La atmósfera literaria de nuestro poeta Martí

Jorge Enrique Martí (1926-2018), hizo su primaria en la Escuela Hipólito Vieytes, la secundaria en el Histórico Colegio del Uruguay, que fundara Justo José de Urquiza y siendo un jubiloso interno de La Asociación Educacionista La Fraternidad, en Entre Ríos. Luego, recibió sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Tras su regreso a la provincia, se jubiló siendo Secretario de Extensión Universitaria y Cultura de la Universidad Nacional de Entre Ríos y Asesor de su Rectorado. Fue, además, declarado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Concepción del Uruguay. Como poeta, tiene la distinción de Faja de Honor de la SADE y el Premio Fray Mocho. Autor de “Panambí” (1949), "Al Colegio del Uruguay" (1949), "Fraternilia" (1952), "Antigua luz" (1954), “Entre ríos y canciones” (1970), "Entrerriano por el canto" (1976), “La Frater cantada” (1977), "Rapsodia entrerriana" (1978), “Poetas” (2004), “Retablo” (2006), "Entrerriano por el canto (antología)” (2009), “Cancionero colonense del siglo y medio” (2013). “Gurisada” (en imprenta)  y “Postales del río Uruguay” (próximamente).

            Hablo de Jorge Enrique, el que nació en Rosario, se crió en Pueblo Liebig, forjó en Concepción del Uruguay e instruyó en Buenos Aires. Ese que actualmente vive en Colón, en su atmósfera de nueve décadas. Poeta y coplero por elección. En su poesía viven otros poetas, los peces, pájaros, árboles y güirises. A éstos últimos está dedicado su último libro: “Gurisada”. Y con eso nos abre, no solamente las puertas de su casa donde vive con Marta Urquiza, sino la de sus sentimientos. Todo en la calle 3 de Febrero, frente a un aguaribay, a quinientos metros del Uruguay.

            “Tengo la costumbre de tener las puertas abiertas”, comentó Jorge Enrique Martí, hijo único, nacido frente al río Paraná el 11 de septiembre de 1926. Quien llegó a Entre Ríos, a la otra costa, con sus progenitores: Francisco Martí y Juana Rosa Rossi. Un poco en tren, otro tanto en barco, cuando su padre tuvo la propuesta para trabajar en la fábrica de carnes    en conserva: Liebig´sExtractofMeat Co. Ltd.   

Al respecto de su vida en Pueblo Liebig, una vez adentro de su atmósfera, antes de las empanadas y el vino, Jorge Enrique nos ofrece un libro hecho con fotos. “Son de mi padre”, aclara “que entre otras cosas tenía la afición a la fotografía”, asegura. “Son fotos de toda mi vida”, subraya;  “Como algún día va a escribir algo, para que tenga fundamentos”, sugiere, y estira su brazo sosteniendo “Fotografía en palabras, la Liebig de Martí”, de Adriana Ortea.

            “La marca de Liebig es un trébol. Entonces, el otro día se me saltó una copla”, nos anticipa, y como una bendición de los dioses y las diosas, con esos labios decorados con bigote, recita:

“Mil novillos marca trébol

van en tropa al matadero”

            Y así, entre versos y coplas, bueyes perdidos, anécdotas y lecturas, la mañana entraba en su crepúsculo: contó sobre el libro de Andrew Graham –Yooll, “el gringo” -como lo nombra afectuosamente-  quién lo incluyó en una edición bilingüe, castellano-inglés titulada: “Poesía Argentina para el S. XXI” editada en colaboración con Daniel Samoilovich. Pero también de su formación en La Fraternidad, de la que recuerda “la maravilla de haber vivido con más de 180 muchachos, de distintas tonadas. Así conoces tu país: entrerrianos y correntinos, chaqueños, formoseños, misioneros, mendocinos, riojanos, salteños, porteños y rosarinos. Era una de tonadas que llegaban y andaban dando vueltas. Ahí aprendí también lo que era tener un amigo”, reflexiona Jorge Enrique Martí; que se acordó –inclusive- de una protesta de los internos de la Fraternidad, donde rompieron los cubiertos. “Entonces, las autoridades quisieron tomar medidas para que no se repitiera. Y Don Luis Doello Jurado, con 80 años, años después me decía: yo sabía quiénes eran los cabecillas; entonces no lo pude decir. Ahora tampoco. Con eso veías la herencia: ¡no entraba en la capacidad, delatar!, no delatarás era uno de los lemas del Colegio. ¡Qué lindo volver a practicar eso en este país!, que andan merodeando los arrepentidos… que es una manera oculta de la delación: para salvar el pellejo hay que delatar al otro, es espantoso”, acotó el hombre que nació en un siglo y vive en otro, generando un silencio que nos suspendió a todos en el vacío.

