Si ya no puedo responder a la demanda,
si me ven moribundo o apagado,
no me dejen en la puerta del sanatorio,
dejenmé en la biblioteca, por favor.
Si ya se están por no reír y por asquear,
si el empacho se les sube a la cabeza,
¡tráiganle,
traigan el centímetro a la abuela y que los mida!
¡Tráiganle!, y la abuela les eructa el fantasma,
¡traigan al centímetro una abuela!
Me pasó con la linda Štěpánka.
Nos levantamos y me dijo "¿por qué
no nos casamos, si nos llevamos así?"
"tás loca", me salió y sorbí con ruido el té.
Salimos en remís y me dejó
en el “Mañasco”. Algún mensaje
más intercambiamos a distancia
pero ya no nos vimos. Y pasa:
despertamos del otro.
Lo cuento porque siempre agrego,
o saco una palabra, o rebajo con sentido
del mal lo que llaman lo poético
como si fuera la vacuna
de esa cepa, en este invierno.
Aunque la rabia o la vergüenza les gane,
solo escuchen mi última palabra:
"biblioteca,
biblioteca…"
Es ahí, en el extremo me centro
para buscar y esperar. O patear
con el Luis en el rincón para niños
donde hay alfombra para el vuelo.
Entre los libros el muerto
se le ríe al degollado.
Así que a contrazar diría,
aunque el antojo final es del tiempo:
si ya cuelga mi ángel del suero,
si mi sombra ya mancha mi sangre,
no me dejen al umbral del sanatorio,
dejenmé en Camila Nievas, por favor.
Arrojenmé entre los libros
apedréenme con libros
emparédenme con libros
tápenme con libros
quémenme sin otro
contexto que el texto,
consexualícenme,
líbrenme así, a mi libro albedrío,
arrojenmé por un túnel de vocales,
silbando bajo por los poros
erógeno de hormigas,
soltando como esporas
la nieve de los puntos suspensivos.
Me pasó con la linda Štěpánka.
Caer en tentaciones
que me habitan con su hábito.
Si ya no puedo responder a la demanda,
traigan un centímetro, una abuela y escuchen:
"biblioteca,
campito-biblioteca…"