I
Anoche te llamé con mi corazón
y, como yo, estabas sola.
Ese libro amarillento en tus manos
era una inmensa polilla de mil voces
que te invitaba a romper los muros de la casa
con tu pelo suelto.
Pero mi pobre corazón es una bestia destartalada
intentando verte a través de la distancia
abrazarte con piel de lobo.
Solo las palabras no acudieron
a esa comunicación
infinitamente llena
de posibilidades.
II
El silencio del pan sobre la mesa
la mañana mojada
en la calle de tierra,
te espero cantando con las manos
una canción de mariposas rojas
caídas.
Será porque estos días,
que son el otoño,
no dejan respirar el frío
en nuestra casa.
Será porque te espero,
que siento tu nombre cargado en mi espalda
como un par de alas hermosas
que pesan como el infierno.
Será que no hay retroceso
una vez que una espera
así
con la mañana mojada
o el pan sobre la mesa
si el amor circunda
preñando el aire
de semillas.
IV
Hoy descubrí que cantando
se asemillan las palabras
pequeñas semillas condensando un íntimo infinito:
el verde
siempre haciéndose
el aroma a albahaca
de tu nombre.
Mientras no estés voy a plantar mi voz
por toda la casa
a ver si así venís
también cantando.
V
Pronto han de envejecer
estas flores,
estas migas de pan,
aquella canción que te hacía dormir
en las noches de invierno,
este olor a soledad.
VI
Los abrazos que no nos dimos
se quedaron en nuestra casa,
los siento caminar por las noches
moviendo las cortinas,
los escucho rugir su frustración
escondidos en los rincones
más oscuros.
Temo
que cualquier noche de estas
terminen por despedazarme.
De Cuaderno para brujas (Editorial de Entre Ríos - 2019)