Te acordás esa honda, boscosa incertidumbre?
Ese andar titubeando, tartamudeando,
te acordás
de cuando llega la hora de la lechuza,
qué hay detrás de tus ojos,
qué hay detrás de tu lengua,
qué hay cuando resplandece algo
pequeño, inaudible,
resplandece algo
palpitante y tibio,
te acordás,
a la hora de la lechuza,
ver con sólo mirar, ver cualquier eco respirando
cualquier corazonada?
Y cuando se mueve todo con la fosforescencia de lo infinito
de lo inagotable
con la premura,
con la urgencia de lo infinito
de lo inabarcable,
del tiempo que no va a andar como anda,
así, te acordás,
tosco, permanente,
con aire de durarlo todo,
como ahora que te llega la hora y puedo decirlo,
te acordás cuando a veces podés,
cuando siempre podías?
Te acordás de la letra junto a la letra,
y el resplandor en la lengua,
en los ojos de la lengua para ver lo que hay que decir,
decir lo que no se ve,
lo que parece como un grito
como una brazada en medio del río,
como un cielo?
La letra, te acordás,
puesta a brotar junto a la letra,
en el cielo que es el río del poema?
Te acordás que cuando nunca podré,
cuando no hay hora de la lechuza
cuando no hay fosforescencia,
te acordás que cuando nunca podías
sólo era desconsuelo,
tartamudear
titubeante,
tropezando a cada rato con una lengua y unos ojos ajenos
más mudos que nada
más lejos que todo,
separada de vos como por mil estrellas
animalita callada infértil,
te acordás
de cuando a veces no podías,
no podés, ni con el peso de tu nombre?
Pero hay,
te acordás,
más noche que vida.