas y trabajo!

¡Ah fantasma blanco, alegría y honores!

Adivinación y sueños flotando como una calma

Sobre estos maizales, sobre estos campos de sorgo,

               sobre estos campos

que alucinan trilladoras y motores a presión

y alucinan nuevas migraciones nuevas diásporas

pero ahora hacia mercerías y almacenes de ciudad,

olvidando una vieja Torá un libro de Hesiodo

y olvidando por siempre la rotación de las estaciones

en la opción de frescos electrodomésticos y tasas de interés

y esa corrida cambiaria que ya condenara un campo poundiano.

 

 

No mueren esas casa disolviéndose en el viento,

sobre una tierra yerma y corales de pirca.

Estas casas son llevadas por litorales turbulencias

volviendo el barro al barro, y la cal a los carbonatos.

 

Antiguos hoteles muertos de muertas estaciones de tren,

hoteles muertos con putas muertas

esperando el tren de la zafra, que nunca vino; caserones

que se desgrana lentamente, última rémora

               en la desidia de aquellas mujeres ya sin deseo:

las lluvias  han desteñido la celeste cal, dejan los veranos

                de crujir en sus maderas secas

y apenas sobrevive una cumbia decadente y un tango decadente,

en aquellas radios a válvulas, ya sin Tito Scipa, sin Caruso,

               ya basta Lili Pons con tu “revival” en estas casas muertas.

 

            Porque

estando Némesis en el interior de Concordia

en las cajas registradoras y en las góndolas del agio, sin embargo,

Portnoy colgaba banderines y los banderines decían

            “hay un mundo mejor pero es más caro”,

Portnoy sin jasídica estirpe y sin Levítico…

 

            Ubi sunt Supermercado Salvador.

            Ubi sunt chalecitos californianos y autos Lincoln.

            Ubi sunt cada centavito olvidado en tanto vuelto.

 

Vuelve a Concordia, Némesis!

Mira otra vez el río y exclama, impreca:

Ay Salamanca, llevate esta ciudad estas casa muertas

Y que los bafles sobrevuelen definitivos

            Sobre esta Jericó hidroeléctrica,

 

Porque

               arrancaron las vides y quemaron las bordelesas,

y arrancaron los olivos en la cítrica furia

y arrancaron después los citrus en la furia del blueberry;

porque

              sus calles ahora vienen de chacras muertas con casas muertas

y sus habitantes han perdido el retorno a las cuatro estaciones

y al río biológico en esta concupiscencia del plástico…

porque

íncubo y súcubo macdonalizados fibra óptica y superconductividad

               soledad globalizada punto com

               incomunidad punto com

sésamo en hamburguesas ya sin agosto caña con ruda

sésamo en hamburguesa y ocultismo en las bailanteras

               el arte de la decrepitud tantos funcionarios

 

              Locutus sum!

sin báculo roto reseco, pértiga acuciante tal vez

              en la marisma de los arroyos muertos

              con casas muertas en sus orillas

y música de topografías oída desde las alas de un jet

colinas y arroyos que son afluentes de arroyos

              y estos que son afluentes de ríos

              y estos que son afluentes de ríos más caudaloso,

nubes bajas entrando por las bandas de los flpas,

como ravers tecno sobre el mapa del mundo:

              imago mundi y anima mundi tanto vacío

estas cuencas litorales con las orillas erosionadas,

imago mundi satélites infrarrojos parpadeantes, el flash de Iridium,

directv y celulares y radares y sensores de calor anima mundi

porque

               antes eran las selvas las floraciones el desparramo de esporas

               y cromosomas y clorofilas vertientes

anhídrido carbónico por las noches y todo el aire al sur del día

porque

              más abajo ahora hay rociadores con Dieldrín

              y clorofilas adulteradas:

a bajísima altura sobre la soja y arrozales un cometa corta el verde,

              blanca línea blanca estela

                             es bella esta fumarola asesina,

nuestros cadáveres hacen incrementar las cosechas,

              aumentan las cosechas en todo el hemisferio

y cae la cotización en las bolsas el Dow Jones cae el Merval cae

              Brasil superproducción

                            Entre Ríos superproducción

y la corriente del Niño fue una mariposa que agitó aquí sus alas

              y liberó tsunamis en el Pacífico

ah pequeño coleóptero

              coleóptero de ala baja y en las tripas insecticidas

en mi ojo el reflejo del fosforado

en mi ojo la luz de un vapor más denso que la bruma

              a tres mil pies sobre el citrus

cuando vino el 5to Pluvioso ya las aguas lavaron tu esperma Malation,

y vino el 10mo Pluvioso y una espuma de colores

              llegó hasta los cursos superiores

             —hecatombe de sábalos en Salto Grande—

pero fue en mesidor cuando el biguá regresó al río al atardecer,

             lento sobre la isleta del Salto Chico

             bajo un atardecer con joven plenilunio

 

