Revista Fray Mocho N° 97, del 06 de marzo de 1914.
Un pintor y poeta entrerriano que quiere hacerse célebre.
Juan Ortiz, de 17 años, que ha venido de Entre Ríos a caballo, a pie, a nado y en bote para vivir de sus versos y de su pintura en Buenos Aires.
He aquí un muchacho criollo, valeroso y temerario, que sintiéndose artista y queriendo triunfar, abandona Entre Ríos, su provincia natal, y sin más patrimonio que una delirante fe en sí mismo, se viene a Buenos Aires a vivir… ¿A vivir de qué? A vivir, ¡qué ironía!, de sus dibujos y de sus poesías. No teniendo dinero, sale del Paraná. Primero, a caballo; en seguida a pie; luego a nado, y por fin, en bote… Y así pudo llegar a Buenos Aires. Se llama Juan Ortiz. Es un muchacho triste, está solo, pero es de los que llegan.
¿Su historia? Es una historia sin aventuras. Es la historia vacía de todos los chicos que pueden llegar a tenerla.
Hijo de la aldea, vivió allá siempre. Dibujaba. En la escuela del Paraná sus compañeros nos peleábamos por guardar sus dibujos. Retrataba a sus condiscípulos, y en las tapas de los libros hacía las caricaturas de los maestros.
Cesáreo Quirós vio los dibujos de Ortiz. Y bien sabía Quirós que cualquier pibe de cara sucia que en la escuela traza cinco rayas, puede llevar escondido un artista futuro. Y en Ortiz lo vio perfectamente. En aquel tiempo Quirós, rodeado de todos los chicos del barrio, en un barracón del Paraná, lleno de luz, trabajaba para obtener su primer premio en la Exposición del Centenario.
Ortiz y Quirós se hicieron amigos. Quirós dejó al muchacho rayar y pintar… Y cuando regresó a Roma quiso llevárselo. “En este chico hay un artista, un bravo y verdadero artista… Estudiará bajo mi dirección y le conseguiré una beca del gobierno”, se dijo Quirós.
Y la madre de Ortiz, una gruesa señora muy buena, se opuso. Ella lo quería mucho; no quería, no podía separarse de él. Obstinada, la pobre madre muy buena, lloraba, y Quirós se fue solo. Se quedó triste el chico como un pájaro salvaje al que, queriéndolo mucho, le hubieran cortado las alas para evitar que se fuera. Y siguió su vida de siempre, un poco más triste y un poco más loco…
Después empezó a hacer versos… Yo no los leía. Un chico flaco, loco, que dibujaba, que se ponía corbatas grandes, negras, y hablaba atropellándose… ¡bah!...
Sin embargo, una amiga díjome un día: “¿Cómo es posible que se publiquen los versos de Ortiz?... Son horribles, sin pies ni cabeza, llenos de disparates, hasta indecentes, impropios de leerlos señoritas…”
Y mi amiga, que lee mucho, que se sabe de memoria las obras de “Carlota y de Carolina” y se peina muy bien, se escandalizaba. Entonces, ¡debían tener algo de bello los versos del muchacho!... Una siesta, aburrida, abrí los diarios y quise leerlos.
¡Algo de bello!... Ortiz es más artista con la pluma que con el lápiz. Sin embargo, son versos malos, a veces tienen ripios, chocan… Con ideas hermosas que llegan a los nervios. Versos llenos de rugidos. A veces una palabra rebuscada… “Pero, eso no importa. Llegará. Vencerá”, decía yo. ¡Qué rabia!... se reían. ¿Por qué no podía él tener talento? ¿por qué? ¿Por haber nacido pobre en una aldea? “Por eso, por eso mismo había que creer en él.”
Un día Ortiz resolvió venirse a Buenos Aires. Estaba aburrido. Estaba decidido y se iba “mañana”. No tenía dinero; llegaría allí con unas monedas… pero llegaría; a caballo, a pie, a nado y en bote…
Y salió sin más equipaje que su cerebro, llenos de ensueños los bolsillos, y sin novia que, llorando, agitara el pañuelo blanco “bajo un cerezo en flor”… (En la vida pasan las cosas al revés que en la literatura).
Y esa mañana, con su melena rizada y su corbata negra y flotante, tan anárquico, tan bohemio, tan lírico, desapareció de su casa. Se fue solo. Y él, que pudo haber ido marchando seguro por su ruta de porvenir trazada por uno que venció, se fue solo, pobre, triste, a tirarse de cabeza en medio de la vida para que ésta, ¡mala!, le matara sus sueños… ¡Pobre chico! Es hermosa la bohemia; muy hermosa para leerla y para mirarla. Ahora, en Buenos Aires todos le prometen. Pero el pobre chico tiene hambre… ¡Sufre! Sin embargo, no decae su fe. ¡Qué bello es eso!
Salvadora Medina Onrubia.
Nota extraída de: https://digital.iai.spk-berlin.de/viewer/!toc/863760295/1/LOG_0003/
Sobre Salvadora Medina Onrubia, autora de la nota:
En ¡Arroja la Bomba! - Salvadora Medina Onrubia y el feminismo anarco, de Vanina Escales (Editorial Marea; Buenos Aires: 2019); libro que está dedicado A la memoria de Emma Barrandeguy, Amércia Scarfó y Osvaldo Bayer, y a Helvio Botana Hayashi.
Vanina Escales, a propósito de Salvadora Medina Onrubia:
“¿Por qué alguien desaparece? Casi todos sus libros quedaron durante décadas en primeras ediciones, con lecturas esporádicas de la crítica literaria. Pasó a formar parte de la historia como un dato secundario de biografías salientes: abuela de Copi, esposa de Natalio Botana, amiga de Alfonsina Storni, de Simón Radowitzky, de Severino Di Giovanni y de América Scarfó. Tuvo un modo singular de ser anarquista porque quiso que las mujeres pudiéramos votar, fue también teósofa y espiritista. Sin embargo, ninguno de esos términos hace justicia a su modo personal de habitarlos.
Este libro creció prestando oído a la resonancia de las palabras de Salvadora e hizo sus derivas siguiendo las conversaciones que lo alimentan con Emma Barrendeguy, Amércia Scarfó, Gloria Machado Botana, Alejandro Storni, “la China” Botana, Osvaldo Bayer y Helvio “Papo” Botana Hayashi, mi amigo extraordinario. Sus contemporáneos ya no viven”.
Este fue un aporte de Omar Lagraña, a quien le agradecemos habernos facilitado tanto la nota "A caballo, a pie, a nado y en bote" como la información sobre la autora de la misma, Salvadora Medina Onrubia.