La asistente de vida

Fred bajaba a lavar la ropa todos los viernes. Desde que se había mudado al nuevo edificio, cada vez que lo hizo se encontró con la señora Ruth. Para aquel fue un misterio aquella tercera vez que advirtió de esa casualidad; para ella no,pues cada vez que Fred bajaba desde el tercer piso, ella lo veía cruzar la calle desde la planta baja. Compartían el mismo edifico y la lavandería estaba justo al frente.

Pero aquella tercera vez, después de una noche de alcohol y comida junto a sus amigos, mientras la señora Ruth cruzaba la calle y él la miraba por el vidrio, no tenía ganas de encontrársela. No había llegado y ya estaba pensando. Se puso a pensar en la primera charla, en como hubiera ocurrido, con alguna partes inventadas, y eso lo hizo ponerse alegre y dichoso. Pero más que feliz y dichoso se ponía sonriente en su exterior. El recuerdo seguía allí brillante como una moneda, y pensaba en su voz cuando la señora le pedía que le ponga las monedas en la máquina del jabón en polvo, y eso le provocaba otro recuerdo. Luego siempre fue así.

Habían comenzado a encenderse el alumbrado público, cuando recordó y oyó su voz en el inconsciente, la segunda vez. Era más amable incluso, él mismo se ofrecía a ponerel tiempo de lavado, y cuando Ruth entró a la lavandería tuvo un escalofrió. Nunca había nadie a la hora que ellos elegían, y charlando, solos, no superaban las tres formalidades; “por favor”, “es usted muy amable”,“de nada, todos deberían hacer lo mismo”. Era todo en gestos.Aquella vez, por la mañana temprano, mientras se calentaban las farolas de afuera, antes de que el sol saliera, Fred volvía a ser el mismo y la señora Ruth que le decía usted debería ser asistente de vida.

—La ayudo —dijo Fred—. Quiere que la ayude.

—Póngame el bajón y el tiempo —dijo Ruth sacando las monedas. Los lavarropas estaban limpios. Ahora no trabajaban. 

—Recuerdahace una semana —prosiguió Fred—.Me dijo que yo podía ser asistente de vida.

—¿Por qué recuerda eso?

—Porque estoy buscando urgente trabajo.—Ah —dijo Ruth.

—Bueno —dijo Fred—. Lo urgente puede quedarse con la vida. Cuénteme más sobre ese trabajo.

—¿ Por qué? —pregunto ella.

—Porque ya se lo dije.

—Vamos a ver —dijo Ruth—. Siéntese aquí. Incluso usted ya es un asistente de vida.

      A continuación cada uno miró su lavarropa y charlaron mientras las doblaban, gritando por encima de las maquinas que ahora trabajaban y sobresalían, y siguieron así mientras salieron de la lavandería hasta cruzar la calle. Había un aire extraño en aquella puerta donde Fred y Ruth se detuvieron, y para Fred no parecía el edificio donde vivían.

    —¿Y ahora? —preguntó Fred.

   —Yo no veo más que entrar —dijo Ruth—. No podemos quedarnos acá afuera. Las ropas están pesadas. Dejemos usted y yo un poco la locura de aquí afuera, y luego volvemos. 

       —¿No me diga que usted sabe dónde vivo? —preguntó Fred.

       —Yo también vivo aquí.

       —¿No me lo podría haber dicho antes?

            Ruth lo miró de abajo hacia arriba.

       —Claro que podría —dijo—. Pero eso hubiera sido contraproducente. Vamos, sabemos que quizás usted cambiaría de lavandería. En cada manzana hay una. Pero yo no estoy dispuesta a ir. No veo nada de malo en pedir ayuda. Alguien me ayuda a ir al doctor, a hacer las compras, a ordenar un poco la casa.

       —¿Y yo le tengo que ayudar a lavar la ropa?

       —Oh, qué gran esfuerzo. Ya llegarás a mi edad. Has pensado en que llegaras a viejo, ¿has pensado? Aunque todos llegaremos muy pocos lo piensan, ¿qué piensa?

       —No quiero meterme en estos temas —dijo Fred. Habló el inconsciente sobre lo que opinaba en otras situaciones.

       —Ni yo —dijo Ruth y pulsó el código—. Aunque de eso hay que hablar. —Entonces, como si todo hubiera ocurrido siempre así, abrió la puerta y de repente vio a Fred ensimismado y algo ido.

       —Resumidamente, si tuviéramos que definirlo —dijo—. Sería como un acompañante terapéutico, más o menos. No me queda claro.

       —¿Me quiere decir que estoy enferma? ¿Por qué no mejor lo dejamos aquí?

       —No. Por favor, fue solo unc omentario.

       —¿Quiere pasar?

 

            Fred, que hasta ese momento solo había pensado en ganar dinero siendo asistente de vida, y en que esa señora mayor le podría dar un trabajo y un mejor pasar, repentinamente cayó en la cuenta de que había sido espiado por ella desde la ventana y sintió algo de miedo.

       —¿A qué se refiere con el problema del día?

       —El problema no es la noche —dijo—. El problema es el día.Durante el día tengo que vivir. Mi doctor diceque cuando él duerme es lo más próximo a la muerte. Cuando duermo me desapego de la vida en dos pies y eso me sirve.

       —¿Podemos ir al grano? —dijo Fred, incómodo.

       Ruth lo rodeó lentamente. Que me parta un rayo, se dijo. Si este no es un buen candidato para mi nieta y se puso a buscar un lápiz y un papel.

—Sí, vamos al grano.

—Por favor, estoy apurado —dijo Fred. Tenía la cara roja y parecía ansioso.

    Se dirigieron a la mesa, que estaba justo frente a la ventana, y se sentaron mientras. Quedaron sentados en la mesa, Ruth en la punta, Fred en la otra. El sol ya se escondía tras los edificios. Chispeó un reflejo, formando un flash sobre la ventana. Ruth escribía con su mano izquierda. Parecía que estaba aprendiendo aquella vez.

—A lo mejor puede llamar aquí —dijo, dándole el papel a Fred—, es probable que no atienda. No dude en dejar un mensaje de voz.

 

Fotografía: Amandine Girard.