 

Miserere nobis!

porque desoímos al Maestro de la Justicia

me dijo una tarde Dionisio el Exiguo en un fase-food de la Ruta 14

y ahora sólo me queda errar por el mundo buscando los días perdidos

               liderar esta banda de flagelantes,

martirizar el piercing de los almanaques en sus espaldas.

-llovizna  y gasoleros encendidos en el santuario de Santa Gilda-

Misere nobis, feligreses del tiempo viejo

que ya ha pasado el milenio que nos equivocamos

               que no se terminó el mundo   

y su verborragia su mal aliento erosionaba compases cuarteteros

cuando la cumbia operaba milagros

                los ciegos podía ver el cuerpo astral

                             los tullidos practicar el yoga tántrico

y bienaventurados los pobres

porque podrán seguir siendo pobres en el más allá;

 

buatus ille quien lejos de estas ciudades

cultivando la vieja huerta de sus antepasados gringos

                desoye el canto de sirena de los shoppings!

 

porque en verdad en verdad os digo: blanda ha sido la derrota

                la perfección sonora del compacto

                los vinos elegidos por catálogo

                el amor libre de todas sospecha

porque nuestros días son como los últimos días de Odisea en Itaca

 

 

              un hombre gordo que no es todavía anciano

              sentado ante un fuego que apenas abriga

              y recuerda canciones que nadie recuerda

hasta que por un momento tiene otra vez un aire de otoño

              en la cara, esos árboles frente al río,

cuando abril aquí es el mes menos cruel, otra vez

el viento que agita espejos en los alcanfores

              para que volviera a los viejos días:

 

 

Saturno en Aries, equinoccio en creciente

              y todo el río que recordaran ellos por décadas

todo el río invasor viniendo viniendo

y las jangadas           desgonzadas y las jangadas como arietes contra las casas;

quizás todavía rondaba sobre ellos el Spuntik

como una pedrada libre contra un cielo que todavía tenía estrellas

y  las estrellas eran frías y radiantes sobre estas casas,

Antares al cenit y Spica, y Rigil Kentaurus hacia el sur celeste,

circundando la misma noche en que el exiguo Dionisio

-bacanal de primavera en el Septentrión de los paganos-

descreyera  del cero y el día juliano de Scaligero

y fundara una fecha una datación imposible

que sólo comprendiéramos algunas centurias más tarde

con el holocausto nuclear que nunca vino con el milenio

sino con el milenio que vino en la orfandad de Gog

y otra desenfrenada invención de nuevos enemigos.

 

 

Quizá por eso tanto fantasma sobre estas casas,

            sobre estas volutas funerarias y aquellos panteones

con toda esa simbología histérica del siglo precedente.

Quizás por eso estos árboles que vinieran de otra australia

aún permanecen contra las sudestadas del invierno

             y un milagroso olvido de motosierras.

Quizás por eso este pueblo mira algo que no sabemos si fue,

            pero en el atardecer de sus ojos

veo un mundo que no es éste ni se le parece, hay un mundo

            que no es éste, por eso quizás

aquellas  latas claraboyas, ausentes ahora,

iluminaran un fresco de mercados, ausentes ahora,

donde el hierro de otro fin du siècle         dibujara volutas y ornamentos

y contra fuertes para las arboladuras de estas grandes naves en tierra,

pero la luz dejó de venir de altas claraboyas

y en su vacío construyeron departamentos para milicos sin Sarajevo.

 

He buscado en Itaquí ese sonido de viejas fazendas yendo al mercado

y en Uruguayana los mismos fierros encorvados encontré

               sobre un tráfago de bagayeros.

He visto en el Salto uruguayo un vacío que era un mercado

que era una gran bóveda casi recolectando las estrellas,

y en Paraná la decadencia de los verduleros en otro mismo vacío

y las calles que cambiaban de lugar

               para apuntar mejor hacia Wal-Mart

                               Wal-Mart ah Wal-Mart!