 

Francisco (padre) y Jorge Enrique Martí (1928) de Fotografía en Palabras.

Al entrar nuevamente en esa atmosfera, “aquí me tiene, medio viejito, para lo que quiera”, aclara nuestro Martí, sin advertir que todo lo narrado ya era suficiente: nos contó que a los 17 años viajó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, donde conoció a su entrañable maestro: Ricardo Rojas (1882-1957). Que piensa que la biografía de un escritor está en su obra. Y que cree haber cumplido, dejando su testimonio de “entreriano por el canto”;  de cómo recorrió de muchacho los Bancos oficiales para poder publicar sus obras, o de que se baña a medianoche, antes de acostarse. Y que tiene un médico, su nieto, que entra por la puerta lateral del comedor donde estamos. De los trabajadores de la zafra que conoció a montones cuando se mataban de a mil novillos por día, en contextos de la Segunda Guerra Mundial. De su amor al río: “El río te enseña tantas cosas —y se emociona—. No sé si no es el río el que escribe las poesías. Marejadita que va, marejadita que viene, y la luna que aparece allá, pero también está metida abajo, o escondida entre los árboles y hay una palmera al lado. Claro, que según el momento del día, están los pajaritos correspondientes para armonizar el paisaje”, en fin, todo es conocimiento en esa atmosfera, las preguntas surgían solas, sólo había que formularlas:

 

—Con tantos libros publicados, ¿nunca se hizo un plagio de sí mismo?

— Yo tuve alguna duda con “Antigua Luz”, que tenía seguro alguna influencia de con quién trabajé mucho y tuve una buena relación: Carlos Mastronardi (1901/1976). Alguna vez, entre las cartas intercambiadas, le he preguntado si él sentía que había tenido influencias en mí. Es un poema muy difícil de olvidar “Luz de provincia”. Y me contestó que teníamos un montón de circunstancias en el tiempo, en el paisaje, en los amigos comunes y que era inevitable que hubiera coincidencias. Hemos estudiado en la misma provincia, en las mismas escuelas primarias, en los mismos colegios, hemos sido internos en la misma institución. Por ahí ha sido inevitable que hayamos mirado el mismo paisaje y lo hayamos expresado. Puede ser alguna repetición, algún concepto. Quedé más contento desde entonces. Uno trata de evitar sus repeticiones, pero… ¿por qué no voy a elegir el mismo tema para tratarlo nuevamente?

 

—Después de tantos tiempos, ¿tendría una definición de poesía?

—Yo tengo un libro que se llama “Poetas”. Yo quise hacer ese libro por la constancia que tengo de que la poesía dejó de tener presencia, dejó de tener lectores. En mis tiempos, en los tiempos de mis hijos o inclusive de mis nietos, hemos ido recibiendo generaciones que se han nutrido de muchos poetas. Digamos, en el siglo que se fue terminando han aparecido voces líricas muy acercadas al espíritu de ese tiempo. Podríamos reflejarlo en toda la poesía que tiene ese costado muy dramático: Federico García Lorca (1898/1936) y su “Romancero Gitano” (1928), una poesía de fácil lectura y agradable al sonido. Como la poesía de Miguel Hernández (1910/1942). Volviendo a la pregunta, con ese libro, traté de mostrar todo los poetas que yo he conocido. Algunos han sido amigos, otros han sido inmensamente admirados por mí. Cada vez que cierro los ojos y me veo caminando, tomado del brazo, por plaza de flores con Baldomero Fernández Moreno, siento una cosa acá -señala su pecho- ; es uno de los poetas que más he querido y más cerca ha estado de mi poesía en la forma de expresarme. Yo he sido muy coplero. A Marcelino Román (1908/1981) le gustaba siempre. La copla tiene una virtuosidad de ser rápida y cuando uno la capta empieza a andar solita. Una vez puse que la copla es flor del aire y aire en flor. Es difícil. Parece un vuelo, pero vuelo de qué. Es un pájaro que vuela, o una flor que vuela. No se sabe, ¡es la copla! Es la copla que llega y se va. Por ahí la agarra el pueblo y se la apropia, y como dice uno de los Machados, Manuel, y si después se queda en la boca del pueblo y si se vuelve canto, mucho más hermosa es.

