Desde Horacio Quiroga, hace bastante más de medio siglo, no se han escrito cuentos como los de «El hombre que fue yacaré». El tema es la selva que aprieta partes de la Argentina, el Brasil, el Paraguay sus gentes olvidadas por el mundo. No es un tema que Stella Calloni eligió: ella fue elegida por él. Por eso aquí el olor de la selva se mezcla con el olor del fugitivo, hecho de sudor y pena, y el perfume salado a sangre, a pasto, a tierra, de la muerte. Por eso la tragedia social pasa por estas páginas con la naturalidad de un río y nunca con la rigidez de la ideología.
También pasa por estos cuentos la muerte, que se queda con el olor de agua y de raíces de los hombres. Y el miedo a los fantasmas que entran a caballo y la lucha contra ellos. Son los fantasmas de uno. Y una gran tristeza dulce por amor a la selva, como si doliera su belleza. Más que en descripciones del paisaje, aquí la selva crece en la boca de sus gentes. Aquí las gentes son selva que habla.