¿Qué nos pregunta el vago
horizonte (…)?
Juan L. Ortiz
En una entrevista entre Vicente Zito Lema y Juan L. Ortiz, éste decía “yo estoy de acuerdo con Cesare Pavese (1908-1950) cuando dice que la poesía es otra vía al conocimiento”. En ese sentido, tomar un interrogante de Ortiz anunciado al principio de este apartado parece justificativo suficiente para acercarnos, al menos en parte, a la obra de Gaspar L. Benavento. ¿A qué responde ese vago horizonte de Benavento? Para dar respuestas tentativas a dicho interrogante, no tenemos más que las poesías de Gasparele como vía de conocimiento; la trama construida sobre una superficie de palabras.
Sin embargo, también hay que tener cuidado en no incurrir en el error de pensar que todo lo conoceremos por el arte de la expresión escrita, pues, como dice Tzvetan Todorov, “la literatura no surge en el vacío, sino en el seno de un conjunto de discursos vivos con los que comparte muchas características”. En ese aspecto, la imagen de la escultura del artista argentino Luis Perlotti (1890-1969) no es solamente ilustrativa, sino que brinda información sobre los deseos del poeta, es un indicio para seguir sus huellas: “Quiero dormir aquí, junto a mi río”, pedía Benavento en su poesía, como lo demuestra una de sus placas de mármol junto al monumento en su Victoria natal. Si bien, se sabe, es hijo de Rafael Benavento y Ramona Gonzáles, sus amigos, colegas, estudiantes y familiares, reconocen en él al hijo pródigo de la ciudad ribereña. Así, pues, queda explícito que Gasparele, retomando el trabajo inicial, fue tramando un textum-texto-tejido donde uniría el microclima fluvial y el de las ciudades, y es en esa trama donde nos encontramos.
Eliano Claudio, en “Historia de los Animales”, afirma que la araña es tan grandemente industriosa que ni los más diestros, expertos en trabajar delicadamente el tejido, pueden compararse con ella. Sin embargo, se podría contrastar el comportamiento de una araña con la tarea de este escritor. Es decir, “Gaspar L. Benavento une la ciudad y el campo”, como dijo Carlos Sforza. Entonces, vale la metáfora para dar sustento a la comparación, y desde allí recorrer los hilos que tejió Gasparele.
Uno de los atributos de la araña es que genera la tela desde su interior, y esa es una característica que coincide con la tarea de Benavento; sus poemas parten de una experiencia visceral, de una aptitud consciente en lo que habita. Ideó una trama que para el lector es red. Proporcionalmente, los hilos de la araña son cinco veces más resistentes que el acero y tres veces más que las fibras artificiales de nylon; resistencia que también se asemeja a la obra de Gasparele, pues ha perdurado a pesar de lo trascurrido en el espacio/tiempo. A decir de Carlos Sforza, “Benavento enhebra los versos con cosas (paisaje), seres (mojarritas), sentimientos (horizontes de cariño), y el porvenir que es oteado desde cada ser (horizonte malva)”; lo cual lo pone a la altura de la diosa Érgane, reconocida por inventar el arte de tejer y por ser instructora de la humanidad.
Si tuviésemos que agregar alguna otra pregunta para acercarnos, no tanto a la obra sino más bien a la tarea del escritor, sería la de Rilke efectuada en “Cartas a un joven poeta”: ¿cuál es el móvil que le impele escribir? Entonces, de hecho, de este entrerriano podríamos decir que escribe, entre otras cosas, movilizado en el río. El río, en Benavento, es motivo, sujeto y objeto de sus variaciones en la escritura. En él se imprimen “movimientos hacia” sus años; años en los que Benavento fue tejiendo su poesía. Es el caso del poema “Río”, publicado en 1946 en De las Siete Colinas –con el que se le otorgó el Primer Premio Regional de Poesía– y luego reeditado en 1977 y 2008 –esta última vez por la Editorial de Entre Ríos en su Antología Esencial Entrerriana titulada Colección Homenajes. En la edición de Crisol, en 1977, Joaquín Gómez Bas (1907-1984), comenta que la obra de Benavento es ignorada; lo es por todo el folklorismo que se resuelve en zambas y chacareras”. En realidad, la obra de Benavento tiene reconocimiento, y se nutre en diferentes provincias: Entre Ríos, Chubut, Corrientes, Jujuy, Chaco y Bs. As. Es en ese sentido que su labor fue grandemente industriosa. Un trabajo de araña que une campo y ciudad.