 

El Nono

Insistí en dejar en claro una situación que lo excede: ninguna entrevista puede encerrar toda la vivencia que hay en su atmosfera viva.  “Yo no sé si tenes que hacer algo conmigo, lo hacemos nomás”, me dice. En eso, Marta le indica con el dedo, una parva de hojas que permanecen junto a la máquina de escribir, una Olivetti. “Ah, Marta quiere que les lea un soneto —dice, haciendo un gesto como si se acordara, y toma los papeles—, que es una manera de mirar desde los 90 años. Cuando le dije a uno de mis hijos lo que iba a hacer, ponele de título Nono, me dijo. Que quiere decir nueve o noventa, y es lo que ya soy: un Nono. Escribí éste, y tiene una recordación a Rubén Darío, en el sentido de que cuando se fue quedando sin nada, ni sus amores, menos sus cosas. Yo rescato algo que no hay que perder nunca, él decía: “pero es mía el alba de oro”. Eso no te lo van a quitar nunca por más recontra viejo que estés. Entonces escribí esto que quizás sin lentes los pueda leer”, dice, acomoda el nudo de su garganta y canta:

 

Es tiempo de mi década novena

y estoy más cerca de la despedida

pero me abrazo al árbol de la vida

con ganas de llegar a la centena.

Apena pueda componer la escena

seré como una momia renacida

y en el espejo de mi propia vida

un poeta tan viejo que da pena.

Tendré los ojos, pero sin mirada

la boca seca, pero acostumbrada

a los racimos de la primavera

y en mi mano estará la lapicera

para escribir la copla que me espera,

igual que una muchacha enamorada.

 

Sobre sus próximos libros

Como se dijo, además de sus cinco hijos, siete nietos y un bisnieto en camino, Jorge Enrique, nuestro Martí, espera dejarnos dos obras más: “Postales del río Uruguay” y “Gurisada”. Respecto a este último nos cuenta: “Es un libro dedicado a los chicos de la escuela primaria de Entre Ríos —aclara—. Para el que está en sexto grado entienda un poco la entrerrianía o la entrerrianidad, la concepción del paisaje, y para que sepa de algunos personajes de la historia —afirma—. Éste libro, entre otros méritos de ser un libro para escolares que necesita la presencia del dibujo y de las imágenes; cuenta con la ilustración de una nieta. Entonces, sale el abuelo con su nieta de ilustradora —subraya y continua—. Este libro es un texto que intenta ser una defensa del idioma. Un idioma es una de los pilares de la identidad del pueblo. Y si seguimos destruyéndolo, reduciendo cada vez más, como hace la televisión al meten letreros con cualquier cosa, ¿yo no sé qué va a suceder con los chicos que se nutren con eso, y encima que no leen, o leen solamente de Internet? Esto es un problema de la educación —reflexiona y nos cuenta su deseo—. Quiero que cada escuela de Entre Ríos tenga un ejemplar. Quinientos ejemplares de “Gurisada”, que rompe, además, con todo los manuales hechos por los porteños. He hecho cosas locas para los gurises. No sé si terminé de contar lo que quería, que debo contarlo o recordarlo. ¡Es importante que los chicos aprendan a vivir donde están viviendo y no saben dónde están viviendo!”.

 

La vida JEM encierra mucho más de lo que esta semblanza pueda retratar: falta hablar de su amistad con Aníbal Sampayo y el Zurdo Martínez. Su relación con la música. Su afición a los diccionarios. Las anécdotas con otros poetas. Su participación en la creación del primer puente que unió Argentina y Uruguay. El reconocimiento por parte de la UCR, o su participación en decenas de medios de comunicación de la provincia y nacionales. Sin embargo, al momento de verificar algunos datos, él hizo hincapié en tres ejes: uno, su infancia en Liebig; dos, su paso por el Colegio de Uruguay y La Fraternidad, y tres, su estudio de Filosofía y Letras en Bs. As. De ser así, es posible que esta nota haya recreado el clima de la atmósfera literaria de nuestro poeta Jorge Enrique Martí.

 

 

Otoño, entre los ríos Uruguay y Paraná, en el 2016.