La autora acaba de publicar No es un río (Random House, 2020), título que cierra una trilogía “involuntaria” con sus dos anteriores novelas: El viento que arrasa y Ladrilleros. “Cuando empiezo a escribir algo casi nunca sé nada. Lo que tenga que ser escrito, va a ser develado en el mismo proceso de escritura”, destaca Selva Almada en diálogo con La Primera Piedra. Lenguaje inclusivo, concentración en tiempos de pandemia y un acercamiento a la poesía.
“Así debía ser un hombre, de pocas palabras. Y aunque tenía ganas de soltar la lengua y preguntarle un montón de cosas, no abrió la boca; mirando de reojo hizo lo mismo que hacía el otro”, se lee en el cuento “Un primo” de Selva Almada, descripción que sirve para caracterizar a los protagonistas de No es un río (Random House, 2020). Esta novela viene a concluir con una trilogía que se fue conformando con el correr de la escritura y que incluye a dos de sus libros más leídos: El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013), ambas publicadas por la editorial Mar dulce.
A lo largo de esta historia, dos amigos y el hijo de otro amigo fallecido van a pescar a un lugar que los recibe y los expulsa al mismo tiempo, donde la violencia hacia la naturaleza y entre las personas se entremezcla con los matices que conforman todo vínculo humano. Eusebio, ese personaje que murió también en una noche de pesca, vuelve todo el tiempo en la novela gracias a la habilidad narrativa de Almada: una no linealidad temporal ni espacial que logra la fluidez misma de un río. “Cuando empiezo a escribir algo casi nunca sé nada, entonces siempre es entregarse a la incertidumbre. Entonces, lo que tenga que ser escrito, va a ser develado en el mismo proceso de escritura”, cuenta la escritora a La Primera Piedra sobre el proceso de trabajo de No es un río en el que muchos personajes a priori secundarios van ganando cada vez más importancia.
Dueña de una voz personal en la literatura argentina, en donde se logra recuperar el habla cotidiana, las personalidades que se retratan en sus libros se entremezclan con las características de los paisajes. En su última novela, la autora nacida en Entre Ríos en 1973 lleva al límite la propuesta del recorte para que el lector pueda reponer, coqueteando con la síntesis propia de la poesía. “La idea que tenía para este libro era que tuviera un tono poético, la síntesis que puede tener ese género”, destaca al respecto, al mismo tiempo subraya la importancia de la lectura de ciertos poetas en los últimos años.
Concluida en febrero y publicada en plena pandemia de Covid-19, Almada se encuentra en Abasto, un pueblo cercano a La Plata, en donde comenta que estos meses extraordinarios no fueron los más productivos en términos de escritura, como se podía llegar a pensar al principio de todo esto. “Hay cuestiones más de fondo para pensar: por qué llegamos a esta situación y que están directamente relacionadas con el planeta, con el uso y abuso que estamos cometiendo. La contaminación, los incendios en el Delta, me parece que en todo caso si esto sirve para algo tiene que ser para generar cambios más de fondo. Yo no tengo hijos, pero quienes sí tienen, ¿qué lugar aspira dejarles?”, señala sobre las secuelas que puede dejar este momento.
—La primera pregunta es medio inevitable, ¿cómo vas llevando la pandemia?
—La verdad que en lo personal bastante bien, porque no estoy viviendo en Buenos Aires. Estoy desde el verano viviendo en un pueblo cerca de La Plata, Abasto, porque estaba arreglando mi casa y por cuestiones de la pandemia todo se suspendió. Hay verde, hay árboles, hay fondo para caminar, así que en ese sentido bien. Después, la falta de contacto con los amigos, con la familia, no poder viajar a Entre Ríos a visitarlos, se vuelve bastante pesado con el paso de los meses. Todo lo demás, como trabajar en mi casa, era algo que yo ya estaba acostumbrada a hacer, más allá de dar ahora los talleres por Zoom. La parte social es la que más extraño, como las presentaciones de libros por ejemplo.
—Hablando con diferentes autores y autoras, hay respuestas bastante diferentes respecto a la posibilidad de concentración tanto para la lectura como para la escritura. ¿Cómo se dio en tu caso?
—No estoy escribiendo, al contrario de lo que se pensaba de que podía ser el momento ideal. La verdad es que no me pude enganchar con ningún proyecto de escritura, aunque también es verdad que en febrero terminé la novela, pero estoy medio desconectada con la escritura. Con la lectura tuve periodos: al principio de la cuarentena leí bastante, sobre todo libros que tenía postergados por falta de tiempo, pero después eso también me empezó a costar. Pude concentrarme más con series y ese tipo de contenidos en internet, pero sí me gustaría conectarme con la lectura de nuevo, porque ahora tengo ese tiempo que quizás antes me faltaba.
—¿Sos de pensar en el futuro o eso que se llama “nueva normalidad” después de la pandemia?
