EL HOMBRE DUPLICADO

Una lectura sobre El otro, novela de Ferny Kosiak (De parado, 2020).

Por Cezary Novek.

Hay diferentes maneras de encontrarse a uno mismo. En el caso del protagonista de El otro, la situación se da de manera literal: un día vuelve a su casa y encuentra a su otro yo de hace unos pocos años sentado en el living. Sabe que su doble –más bien, su pretérito– acaba de separarse y no la está pasando bien. No tiene sentido que le spoilee lo que tiene que pasar naturalmente a través de un duelo. Deciden compartir tiempo juntos, hacerse compañía, aconsejarse. La premisa de esta novela pariera ser “soy el que soy porque fui el que fui”, pero llevada al extremo de interpretar de manera literal la idea de aprender a quererse a uno mismo.

Puntuada con la descripción de diferentes pasos de ballet que separan con delicadeza los breves capítulos en los que se reparte la trama, El otro tiene algo del humor, la picardía y el sexo explícito de Ecole Lissardi en La vida en el espejo, aunque se distancia a través de la ternura y la melancolía. El cinismo de la soltería y los privilegios de clases que crece como musgo en la oscuridad se transforma en un mecanismo de defensa ante el dolor, el abandono, el vacío de los romances ocasionales. Tarde o temprano, el protagonista deberá enfrentarse a lo inevitable: crecer duele y todo cambio conlleva una pérdida, un trauma.

Al margen de la trama principal, es disfrutable el retrato mordaz que hace el protagonista sobre los diferentes estereotipos de la fauna de clase media/media alta, profesional, blanca e independiente respecto a los ritos de cortejo y apareamiento en el siglo XXI. Por otra parte, es una revisita al tópico del Doppelgänger, el doble que según el folklore alemán, se nos aparecía en los momentos de quiebre, ruptura o crisis que marcan un antes y un después en nuestras vidas. Porque El otro es también una novela sobre el envejecimiento, el paso del tiempo, el perpetuar la juventud a través de los placeres carnales y la inexorable decrepitud que nos espera a todos a la vuelta de la esquina. Ese otro que nos recuerda que no somos una identidad fija esculpida en mármol sino una imagen caleidoscópica, en constante movimiento y mutación.