La mujer arrastra el quimono de amapolas
por un bosque de bambú.
Aprieta contra su pecho el metal
que brilla con los últimos rayos.
No lo esconde.
Es un pájaro de labios dorados
que se desplaza en silencio
y las flores que caen de los cerezos
en un patio lejano
hacen más ruido
que sus pies desnudos sobre las rocas.
Atardece en los lagos y las fuentes
que se espejan y adormecen.
Tierra, mujer y puñal entienden.
Entre las amapolas
casi no se nota la sangre.