BASTA UN POCO DE FE / PARA MOVER EL MUNDO, POR RICARDO MALDONADO

La intervención de la lectura en el “ADENTRO Y AFUERA” de Marcelo Leites implica ver una ventana desde otra ventana, observar y saludar, intercambiar señas en un día gentil cualesquiera de estos. Quizás allí radique el modo de aproximación, a la distancia y a ojos vista; el libro lo permite, acá están en uno su espesor simbólico, su paratexto y su práctica definitiva del lenguaje. Sé que hasta dónde llega el escritor y resuelve su poema, ahí y desde ahí parte el lector; la dirección que toma es singular y en la mejor correspondencia, reincidente. Así comprendo que la imagen de tapa implica un aquí estoy de Marcelo, su amorosa costilla y el río sostenidos en la palma de la canoa para un solo de agua fluorescente. Allí caben el estar y el movimiento al que atienden, ajenos al observador de la portada, puestos que están inmersos en cierto diálogo. Portada puerta, abro y entro a su adentro tripartito: “Otoño” –“Adentro y afuera” –“Homenajes”; Ahora sí estoy a merced de lo impreso, veremos entonces algunas impresiones y resonancias, según mi forma de acomodarme a su lectura, mi disposición para el trato con su primera lectura, sabiendo que de ese primer contacto, su encanto o su desencanto, derivará una segunda y una tercera lectura que es cuando, estimo, el poema se completa en uno, se queda o se despide. El que lee revive y reconfigura lo escrito, hace prenda de su pronunciación. Uno es el texto que queda en el papel y otro es el texto que reverbera y labora en uno, ausculta para hallarse.

Así, a modo de los copleros japoneses, las “Miniaturas II”, calzan una velocidad de lo propositivo y lo conclusivo para entrar descalzos y ligeros en la cita del conocimiento: “A la velocidad de la luz: / un segundo y se apaga. / ¿Y eso es todo?” // “Sin un quiebre, un corte / una sutura/ es casi imposible escribir”... Una poética tentativa como para situar las condiciones del juego; de dónde partimos, de qué hablamos, cómo se baraja. Luego la cita que Calveyra lleva a su escritura, seguramente apuntado en su libreta de fijar voces del pueblo por eso del “No te olvides...”, esa extensión de la advertencia y la solicitud, entre ellas “No te olvides que la poesía es un parpadeo en la oscuridad” y no olvidarse de (...) “de Juan, que nos dio los ojos para ver el paisaje, / no te olvides”. Coincido con el poeta en la conclusión afirmativa de que “...la belleza, / que es una energía tan poderosa, / como el agua, como el río, como el mar.” En las variaciones del otoño el poema III intenta unas salidas, pero repercute pálido, casi exangüe. La comparación se afloja del todo, se escurre playa cuando el amor es como el cactus, a penas. Y en el poema IV la inmediata decadencia del tiempo se hace patética y el creer es un último recurso irracional de sobrevivencia. El poema V donde el sueño fatídico tiene la misma fijación y la salvación al despertarse cuando “Antes de estrellarme caigo para arriba / y me despierto agitado como siempre / y cada cosa vuelve a ocupar su lugar”, se desprende con un liso discurso narrativo para la sorpresa del vivir encajado en la certidumbre, la realidad lo salva al fin. Leo el VI, y me siento apelado cuando Marcelo afirma: “La distancia que hay entre la empatía / y el amor es inconmensurable, / pero sólo a cierta altura de la tierra / podemos notarla.”, lo demás discurre demasiado simplemente, seguramente a propósito para romper cierta ansiedad lírica. Voy al poema VII, donde es perfecta la declaración de la mujer en contingencia existencial insatisfecha, el no lugar de la falta de amor, la trampa de los años que vienen por ella. Leo el VIII, cruzo su discurso, su anhelo aforístico “Vemos una cosa por otra porque sólo vemos/ una parte de la realidad, la verdad casi siempre es otra cosa, / y queda oculta. / ¿Cuántos velos podemos llegar a tener?”. Al leer este poema me digo que ningún poeta puede escapar a este deseo de cerrar en más conocimiento y hasta en algo de sabiduría. Así todo puede ser, digo, “empuñaduras”, llaves para la conciencia.

Hasta ahora solo percibo razonamientos entrecortados, una suma de segmentos para avalar determinadas conclusiones deterministas. Estoy buscando la poesía... avanzo, leo, a ver...Aquí, en el poema IX, hallo el mejor logro poético de todo el libro. Es como un juego de dos manos que se escriben, con la derecha propone y con la izquierda invierte. El musical “como” le sirve para herir el sentido del enunciado previo y abrir nuevas puertas que a fuer de comparaciones descerraja alumbramientos, nuevas conquistas, poética al fin de Marcelo Leites. Vale una cita: “Como el que permanece / del lado de la sombra / y oculta su cara / Como el que su cara / deja del lado de la sombra / que oculta su verdadera cara”; y así en las diez piezas y en la undécima que concluye en un calderón “Como ese / como ese ... / sumergido en un mar de dudas / para siempre”.