—No, la verdad que no. Cuando era “el tema” y todos se preguntaban cómo iba a hacer cuando se termine la cuarentena, no lo pensaba. La verdad es que no tengo idea y tampoco he reflexionado mucho sobre el asunto. Esto del aislamiento lo vivo, quizás como una actitud de defensa, más como un día a día, algo que es un período que en algún momento va a terminar. Me genera incertidumbre qué es lo que va a pasar y si realmente esta tragedia que estamos pasando hará que cambiemos algunos hábitos o no. Más allá de si nos vamos a seguir saludando con besos o ya no, hay cuestiones más de fondo para pensar: por qué llegamos a esta situación y que están directamente relacionadas con el planeta, con el uso y abuso que estamos cometiendo. La contaminación, los incendios en el Delta, me parece que en todo caso si esto sirve para algo tiene que ser para generar cambios más de fondo. Yo no tengo hijos, pero quienes sí tienen, ¿qué lugar aspira dejarles? ¿Un lugar devastado, destruido? Son ideas sueltas, no es que yo tenga un reflexión muy acabada sobre el tema, pero sí son cosas que surgen y también hay muchas personas que sí están pensando y escribiendo sobre eso. Es algo buenísimo que eso suceda.
—Ya pasando a No es un río, recién nombrabas a la incertidumbre que genera la pandemia. En la literatura, sin embargo, la incertidumbre te resulta más productiva, ¿no? Pensando sobre todo en esta trilogía que es un poco, citando a Mario Levrero, “una trilogía involuntaria” que se fue dando con el correr de los libros.
—Sí, es verdad, porque no es algo que había pensado cuando escribí El viento que arrasa, que no solo es la primera de esta trilogía, sino que también la primera novela que escribí, ni lo pensé cuando escribí Ladrilleros. Sin embargo, cuando apareció la idea para No es un río, sí empecé a ver una relación más clara entre los libros. Hay una continuación, pero no de trama porque no son ni los mismos personajes ni los mismos paisajes, sí de relaciones más subterráneas e indagaciones que aparecían en los tres libros. Como empezaste la pregunta, que está buenísimo, sí: para mí en la escritura la incertidumbre lo es todo. Cuando empiezo a escribir algo casi nunca sé nada, entonces siempre es entregarse a la incertidumbre. Entonces, lo que tenga que ser escrito, va a ser develado en el mismo proceso de escritura. Esta era una discusión que siempre tenía con (Alberto) Laiseca, porque Lai necesitaba saber, tener todo más o menos resuelto antes de sentarse a escribir la primera línea. Yo hacía el camino adverso: ir a la deriva, qué es lo que a mí me funciona.
—¿Cómo se dio esa deriva en No es un río?
—Esta novela la empecé a escribir hace muchos años, en la escena inicial que es la que finalmente quedó en el libro, no sabía mucho más que lo que se cuenta ahí: el amigo de esos dos personajes, padre del chico que también va a pescar, murió en una expedición similar a esa. Incluso en el transcurso del tiempo, porque pasó mucho tiempo entre un agregado y otro al archivo, fueron apareciendo otros personajes y la novela creció para otro lado. Por ejemplo, Aguirre fue tomando un rol protagónico en el relato que yo no había pensado en un principio. Son esas cosas que suceden cuando no sabés todo, como si hubiera un permiso para torcer el ritmo, para darle lugar a la trama y a los personajes para que crezcan para su lado sin gobernar tanto lo que pasa en el relato.
—Pensando en esta trilogía, lo que une a estos tres libros son estos personajes masculinos con sus matices, en donde conviven sentimientos y actitudes que van desde la violencia hasta la ternura, ¿no?
—Sí, creo que los comunicantes entre las novelas tienen que ver con la masculinidad de los personajes y cómo eso se va dando con diferentes matices en cada uno de los libros. En las tres lo que está más a la vista es la violencia que ejercen estos personajes sobre cuerpos de otros, o incluso en un sentido más esotérico en El viento que arrasa que es como “la fuerza de Dios”, el gran varón de la historia universal porque siempre hablamos en masculino de Dios. También la religión como un precepto inventado por los varones para ejercer violencia sobre otros. En el caso de No es un río, ese avasallamiento se da más sobre la naturaleza, el paisaje. Así como eso es lo que salta a la vista, también la trama y los personajes se permiten otras variantes: yo creo que no está todo tan claro en la vida misma, entonces no es tan claro que el varón esté solo para violentar. Y eso es lo que hace más complejo el asunto: cuando hablamos de violencia de género, lo digo en Chicas muertas, hablamos de tu padre, tu hermano, tu maestro, tu vecino, no es un ser de otro planeta. La misoginia, la violencia que ejercen sobre nuestros cuerpos está intrincada, que es lo que aparece en los personajes.
—A lo largo de tus libros, pienso en tus cuentos también, se puede ver que sos una escritora de corto aliento. En No es un río llevás se puede ver eso con claridad, una versión del show and not tell estadounidende, por ejemplo.
—Sí, incluso con esta novela me pasó de escribir mucho y después hacer el proceso de recorte. Había escenas larguísimas, mucho más detalladas, pero que después recorté porque la idea que tenía para este libro era que tuviera un tono poético, la síntesis que puede tener ese género. Más allá de que no es una novela en verso ni mucho menos, sí hice un trabajo de recorte muy exhaustivo en todas las partes del libro, dejar lo mínimo indispensable para que el lector pueda seguir la trama, pero que no hubiera abundancia narrativa.
