Yo vengo de Piura, de Moyobamba, de Cajamarca.
Y también de Huánuco y de Ayacucho. Vengo de la tierra sin ser
de la tierra. Quizá decir vengo es vanidosa voluntad de artesanos.
Dicen que soy de la Ciudad de los Reyes. Y también dicen que soy
de Casabindo. Aunque muchos afirman que soy de Uquía. Otros me inventan
un nacimiento en Cuzco. Hablan de mi padre y lo hacen
a través de un nombre, algunos lo llaman Melchor Huanan,
otros Tuiri Tupac. No los reconozco. Me son indiferentes.
La palabra padre me es excesiva. Me gustaría desear que no me crean
un mal hijo, un desagradecido. Me gustaría creer
que soy hijo de la luz y los caminos. Y quizá de las batallas
y de los sueños de algunos hombres. Estos de acá me han colgado en el pecho
una banda roja hecha con seda y sangre. Yo los dejo.
Son felices haciéndolo. Yo solo puedo mirarlos. O ilusionar
que mis ojos pueden verlos. No hago nada para cambiarlos. No podría
aunque quisiera. Apenas soy. Ni feliz ni infeliz. Tanto fervor no alcanza
para encenderme; la sangre, sin hacerles creer que soy grande, no es suficiente para mancharme. No es posible decirlo sin decir contradicciones, quisiera ser verdadero, quisiera hablar la verdad, pero soy sin ser. Me gustaría, como ellos, temblar en un gesto original, ensayar el uso del milenario látigo, la libertad.
Soy lo que alguien me ha hecho. Transito cánticos de cadenas
en las espaldas morenas sangrando sobre los ojos del cielo,
cargo fulgores en la pátina de mis enérgicas manos sin sangre, atravieso murallas
y rumores y rejas y vientos que hieren y campos sin paz,
escucho la música de las kalimbas, veo los caballos anhelantes
de los intrépidos vencedores y vencidos, al fin
veo el ansia de los caranchos caracoleros.
He contemplado con mis ojos de tinta las figuras ataviadas, vibrantes. Cantaban
en africano y con monotonía y con tamboriles a los yacarés de la laguna,
y con melancolía que no sabría transparentar doy testimonio
en una ciudad no fundada, arriba de unas colinas, junto a un oscuro río,
después del polvo blanco de caminos que algunos hombres limpiaron
a golpe de piedra y sangre, en el barrio del tambor donde los negros temen
al yacaré, frente a un lugar donde los árboles viven en los ángeles de tanta belleza
que crecen por la bondad del aire, cuidado en las malvas, de pie
los veo.
Ellos lo eligen patrono, en nombre del padre, patrón, padreterno.
Dicen que lo represento. Soy escultura.
Dicen que soy el mensajero de dios ante los hombres y mujeres de buena voluntad.
Dicen que soy el príncipe de las milicias celestiales en el combate contra el mal.
Dicen que soy el ángel dorado del fuego y de la muerte.
Dicen que soy el defensor, intercesor y mediador de los animalitos ante el señor.
Eso dicen. De él. Yo permanezco escultura en esta iglesia a la que
los habitantes de la Baxada del Paraná llaman con un nombre,
San Miguel Arcángel.
Del libro inédito “No sé”