Benavento, como se ha dicho en el prólogo de la “Antología esencial de la poesía entrerriana”, crea desde su comienzo su propia melodía. Canta, según Sforza en “Gaspar L. Benavento y su canto a Victoria”. Ahora bien, hay una diferencia entre canto y poesía: el canto está supeditado a unas formas establecidas, y la poesía, muchas veces, no. Ésta, si se asemeja al canto, es gracia de la disposición rítmica que pueden generar las palabras ubicadas, en este caso en endecasílabos, al pronunciarlas. Si bien, como dijera Eduardo González Lanuza, “el poeta perfecto es el que siente a la poesía en su interior y la comunica cantando”. Ahora bien, “la música necesita recurrir a elementos extra musicales para cumplir sus funciones. La poesía, en cambio, tiene un solo medio de comunicación: la palabra”. Un poema es comunicación, es un diálogo con la existencia de las cosas, con la existencia de ellas mismas, y el propio ser que las escribe, las interroga: “¡Tierra maldita! ¿Qué fueras/ sin albas de primavera?”. De manera tal que Benavento no nos habla de simples objetos de la realidad, sino que construye motivos literarios plurales. A lo sumo, constituye objetos de investigación, muestreos que hablan y constituyen un conocimiento sobre las cosas, los valores, los estados anímicos y, como dice Sforza, sobre “las presencias metidas dentro de sí mismo”. No hay una simple descripción y/o enumeración de su alrededor, sino más bien una co-construcción de lo que podemos ser como sujetos naturales y sociales. En tanto que Gasparele no abandona su condición de maestro siendo poeta, pues nos educa, nos amplía el horizonte del vocabulario imprimiendo sentido a palabras pocos usuales como: “vellón”; “viejucas”; “bergantín”; “eclógica”; “rielar”; “palor”, por mencionar solo algunas. Benavento nos marca un camino, como de piedras, pero con palabras que parecen ser un sello en su poesía pues, como dice Calveyra, “ningún signo se repite en un Caldo si está bien hecho (…) ninguna equivalencia con palabras; es un movimiento hacia”. Hacia el “florecimiento” de su poesía; hacia el “afán” de darnos a conocer su canto, si es que lo hay; hacia el vuelo de los “pájaros”, que también es su vuelo.
Retomando la metáfora de la araña para describir la tarea de Gasparele, viene a cuento de que él tejió la trama de su propia vida. Su mundo era su vida; y su vida, el mundo. De todas maneras, cualquier comparación, o concepto, que intente dar una etiqueta al trabajo y la obra de Gaspar L. Benavento, antes tiene que ser interrogada por sus pretensiones y por su origen. Pues, por ejemplo, hablar de “poesía regional” o de “espíritu paisajista” corre el peligro de minimizar y poner un límite, desde un centro firme que es impreciso. ¿Quién define la poesía regionalista?, ¿qué, supuestamente, describe lo paisajístico? Interrogantes que no alcanzan para indagar todos los hilos que se desprenden del vientre de Gasparele. Sin dudas, su industriosa tarea, constituye un hecho literario.
En definitiva, en nombre de Gasparele tenemos su poesía y la relación, por caso, con el “río”; con su madre y sus manos; con la “Entre Ríos” y sus “Paisajes”; con otras ciudades y otros poetas. Lo único que habla por él, y de su relación con éstos, es la palabra expresada, tramada en forma de poesías. Las representaciones de la vida y de la muerte se encuentran es ese microclima compartido. Como ya se expresó anteriormente, en el poema “Río”, Gasparele nos ofrece la posibilidad de hacer un trabajo de palimpsestos o genética poética. Allí, el río se convierte en una trama (tela) en donde el poeta imprime, pone en primer plano imágenes que significan, al menos, algo para él. Entonces, dicho poema no se puede evaluar en toda su forma de manera científica. Sí, en cambio, nos podemos acercar y ver su relación social, los indicios que habitan en su poesía. En tanto que Benavento puebla el río, trama una relación que existe en las palabras expresadas. Abren un sinfín de constelaciones hacia personajes y hechos.