—Sobre ese tono poético que mencionabas, ya se deja entrever con la elección de una cita de Arnaldo Calveyra como epígrafe del libro. ¿Cuál es tu vínculo con la poesía?
—Mi vínculo con la poesía es de lectora, me gusto mucho leerla. No es algo que hice desde siempre, la verdad es que empecé hace relativamente pocos años, un poco gracias al ciclo “Carne Argentina” que hacemos con Alejandra Zina y Julián López. La idea del ciclo fue que no fuera ni un ciclo de poesía, ni un ciclo de narrativa, sino que los géneros y los formatos conviviera en cada fecha. De los tres, el más lector porque también es poeta, es Julián, y a partir de ahí me adentré más y la verdad es que estoy encantada. Si había leído a Juan L. Ortiz porque en Entre Ríos te lo dan en la escuela. A Calveyra lo conocí primero leyéndolo y después personalmente en dos oportunidades y pude charlar con él. El epígrafe está sacado de Diario del fumigador de guardia, un libro que a mí me encanta de él. Como la novela tenía tanto que ver con el río, con el monte, con ese escenario, pensé enseguida en Calveyra.
—En un documental sobre Joan Didion, la escritora estadounidense, ella asegura que el paisaje en el que se crece forma la personalidad de las personas, algo que se puede ver en No es un río y en tus otros libros. ¿Vos cómo ves ese vínculo?
—En El viento que arrasa ya había una interacción bastante profunda entre el paisaje y los personaje, pero creo que en No es un río eso está llevado a un límite. De hecho, el monte aparece con visos de personaje humano. En general en mis personajes hay mucho de experiencias de mi infancia: en este libro, esos personajes que van a pescar son un poco mi padre que se iba a pescar y la idea misteriosa que yo me hacía de eso. ¿Por qué mi padre se podía ausentar dos o tres días con un grupo de amigos? Mi madre nunca se iba con un grupo de amigas a hacer algo. Esas cosas me llamaban mucho la atención, esa vida que podían tener los hombres y que parecía que para las mujeres estaba vedada. Todo eso me despertaba una gran curiosidad.
—En una entrevista reciente mencionabas que a partir de la escritura de esta novela pudiste ver a la muerte desde una perspectiva más luminosa. ¿Qué puerta te abre ese descubrimiento en tu escritura?
—La verdad es que no sé que abrirá en la escritura, sí sé que fue algo que sucedió de manera espontánea cuando lo leí, había otra perspectiva. Creo que tiene que ver con cosas que había leído y que el año pasado fallecieron dos amigos y este año el esposo de una amiga que conocía de toda la vida. Puede ser una especie de consuelo o mecanismo de defensa pensar que la muerte no es la nada, que es lo que pensaba hace poco, sino que puede ser una puerta a algo más. Un misterio a descubrir, una pregunta a responder. Hace poco, cuando murió Rosario Bléfari, que me conmovió muchísimo, leí un posteo que hizo Francisco Garamona que era su editor y amigo. Ahí, él contaba los últimos mensajes que habían intercambiado y ella le decía “Voy a descubrir el último secreto” hablando de su muerte próxima. Me pareció algo hermoso y reconfortante para los que quedamos vivos: pensar que los muertos no van hacia la nada, sino que van hacia un último secreto que puede ser hermoso también, no necesariamente terrible.
—Por último, hace poco hablando con Gabriela Cabezón Cámara, ella me comentaba que el género se convirtió en una cuestión incómoda en la literatura en relación a la utilización del lenguaje inclusivo y la necesidad de pensar en cómo se va a ir desarrollando esa cuestión. ¿Cuál es tu visión al respecto?
—Todavía no le encontré la vuelta, o en realidad no intenté hacerlo todavía. Lo veo bastante complicado de hacer en mi escritura literaria: imaginate que estos personajes sería absolutamente ridículo que hablen en lenguaje inclusivo. Sí se han hecho algunas novelas y textos que lo utilizan y para mí está buenísimo todo lo que puedas hacer con el lenguaje. Muchas veces cuando leo novelas contemporáneas lo que suelo ver que falta es el trabajo sobre el lenguaje. Después, si eso tiene que ver con lo poético, lo experimental o con el lenguaje inclusivo, me parece todo bienvenido. La escritura es justamente eso: retorcer y llevar el lenguaje a puntos que no tienen que ver con el habla cotidiana. Sin embargo, a mí me resulta más fácil usar el lenguaje inclusivo en el habla cotidiana o en una escritura más de redes, que en mis libros. Pero en el futuro todo puede suceder, es algo todavía muy incipiente para darte una respuesta cerrada sobre el tema. Todo lo que se pueda hacer con el lenguaje para lograr una mirada particular me parece buenísimo.
Tomado de: https://www.laprimerapiedra.com.ar/2020/09/selva-almada-no-es-un-rio/