El mar con árbol donde yo he nacido...”
José Pedroni
Amarillo.
El color de Van Gogh.
Color de la locura, de los girasoles, de sol brillante, abrazador,
del oro que reluce, de lo que reluce y no es oro.
Amarillo de pasto seco, de sombrero de paja, de desierto, de sed.
El mar, aunque no lo sepa está contenido en el a mar illo:
La inmensidad en lo diminuto.
Ah! Mar... y yo...
A M A R I L L O
Brillo de ámbar
Amarillo martillo
¿Amarás pajarillo?
Amarras atan la jaula que cuelga del árbol.
Y dentro un canario amarillo,
con trinos amarillos, agudos silbidos amarillos
ásperos como el sabor del membrillo
picantes como jenjibre amarillo
con persistencia de azafrán
grititos como gotas de limón
relucientes como el oro, del sol, sobre el mar,
sobre el agua inmensa y encubridora del mar
del ruido sin fin. Un murmullo crece en la dorada cabeza de Vincent.
Y resuena hasta el fondo de sus ojos
celestes como el mar.
Y queda , queda amarrado, amartillado, amarillado
y no sale por esa única oreja
que él apoya suave sobre la pared.
Un cuadro con girasoles nos devuelve al amarillo interminable
del campo bajo el sol reluciente de oro
que brilla pero no es oro
es soledad.
Amarilla soledad de cuervos negros, no de canarios amarillos.
Soledad de mar
en el amarillo de una lágrima de ámbar que cae.
Última gota de un grifo
en un patio con parral y malvones.
Dos ojos ingenuos miran con fría ternura
la puesta de sol sobre el mar.
El redondo sol amarillo se hunde en la oscuridad
mientras en el iris, ese ventrílocuo celeste de la luz
se refleja otra despedida.