Los consejos de mis amigas son un lugar común.
Los costados de los besos son un lugar común.
Los reproches de mis hijos,
pedradas de gomera en el corazón de pájaro de mi torpe maternidad.
Sus ojos desvelados al pie de mi cama
pidiéndome el cuerpo
sus manos de tanta hijadumbre
son otro lugar común.
En un lugar común estarán sus nombres que no son comunes.
Pero entonces el amor es un lugar común.
El hambre
el sexo
el deseo
son lugares comunes.
Pero el amor es un oráculo.
Pero el amor es un mapa.
Es una rayuela.
Le lengua es un lugar común.
Los dientes hincados en la palabra
que siempre es otra, nunca la misma.
No aprendimos a leer sino lugares comunes
aún en la incomunión y en la muerte.
La muerte.
La muerte es otro largo lugar común
abrasada y desbrasada hasta el hartazgo
si no le queda ni un poco de tibieza nueva
ni un triste deslumbramiento.
Que morimos y que amamos y decimos renacer es un lugar común.
Hablar es un lugar común.
La poesía es un lugar común.
Pero el amor es una llaga.
Pero es una saeta.
Una guirnalda golpeada por el tiempo en cualquier parte de la casa.
Me pasa lo que le pasa al cuerpo:
le pierdo el pulso al poema.