ANDREA MARCÓ SOBRE "LOS PIES SOBRE LA TIERRA FLOJA"

UN RECORRIDO QUE RESCATA

ESE OTRO MUNDO QUE ES LA INFANCIA

 

por Andrea Marcó

 

“Los pies sobre la tierra floja” nos propone un reencuentro.

Este libro puede ser leído tal como nos plantea su autor, como un álbum lleno de imágenes de un “otro mundo”, perdido en los laberintos donde la memoria y los recuerdos se desdibujan.

Por eso creo encontrar un tono entre nostálgico y emotivo en este reencuentro. Esos recuerdos se van reencontrando y redibujando en potentes imágenes que, como el hilo de Ariadna, nos guían en este laberinto donde las emociones despiertan a ese otro mundo, el lugar del pasado, de la infancia.

Podemos leer entonces el recorrido del camino desde y hacia las raíces, de la identidad, en una serie de estampas, impresiones, llenas de colores, olores, sabores…

En el Pre-texto el mismo autor hace una síntesis del origen de este libro, y hace referencia a tres aspectos que son una clave para su lectura: la sensorialidad de las emociones, los hechos minúsculos, y la palabra que los hace presentes, que los rescata y con la que los comparte.

Cada una de las tres partes de este libro mantiene este hilo conductor.

Cada una de las partes del libro puede ser leída como una etapa en este reencuentro con el pasado y con la identidad.

Los textos brevísimos de la primera parte retoman el título del libro, la tierra floja, metáfora sobre la ausencia de huellas, y el amor como motivación para el inicio de este camino. El amor aparece como una experiencia de luz, de aire, de fuego, de agua, inasible y sin embargo pleno. En algún momento es una experiencia cercana a la muerte, si pudiéramos recordarla. Hay en estos poemas un estado de quietud plena, un primer acercamiento a ese otro mundo, donde las huellas que no están son el primer motivo de la búsqueda, y son, justamente por eso, imborrables.

La segunda parte, la parte central de este libro, compuesta por veinticuatro textos, que son veinticuatro imágenes que van recobrando a partir de las emociones y los sentidos, a partir de lo diminuto, de las pequeñas cosas y hechos cotidianos, van recobrando, decía, los recuerdos de una infancia guardada en la memoria, y rescatan de ese otro mundo una identidad propia.

Aquí el tiempo aparece detenido, se desdibuja, se diluye, deja de existir. Los lugares que se recorren son los que han dejado su huella, el campo, el río, la escuela, el puerto. Y aunque no los nombra, nosotros, sus lectores de aquí (1), encontramos fácilmente la referencia de cada lugar, y reconocemos las propias experiencias en las experiencias retratadas. Porque ese otro mundo y ese otro tiempo se transforma en un espacio-tiempo mítico en el que podemos sentir que ese recuerdo es compartido.

La palabra se hace insuficiente, plantea el desafío de expresar, y por eso, deliberadamente, aparece forzada, vulnerada, exigida para darle forma y cuerpo a aquella emoción recobrada.

En la tercera parte, Un minuto con padre, con textos más extensos, más densos, el trabajo sigue siendo con los recuerdos. Son textos que plantean a partir del sueño, la magia onírica del reencuentro. Aquí los límites se desvanecen, aprisionan y liberan, luchan, se enfrentan y se recobran. El tiempo se anula. El carácter onírico del texto le permite plantear un juego que muestra y a la vez oculta, que despierta la inquietud, el no estarse quieto, y a la vez la inmovilidad.

De modo que el recorrido efectuado, desde la quietud elemental del principio, a esta otra quietud, más cargada de densidades y texturas, es un camino desde un estado contemplativo, donde la imagen despierta el recuerdo, la emoción y los sentidos, a un estado de movimiento interior, donde es la propia emoción, en estado puro, la que invoca el recuerdo, busca la imagen y la conjura.

Terminamos de leer Los pies sobre la tierra floja, y nos encontramos que nosotros hemos recorrido ese mismo camino, que hemos recobrado imágenes del pasado, que ya dejaron de ser las de Jorge Montesino, del puerto del Concepción del Uruguay, de la Escuela 4, de la casa de sus abuelos, para transfigurarse y tomar la forma y el cuerpo de nuestra propia infancia, y este proceso nos identifica y a la vez nos diferencia, nacido de la palabra, de la imagen del “suabe buelo”, es tal vez el acercamiento más auténtico al que podemos aspirar cuando leemos poesía.

 

Concepción del Uruguay, diciembre de 2001

 

Este texto fue leído por su autora en la presentación del libro

“Los pies sobre la tierra floja”

realizada el 13 de diciembre de 2001

en la sede de la U.N.E.R. (Universidad Nacional de Entre Ríos)

de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina.