La persona que nombra el título prometió nunca más escribir una autobiografía, pues duda de la idea de que él, solamente él, puede escribir su vida. Piensa, en consecuencia, que otros también escriben el guión que cumple, y recapacita en que el hombre es sociedad, y que él es una consecuencia de esa sociedad. Que en todo caso, hacer un retrato de él es trabajo de otro, es decir, del que suscribe estas líneas.
Cuando lo hizo, tituló: “Una autobiografía o una selección de recuerdos latentes”, tenía 22 años, y le hicieron una pregunta: ¿Qué quiso decir con recuerdos latentes?, explicó que el trabajo autobiográfico es antojadizo y una herramienta que brinda la literatura para reflexionar, indagar y dar relación a datos seleccionados, recuerdos latentes que titilan como una luz de alerta, sin dudas relacionados al estado de ánimo.
Hay un dato imperceptible: su pierna izquierda tiene el tendón de Aquiles dos centímetros más corto, en relación a su par de la derecha. Lo cual, dicen sus allegados, es, quizás, el estigma por lo cual siempre se tira más hacia la zurda. Para que tengan una idea, el último libro que compró se titula: “Gauchos Rebeldes en Argentina”. A pesar de su falencia de nacimiento, nunca le dijeron rengo: sí le dijeron gordito, pata de dinosaurio, cabezón; el más insólito de todos fue Apena, por lo lento que nadaba.
Ahora tiene 35 años y sigue dedicando parte de su tiempo a la actividad física: recorre un río imaginario en canoa, nada en él cuando se anima a enfrentar la inmensidad de las aguas, y se consiguió una pileta a cuatro kilómetros de su casa que recorre en bicicleta. Fue cartero, comerciante, descargó arena y piedra en verano, mozo, ayudante de cocina, panadero, animador infantil, vendió ensalada de frutas, de elaboración propia, en la playa.
En fin, Mario Daniel Villagra nació el 24 de febrero, de 1987, a las 7 am. Hijo de Luis Alberto Villagra (se despenó a los 69) y Stella Maris Segovia (fallecida a los 45). Fue en la ciudad de Villaguay (nombre compuesto del guaraní), provincia de Entre Ríos.
Le es difícil convivir con los dos nombres, pues nota que hay personalidades diferentes detrás en éstos: Mario es serio, si tiene que ir a dormir, antes que salir a bailar, lo hace; necesita hablar las cosas con sinceridad y es difícil callarlo, aunque sabe que es callar. Mario, varias parejas se lo han dicho, es malo. Es tan sacrificado, como mañoso. Daniel es más divertido y puede ser mimoso, pero nota que al madurar de golpe, piensa, perdió algo de eso, quizás se equivoca; no es tímido, sin embargo le cuesta entrar en grupos, y cuando está adentro es de los que le duele perderlos. Aunque piense que sólo nacemos y solos nos vamos, Mario Daniel, es un tipo que organiza cosas con los demás. Villagra es revolucionario, eso les gustaría escuchar, aunque para tal categoría le falte una revolución.
Mario Daniel Villagra tuvo momentos que no fue él, y, parafraseando a un abogado, los archivos dan existencia al hecho. Se llamó Mauro, para el Consejo General de Educación, y María, según el registro civil. Aprendió de ellos y fue ahí cuando comenzó a militar en los gremios, a poner en consideración sus ideas, a escribir y publicar textos relacionados con la educación y la comunicación. Se formó con Mauro, ahora él ya no está, porque al villaguayense le han devuelto su verdadero nombre. También aprendió de María, supo que tenía una parte femenina a la cual atender y entender; efectivamente, fue María por varios meses, luego de que en el registro civil le cambiaran el nombre cuando solamente necesitaba actualizar la dirección;
Pasaje Baucis 456 de Paraná, una callecita jorobada de tanto andar, y andar con sus adoquines a cuesta, entre angostas veredas alumbradas por farolas de estilo francés —ahora lo corroboro—, que se encienden con la luna y se apagan con el sol. Reposa a corazón abierto, escuchando por su ventana, asomándose a ver qué pasa en el mundo para escribir algo que le han pedido u él eligió.
Paraná, 20 de febrero de 2012, día de carnaval.
A las puertas de París, 29 de octubre de 2022.