“El molino no está más, el viento aún está”. Y la vida prosigue su cíclico desgaste. Su periódico renacer por sobre ruinas y silencios. Por eso, un sol de carne puede revitalizar la yerta caricia de la arena. Y Vincent también es, a pesar de cuervos y picotazos que no cicatrizan...
Luis: Vincent está ahí en tu poema, con su agónico desvelo. Pero tras cerrojos, finezas del intelecto, magias de la imagen, exilios de flores, agónicos crujidos de soles sedientos, te reencuentro en esa isleña actitud del hermano que se abraza a sí mismo, para forjar la fortaleza imprescindible. Pero entonces, presiento que debo advertirte: la luz deberá ser tu escudo y tu lanza. Sin embargo nunca sabrás dónde se desangra el viejo clamor. Pero siempre, Luis, siempre estará el viento para recordar a los molinos...
Héctor Izaguirre
He aquí el poema de Luis Alberto Salvarezza:
DE THEO A VINCENT
In memoriam de mi padre y a mi hijo.
Preferiría
no decir nada
a expresarme débilmente.
Hermano:
la sentencia ha de cumplirse.
Pero
¿ por qué
un sol de carne
en tu carne de arenas verticales?
¿Qué
edades no vividas
has heredado y qué flores en su puro corazón
de exilio?
Aquí la forma
que quería Blake
para el tigre.
(Un resumen de ajadas memorias…).
Y los trigales
como engarzadas diademas.
La muerte de oro.
Vincent:
te pertenece su silencio,
su límite de lágrimas…
Pero
¿por qué los cuervos sobre ti
se zambullen en fuego
y a picotazos,
como en una fiesta,
explotan el área inusual
de tu grandeza?
Y Dios tan lejos.
Hermano:
abrázate, entonces, a ti mismo
si algo de ti han dejado
la dulce ferocidad del amarillo
y sus urgencias
y el azul irrefrenable
de los efectos y el aire.
Porque el canto sigue
aunque en otras huellas
y a nosotros sólo nos queda
el filo de esa antigua costumbre
y las manos que nombraste y no aciertan…
Vincent:
¿el hombre a qué rama desasida pertenece,
a qué tristísima curvatura,
a qué dimensión del aire?
¿Dónde se desangra?
Y un temblor de pulida arena
lo anunciaba.
Y todo el encuentro
y la luz sobre su rostro.
¿Pero qué rostro
será rostro final
en la intemperie?
Vincent:
en Amsterdam, ayer, nevaba.
Yo, simplemente, me enciendo
a tu lado para la muerte.
Tu nombre,
redondo y amarillo
como los girasoles,
tiembla al borde del último abismo,
es como un anuncio de posibles resurrecciones,
un vínculo con la ardiente trama,
rito o magia o simplemente identidad del goce.
Donde quiera que sea estará doliendo,
le consta al viento,
lo dispone la ley del más fuerte;
y porque el dolor fue alarido, lágrima y ruego
la luz tiene una obsesiva y vacilante finura,
tiene un límite de lanzas y timbales.
Vincent: si un mal acaba,
debemos protegernos, otro llegará.
Demasiado grito
para esto que innecesariamente calla.
Invéntate, entonces, un silencio.
Haz que se haga memoria,
abierta noche de lo ilimitado,
tallo, floración o fruto,
continuidad simplemente.
Cuando renuncies a algo,
algo habrá muerto.
Y porque fuimos
los únicos que soñamos la inmoralidad,
seguramente, la perdimos.
El sol, tu aliado,
estallaba sobre Auvers.sur-Oise.
Vincent: a la hora de la siembra
tú ya habías cosechado.
Y aunque a veces fue necesario querer
como si no se quisiera
la tarde fue ese anticipo
de los higos en las brevas,
la inocencia un presentimiento.
En Auvers-sur-Oise
nómbrame con el nombre de la ausencia.
Vincent: deslizándose como una gata,
inadvertida, la locura
añade un párrafo a tu leyenda,
arrastra un adiós desde tus pasiones,
trae consigo el hambre ancestral de los orígenes,
un ocaso de lluvia y sangre en sus garras,
un siempre y un nunca
nombrándote en su jaula de cielo,
de arabesco, cuchillo y luna.
Vincent:
una espigadora
ha perdido la hoz
y brilla en el campo
como la luna.
En Rotterdam
se hizo elogio la locura:
plumas, greda y luz,
pájaros y alumbramiento.
En Zaandam
los molinos de viento
sobreviven la floración y los racimos
y una minúscula extensión de luna
al fuego.
En una isla del Pacífico
Gauguin talla una madera,
frente a la Isla Victoria
Cézanne llora.
Vincent:
los picotazos no cicatrizarán.
Los brazos semiabiertos de los labriegos
recibieron la lluvia.
Y la lluvia también
les caía vertical,
festiva, rosa y gris desde el alma.
Vincent:
cuando el tiempo
es lo que uno llora
se curva en arco.
E intuyo jirones de orfandad,
un lila desmedido,
intenso.
… a la vista de todo
se desangró llorando,
quiso ser fruto,
sazón, pulpa solar, intemperie.
El querer se hizo presagio,
luego anuncio ardiente.
La muerte,
cerrada como un pozo,
exhalaba un amarillo intenso…
Los trigales balanceándose
acercaron violentísimas. luces, se adherían…
La tarde,
sin embargo,
siguió colgando de las ramas,
aunque enmudecida.
Auvers-sur-Oise lloró en el azul cercano
de los alfalfares.
¿Quién,
quién reconoce
el obstinado peso
de la eternidad
e insistentemente
lo repite?
Ni escéptico,
ni escriba,
ni fariseo, sino pintor:
un ámbito quizás más ardiente.
“Cubierto está de soledad
como de vestidura”.
Se llamó
Vincent Van Gogh
y redonda y amarilla
fue también su muerte.
Amsterdan, 1982.