Belén Zavallo: “En lo doméstico de la vida hay un montón de poesía”
La autora de “Lengua montaraz” estuvo en La Histórica brindando un taller sobre escritura creativa y dialogó con EL MIÉRCOLES sobre el proceso de escritura, la transformación de una situación dolorosa en algo poético, la oralidad en los autores contemporáneos, entre otros temas.
Por MATÍAS DÍAZ de EL MIÉRCOLES
“Todo lo que te escribo es lo que no te voy a decir nunca”. Sin anestesia, directo, así comienza Belén Zavallo su última novela “El silencio respira como un animal”.
Es al papá a quien le habla. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Qué le hizo tomar esa decisión? Esas son preguntas que iremos resolviendo, o no, sobre el desarrollo de esa primera parte que va dedicada a su progenitor. Lo que sí sabemos es que ella ya nos atrapó.
Zavallo es escritora, madre y entrerriana. Nació en 1982 en Viale y está radicada en Paraná desde que comenzó a cursar el profesorado de Lengua y Literatura. Su estadía en Concepción del Uruguay la gratifica mucho porque se encuentra con amigos, con gente con la que comparte lecturas, formas de leer, de hablar. “Es otra costa pero a su vez es nuestra que profundiza nuestra mirada sobre el mundo”, dice la autora que en 2021 obtuvo el Tercer Premio Storni en Poesía, y en 2022 el tercer premio en el Concurso Literario Provincial “Juan L. Ortiz”
-¿Qué herramientas se le pueden brindar a alguien que le interesa escribir en un taller?
Yo parto siempre de algo que he aprendido escuchando a grandes poetas, tomando también otros talleres porque es ahí a donde uno comparte, en red y en comunidad: la poesía está latente y está viva en cada uno. Si prendés un poco el oído, escuchás que hay poesía en los relatos familiares, en la verdulería y en cómo se venden las frutas. Entonces es un poco sacarle ese lugar sagrado y ser, en cierta forma, hereje escribiendo. No tengo que conocer tanto para escribir. A su vez, tengo que nutrirme de lecturas y de una comunidad que pueda también oír porque en la escucha también se construye la lengua para poder acceder a esto, a decir “Me parece que me salió un poema”. Un poema no es tan difícil y, a su vez, es algo que es un arte, es hermoso y hay autores que parece que nos dejan eso como si fuesen plegarias o ruegos o cosas que nos signan en la vida. Incluso se tatúan versos en la piel. Es algo que queremos llevar con nosotros.
-No hay escritores sin lectura. ¿Qué autores recomiendan para aquellos que quieran escribir?
Para mí la experiencia con la lectura es muy íntima porque tiene que ver con nuestras obsesiones, lo que estamos buscando y cómo nos encontramos en ese momento. En el catálogo de la literatura entrerriana hay autores exquisitos. En esta generación hay autores contemporáneos que están creando y proyectándose como Washington Atencio, Ferny Kosiak, Pamela De Battista, Carla Olivera, Sebastián González. A su vez también tenemos toda una historia que puede ir hacia atrás, si leemos hoy a Emma Barrandéguy es un desafío totalmente actual el que ella hace como mujer, como poeta, con su rebeldía y con su parada frente al mundo que pisa tan fuerte.
Mi recomendación es siempre que vayan a lo que quieren más cerca, qué es en lo que se van a identificar y después de ahí ahondar. Los clásicos vuelven, son necesarios y se resignifican con las lecturas pero son más difíciles de acceder porque el lenguaje es otro, cómo suenan las cosas, son diferentes y por ahí tenemos eso que nos parece como que no alcanzamos a escuchar del todo.
Tengo mis autores favoritos como Sharon Olds o Louis Glück que son poetas de las que me prendo permanentemente. Tiene que ver con mi experiencia también y con una etapa de mi vida. Mary Oliver, cómo mira la naturaleza, el detalle, cómo puede ver un insecto y en un insecto ver hasta el rostro, ¿no?
-¿Se puede enseñar a escribir?