Un bello poema, el X, de momento exacto, preciso, acotado, casi crónica. También lo aforístico en la conclusión: “No estamos hechos para mirar / esa luz de frente”, realidades al fin que desnudan la imposibilidad o la cobardía de comparecer ante ellas. También el XI, poema completo y magnífico, para mí sin desperdicios y digno de leerse siempre con otros y para otros.

Voy al XII, el “Otoño” muestra sus sincronías que afrentan de alguna manera ese yo fragmentado, cuestionado hasta la raíz, hasta la pérdida de la razón, el extrañamiento de la propia mano que escribe, la enajenación de la personalidad a pesar de apreciar esa partitura de perfecta armonía, lo que se da naturalmente tal como es y el poeta allí se sostiene. El texto narra este suceso. Voy al XIII “Como si tal cosa” es un poema de deriva, de sumatoria comparativa, del “como” disparador, el obturador de la imagen a la velocidad justa, la abertura de uno en uno que luego se muda a la infinita posibilidad de estar en ninguna parte y que “lo único que hubiera / fuera una voz perdida en las palabras”. Y ya se anuncia ese adentro y afuera que configura la cuestión de esta obra.

A mi gusto y proceder en la escritura, los epígrafes no hacen ni aportan al poemario y a la voz del autor, salvo otros puntos de vistas, muletitas, discutibles por más que tengan firmas consagradas; se podrían ahorrar esos amparos condicionantes que no aportan a la construcción del poemario. La minuciosa circunstancia de una cascadita lo restituye al paraíso perdido, lo reconcilia en esa paz (“Cascadita Dri”). Abre atención al entorno de pájaros y plantas, niño, mujer y hombre en el contexto, la disociación perceptiva del tiempo, la fe en la realidad “para mover el mundo”y que aún “debajo de los sauces”, muy contenido en esa descripción del “paisaje”, piensa también que “por escribir poemas (los hombres)se olvidaron de vivir”. En definitiva vale la constancia del cuerpo como único lugar cierto y por el que “hay que dar gracias”. El dilema del adentro y el afuera, lo opuesto que se atrae y se extraña, el vos y el yo, el poema como pretexto para plantear estas cuestiones sin solución, pero, me pregunto, dónde está el destello del poema, la aparición, el develamiento, qué dice de importante o novedoso o fundante que ya no se haya dicho en tratados. Y en ese “adentro y afuera” encuentra la conjunción del soy en uno de sus versos“...el que se encuentra después de un largo viaje”.

En “Ars poética” todo lo que niega se puede afirmar y viceversa, se contrasta, se contradice, se niega y se afirma en los propios poemas del libro. Para mí está ausente la poesía en ese texto, se lo puede expresar en manifiestos, tajantes aseveraciones, posturas de plumíferos varios.

De alguna parte viene la poesía, nos toca, parece que sucede a pesar de nuestra voluntad, pero nuestra decisión poco pesa en la escritura que provoca, a texto corrido barre en “Ars poética II”, hasta dar con la saludable certeza de una garza sobre el río, una constancia de realidad circunscripta para hacer creíble el mundo, a confesión suya “...llegado cierto punto todas las palabras son superfluas”, salvo aquellas al fin alcanzadas en un baño de salud real: “apacible, delicia, constelación”.

Abre otra cita mediana el capítulo “Homenajes”. En alto grado de consideración poética los hijos, la luz terrenal de Vale y la visión certera de Joaqui. El amoroso poema a la madre, la “mamma”, en un balance de lo vivido con cierto espejo en Sofía Lorena través de los años puestos en el esfuerzo constante, la terquedad por mantenerse íntegra, lo heroico de un silencio de puertas adentro en esa mujer y en el afuera que se hace justo homenaje de su hijo, el poema da cuenta de lo vivido. Releo la cita de Pavese y me digo, qué justo. Los demás poemas de este capítulo, del yo y sus circunstancias cruzadas de citas y pasos forzados, con temas y soluciones que poco tienen que ver con una manera rica de resolver lo oscuro, lo claro, lo íntimo, lo declarado, etc. etc. los dejo para otra ocasión, prefiero volver a releer los mejores poemas que para mí están en el capítulo I.

Más tarde en el tiempo, cuando estos poemas por alguna razón me llamen seguramente volveré a releerlos y de ahí quizás sucederán otras lecturas. Marcelo los ha dejado a merced del papel, respiran solos y hasta aquí fueron mis impresiones.

Ricardo Maldonado
Nogoyá / mes 1 del 21