La escritura de Maria Rosa Vía es un diamante. Por lo bella, sí, por la manera en que deslumbra, por su brillo. Pero también por su filo, que podría pasar desapercibido porque es sabido que la belleza distrae, pero no: ahí está su borde irregular, inconfundible, el que lastima las manos al tocarlo, el filo que hace de su poesía esa mixtura de delicadeza y violencia, el que hace que se combine la hermosura con la dureza inexpugnable del mundo, esa que las palabras pueden rozar sin jamás entrar en ella de verdad, sin jamás conocerla. No importa, parece decir Vía, su escritura conoce la aceptación de quien nunca se propuso saber. De quien nunca se propuso saber y sin embargo pregunta. Pregunta a otra, a otros, a nadie y a todos, se pregunta. Y la respuesta se construye a lo largo del libro y no es unívoca, no importa en realidad la respuesta, la respuesta es lo que trajo la marea: lo que había, lo que vivía en el fondo del mar, lo que no veíamos, lo que queda cuando el verano se va, cuando el ruido termina, lo que rescata la red de una pescadora que es una poeta, que es una contadora de historias, que es una sobreviviente y respira la magnificencia del mundo y su confusión y su caos como solo pueden hacerlo quienes han sobrevivido: con esa intensidad y ese amor.
La poeta conversa en estos poemas, dialoga: la presencia del otro, de la otra, es tangible, es entrañable. La presencia de la naturaleza es también rotunda. Su efecto sobre el cuerpo, su efecto sensorial, material, su efecto sobre el corazón, la manera en que lo altera y lo calma, alternativamente, o a veces al mismo tiempo, porque es tan compleja la trama de emociones y de ritmos que nos ofrece este libro que no podríamos tirar del hilo de un verso sin deshacer el poema, tan preciso es el tejido. Precisos, preciosos poemas engarzados entre sí con maestría, que se convierten a veces en mantra para contrarrestar la destrucción que siempre acecha, y con mayor fiereza sobre aquello más sensible, más desprotegido. Escribe María Rosa Vía: que la ligereza insolente/ de la construcción nos proteja/ ruego que logre su hazaña/ contra el viento. Y de repente nos damos cuenta de que ha sucedido. Que la hazaña ha sido realizada en este libro, en estos poemas que son -sí- celebratorios aún cuando el trasfondo sea la pérdida o el desconcierto, en estos poemas que no se quiebran, no importa el viento que sople, porque nos traen una calma y un consuelo en su levedad, en su mirada maravillada del mundo. Este libro comparte con nosotros, sus lectores, la luz vital esa/ fuerza para crecer! amoldarse/ como un cactus/ que muda en! esa extraña flor/ y guarda el tesoro. Y bajo esa luz quién no querría quedarse. Quién no querría quedarse a vivir en este libro, ser tocado por su gracia, en este mundo donde a veces pareciera que no hay quien guarde los tesoros que creíamos perdidos y los convierta en poesía.