 

En estos ojos hay un atardecer con aeroplano y con domingo.

En estos oídos hay campanas desafinadas

              y las campanas convocan una caristmática ausencia de religión.

Y el aeroplano en noviembre no es un Lear Jet por suerte

              sino tan solo una vibración que sustenta el aire

para que los últimos pilotos de aeroclub no se desplomen a tierra...

 

Anoche entramos en la máquina del tiempo

y caminamos doce cuadras antes de amanecer

y un rato más tarde entramos al mercado.

Entramos otra vez al olor y al fresco de los pescados, las verduras, las carnicerías.

Este olor es bueno -me dijiste madre-. Viene desde el río y desde las chacras

y entonces compraste a cuánto los tomates y las rodajas de surubí

              y me señalaste las pintitas oscuras de la piel

y con el mismo dedo me enseñaste las agallas bien rojas del animal.

Las postas de surubí descansaban ya al fondo de l canasta

              envueltas en papel de estraza

junto a media calabaza, los tomates y un ramito de perejil.

Por los pasillos aún andaban los puesteros de almidonados delantales

y la suave luz de las altas claraboyas

llegaba hasta una estiba de damajuanas en sus canastos de mimbre          

porque el vino se vendía suelto y tenía el sabor de la noche.

 

Cuando volvimos recién había amanecido y el mundo, todo el mundo,

se disolvía en el olor, apenas el olor contenido en estas manos

 

Quizás por eso pudo ser mi dharma aquel barco

              levantando anclas en la bahía de Ushuaia,

aquel barco poniendo proa al Atlántico.

Mi dharma en esa bahía y aquel muelle.

Gauloises  y ginebra de ultramarinos

diciéndome que no volviese que no volviese

sino hacia aquella bandea de las marinerías de los grandes cruceros.

 

Quizás por eso arrojo varillas de milenrama hacia el futuro

              y sobre el escritorio silenciosos de las altas noches

buscando una combinatoria que descruce otra vez “un golpe de dados”,

una conjunción de planetas en la Primera Casa

mientras un nuevo y rápido y sucio amanecer desde el equinoccio

              venga hasta el Año del Perro,

así las varillas o las rápidas monedas caerían

              desde entonces y hasta esta noche

para mostrarme un zorro que no puede cruzar el Gran Torrente

              pero moja su cola en estas aguas

                             como todas las noches

desde aquella bruma encendida, aquella sirena náutica en la bruma

que habría de volver hacia la tarde en que una piedad carbonífera

os disuelva en tierra, enm humus para otras criaturas,

y un aria de Puccini quede, simplemente, bajo los árboles

                tiempo después de haber concluido,

ya sin María Callas entre los árboles de pueblo Liebig's

y un lentísimo “vapor de carrera”

y lejano entre los médanos del Ríos Uruguay,

                qual occhio al mondo    

regrese al día que son todos los días y a las noches

               que son todas una sola noche,

                                                                       è lucevan le stelle

               otra vez infinitamente

más allá de estos muelles y estos puertos sin estibas...

 

Pero vino a fundarme un fotón, un neutrino tan solo

              que atravesaría esta membrana,

vino hasta aquí, hasta este cruce de cromosomas,

cuando una milésima de segundo después ya todos sería un hervidero

              de aminoácidos y proteínas

y sin embargo supimos que aquí ya estaba la condena y la caída

y entonces ahora buscaríamos en el ruido blanco de la frecuencia,

una oscilación infrecuente de algo más que supernovas latiendo,

              nuestro pasado en las estrellas,

nuestras raíces en el cielo,

una articula ultravioleta que volviera a romper la síntesis

              y la clonación volviera a latir,

un óvulo combustible,                   proto estrella de la carne,

materia y antimateria rotando otra vez

desde el centro de gravedad de la química orgánica

               y la cadena del carbono reestablecida

y los enlaces y las sinapsis neuronales reconfigurados

para reencarnar en este aire de poltergeist sin cámara Kirlian,

              en estos chalés de Fábrica Liebig's,

una trepitación de termitas y hojarascas por todo recuerdo

en esas casas cuadradas, ya sin verandas do colonia

ya sin “missis” de helado té en los atardeceres,

         sin brindis por el cumpleaños de la reina

- God save the Queen, god save the Queen -

 

 

pero igual  oyes el vapor de las autoclaves en el frigorífico,

las latas de corned-beef estibándose,

una tropa diluida que entra a la manga y la bosta fresca del ganado

              cuando el viento cambia

y vuelve a cambiar, y ya no es aquella rosa de los vientos que rechina

               sino un lejanísimo sapucay

cuando en las radios los “speakers” del '48

anunciaban la nacionalización de los puertos y los ferrocarriles

y la nacionalización de los frigoríficos, pero

nada habría de cambiar sin embargo en aquellas lecturas del Reader's Digest

y de la Mecánica Popular en inglés, of course,

aquellas “novedades” de la ciencia y la tecnología

que comentaban desde la British Broadcasting Corporation,

              y en la banda de 49 metros,

              los informativos del reino...