Entonces, el río es verdaderamente un objeto en movimiento para el escritor, pero también es un sujeto que le habla, y su existencia es un viaje en sí mismo: “La existencia del río es como un viaje”, expresa, mientras sigue buceando: “Mi anécdota está en él”. Para Benavento el río es un microclima de lo cotidiano y los nombres propios: “Zoilo Salazar”, amigo de su padre, es nombrado junto con éste cuando el poeta vocifera “me llevan hacia las islas”; o al “padre Esteban” que canta las pascuas. En el poema “El Río” vive toda la tarea literaria de Benavento: hay Narrativa, Descripción, Ensayo y hasta aparece la reminiscencia a los Diálogos, mientras, como una araña, habla con la zona costera: “Dicen cosas del mundo que yo ignoro”, confiesa el poeta, y asegura “voces de pescadores sin regreso viven en mí”.
En la poesía inventiva de Benavento, lo icónico oscila entre el plano detalle y el plano general cuando traza: “Se empequeñece el pueblo en mis pupilas/ hasta no parecer sino una estampa”.
En Gasparele hay un “universo de pensamiento diferente”: “Mi Dios está en el árbol, en la piedra, en el pájaro, el río”. Todo lo nombrado ya no es una simple palabra, sino que cobra vida. La trama del poeta da vida y embellece los presentado: “En un deslizamiento caricioso/ va la canoa desflorando el agua”, un desplazamiento que va y viene.
Hay una poesía de ida y otra de vuelta en la poetización sobre el río de Benavento. Mirar, entonces, desde el otro lado de la playa es otra inspiración, es otro río, es otra la poesía: “Figura del poema allá a los lejos”, nos dice Benavento.
Así, nos acercamos a una fusión expresa entre Benavento y el Río: “Siento correr el río por mis venas”, confiesa; “Como la hidrografía de mis venas”, que se compara con lo sanguíneo y carnal. De manera tal que allí encontramos su vida y su muerte:
“Este río es mi adolescencia.”
“En él oiré como cuando era niño.”
“Éramos siete/Volvimos seis para llevar la caja.”
Gasparele trabaja, teje, entrehila la poesía y la prosa; “atributos particulares del lenguaje”, utilizando un metro, la rima y el ritual de las imágenes, todo en la superficie de las palabras, en la claridad de lo que parecen oraciones cortas. Pero cuando pone los dos puntos, nos deja bajo sombrías descripciones o interrogación. Luego vuelve con suspiros largos, para estrofas de seis versos que sólo albergan en un punto final.
A pesar de los resabios de romanticismo, Benavento no desconocía que habitaba la mejor tierra del mundo: “siempre sembrada y siempre cosechada”. Entonces, si hay una regionalidad en la poesía de Benavento, queda demostrada en el hecho de que su río, el que él describe, es su móvil de referencia en el territorio:
“El río que me trae y que me lleva
—canal de amores, surco de bonanzas—
Es la historia del pueblo y de sus gentes
inédita en la historia de la patria”.
Todo llega por su relación con el río, toman forma de leyendas y anécdotas, traídas por el río. Consciencia explícita son para el Gasparele, entonces, las terminologías del paisaje: “colinas”, “juncos”, “alba” y “lunas”. Como así también las palabras pesqueras como “velamen”, “pirata”, “marinera”, “barcos” y “veletas”. Y no falta, desde luego, en la poesía la vida de las aves y los peces: “Gaviotas”, “Golondrinas”, “Garza”, “Mojarras” y “Dorado”. Es decir, ya no son simples palabras, sino partes de la vida de la poesía, de la lengua como un organismo vivo.
En síntesis, si bien sabemos que Benavento fue maestro y supervisor, colaborador de diferentes medios y escritor; fundador de escuelas y facultades; musa de inspiración para escultores, nombres de escuelas y calles, aún es un poeta desconocido. Y como poeta, ¿dónde entronca?, ¿en una tradición costumbrista?, ¿expresa la filosofía de algún siglo?, ¿pertenece, por si acaso, a una literatura regional?, ¿corresponde con la corriente de la imagen inventada?... Preguntas que fueron dando forma y contenido al presente trabajo, pero que, sin embargo, son provisorias. Lo son, dado que, tanto Gasparele, como nosotros y los lectores, a la hora de escribir nos encontramos con toda la historia de la literatura y, ante ella, nada sabemos. A lo sumo, citaría nuevamente a Todorov cuando reflexiona sobre que “la literatura abre hasta el infinito esta posibilidad de interacción con los otros, y por lo tanto nos enriquece infinitamente. Nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso” (Todorov), ya que se adapta a la intención de estas líneas.