Yo creo que sí. No sé si es enseñar como en la escuela sino que es un proceso inverso. Es desaprender a escribir en el sentido de permitirnos la rebeldía, de la respiración propia con las puntuaciones que a nosotros nos gustan, plantar una mirada sobre el mundo; pese a que todos queremos ser iguales y escribir como se escriben en tazas que se regalan en el Día de la Madre. Buscar lo contrario y salirse del lugar común y, a su vez, estar en todos los lugares comunes me parece maravilloso.
-¿Para qué sirve la escritura?
No sé si es una utilidad, al contrario, es una forma de estar en el mundo que no sirve para nada y, a su vez, transforma todo. Transforma la mirada sobre las cosas, transforma la percepción y la importancia que le damos a la gente que se nos acerca. Yo vivo la poesía no como un estado ideal y con pajaritos que me vuelan la cabeza pero sí con una atención única en el oído a cómo empiezan a pronunciar mis hijos, en mi madre que repite palabras que pronunciaba su madre, es como un espacio fuera del tiempo y habitarlo es hermoso.
Sabemos que escribiste “Las armas” a partir de un proceso doloroso de alguien cercano a vos ¿Cómo fue transformar eso en algo poético?
En el taller hablamos sobre la postura del niño hurgando la tierra. Al que hurga la tierra, la mugre se le mete debajo de las uñas, lastima y duele. Escribir tiene ese gesto, es un gesto que vuelve. Yo hurgo para desmalezar mi jardín y a su vez me compenetro. Las experiencias crudas si pueden tener una reparación literaria es un gesto frente al mundo y una parada política porque es mucho más potente hacer justicia desde la literatura -que permanece y que se resignifica con cada lector- que hacerlo solo en un espacio íntimo. Tuve la posibilidad, con el abuso sexual de mi hija, de escribir “Las armas” pero es un libro que me gratificó cuando me enteré que formaba parte de la biblioteca “Ni una menos”. Lo escribo y le consulto a ella si puedo si puedo publicarlo porque ni siquiera era que lo escribía con un fin editorial. Gratamente, lo que me ha pasado a mí con la escritura y con mis libros, es tan bueno casi como lo que me pasa cuando leo libros de otros. Puedo salir de mi vida y de mi cuerpo para encontrar esos paisajes y esa voz.
-¿Se pueden escribir historias sobre hechos cotidianos?
Me parece que sí. En los detalles y en lo doméstico de la vida hay un montón de poesía. Estela Figueroa, autora santafesina, mira una bandeja con frutas y hace todo una escena erótica y tiene frutas, nada más. A mí me parece que justamente por prestarle atención a eso que tenemos y hablar con las palabras que tenemos para decir eso, no escaparle a nuestro lenguaje, me parece que es el camino acertado para encontrar nuestra voz literaria y para poder escribir con una cierta potencia y profundidad.
-Hay una nueva camada de autores entrerrianos que en sus obras recuperan la voz de las y los entrerrianos. ¿Se dio de forma natural? ¿Se pusieron de acuerdo?
Me parece que hay una parada ideológica, ¿no? Yo habito mi tierra, mi entrerrianía y mi tierra entrerriana con mucho amor y pienso plasmarlo en todos los espacios de escritura donde pueda . Tuve la suerte de ganar un premio nacional con “Lengua montaraz” que recupera también todo esto; nuestra forma de decir, en vez de decir “cuello" decir "cogote "; cosas que yo escuchaba de mis abuelos o de mi infancia y también ese paisaje. Es como si yo escribiese sobre un subte que tal vez me he tomado tres en mi vida como mucho y crecí en Viale que no tiene ni siquiera colectivos de línea. El artificio nos expulsa. Creo que la oralidad es algo muy vital y que le da tanta dimensión. En vez de ser chatos los personajes y que uno quiere describirlos de una forma, ser grandilocuente, usar palabras solemnes y tener ese tono, yo creo que ahí se pierde un montón de personalidad. Cuando algo es tan lavado no es lindo, no llega nadie.