 

Nada habrá de cambiar:

ni Argirópolis insular ni provincias cisplatinas en diez mil puentes insurrectas.

Esteros u colinas, bañados y colinas, arroyos y colinas

en constante alternancia de la luz a la fragancia.

Olvidan las ciudades esta arquitectura inmigrante,

              aquellos mediodías transoceánicos

que trajeran galerías y patios con aljibes, y fundaran

un tango perverso para entrañar la mistura de la sangre

              y el entrevero del alma

en un amanecer con petróleo en los puertos y con bruma en los puertos.

 

Destruyen las ciudades estas pretéritas ingenierías,

matan a los ángeles músicos

rompen las hiedras y las volutas de “tierra romana”,

y abajo blindex donde abrían las puertas en caoba

              o en cedro misionero talladas

hacia la mayólica oriental y la cancel sin postigos,

hacia le patio interior con alta palmera susurrante,

              el yatay doméstico

como una gran antena que recogiera todas las ondas hertzianas

              de una Europa envuelta en guerra,

en noticieros de sábados vespertinos ante la familia unita

discutiendo todos sin entenderse frente a una radio con válvulas,

 

              extraño poltergeist

y un coro evangélico de pastores tecno, en días de adviento,

anunciando la resurrección de la Máquina el Juicio

              y la reencarnación del chip

mientras hubiera cumbia y “punteros” dispendiosos de blanca

              en los barrios de Concordia,

y una fanfarria de cornetas  plásticas festejará

ya no el último gol en el Campeonato de la Liga

sino la estrepitosa cadencia de las patrullas policiales,

              -todo mal fierita, todo mal-

 

Así y todo supe de aquellos bagreros

que en las madrugadas diáfanas volvían con sartas de amarillos

y aparejos de piola que extendían al sol pálido de junio.

Yo los vi, rotas sus manos de espineles y albañilerías.

Yo os conocí con un cigarro fuerte entre los dientes,

un cigarro confeccionado para hombres duros,

criollos duros,

criollos duros cuyos ojos se perderían

buscando un remanso y un pozo esquivos en las brumas.

Supe de aquellos bagreros -deis is requiem-.

Yo los vi, con la “palanca” al hombro

y un surubí panzón en cada punta

voceando la santa adquisición nocturna.

Furtivo el mundo que los parió, perdidas las orillas bagreras

y aquellos cardúmenes que subían cuando florecía el lapacho

y aquellas cardinales constelaciones

a donde buscaríamos la lluvia y la sudestada,

la helada y el dulzor de las mandarinas,

y hasta aquel tren del sur que nunca terminaba de llegar

              desde una luminosa Buenos Aires

              como después habríamos de recordar.

 

Y como después habría de recordar:

Después llegaron un amanecer con camalotes y en sus barcos de fuego,

un sonido de émbolos, correas y hélices por delante de aquellos piróscafos

que vendrían dejando una novedad de comercio,

              primarios inventos y máquinas de bronce,

en un río cuyos surubises subían hasta la superficie

              para tomar el sol del mediodía,

el último sol que alumbrara el último día del siglo

cuando supimos qué debíamos hacer con estas palabras:

              heterodino, psciodelia, mautilus,

             reóstato, arrobas, neutrinos,

y una potencia acuática,

un torniquete de aguas claras disparado hacia los olores costeros

con Menotti y el abuelo Vittorio cocinando un chupín de manduvé

y aquí, en el plenilunio de julio,

              el más alto plenilunio,

con el Miguel Angel prepararíamos caña con ruda

para que los viejos no estén tan huérfanos en su limbo de pesquerías

y a partir de agosto se fortalezcan estas osaturas

y aquellos aminoácidos que ya habían sintetizado

              los curanderos de provincia.

 

 

 

(De “Ragas”)