El heroísmo en un mundo convulsionado
Texto leído en la presentación de La venganza del Pulga en Rosario, el 9 de marzo de 2024.
Estamos ante una novela breve, editada en España por Ápeiron Ediciones, en 2023, de un escritor de larga trayectoria, Fernando Belottini. Nacido en San Jorge, Santa Fe, pero con residencia hace muchos años en Concordia, Entre Ríos.
Como todo libro publicado, estamos ante una novedad editorial. Pero también estamos ante una forma narrativa que se inserta en lo nuevo a través del manejo literario de los personajes, el ambiente y las formas en las que se expresan esos personajes. Mientras que la novedad corre por los andariveles del mercado, lo nuevo transita un camino distinto: el del arte. Y de esta manera, se diferencia de ciertas obras, y géneros, a la vez que se reconoce con otras. La venganza del Pulga es una novela realista, que a primera vista podría pensarse como policial pero, eso, para mí, sería encasillarla en una categoría estática. Porque no se trata de una novela inscrita dentro de los límites convencionales del género policial. Esos límites están franqueados por los personajes y sus conductas. Entonces, Raúl Paz, el personaje principal, no es ni un detective que utiliza el intelecto para resolver crímenes (como Poirot o Sherlock Holmes), ni un matón que a través de la fuerza bruta y la intuición atrapa a los malos (como Philip Marlowe). Es, más bien, un policía de clase media, que acaba de separarse, que vive las inclemencias de un país inestable, que es Argentina pero que podría ser otro país latinoamericano, dadas sus características socio-económicas, un personaje que extrae sus conocimientos de las historietas que lee. Un Quijote argentino, laburante, cuyos molinos de viento van a ser de orden kafkiano: las instituciones, las leyes y la ética normativa. Raúl Paz es un policía con “un cuerpo no apto para tareas de riesgo, un carácter más bien retraído, cierta delicadeza que lo orientó sin pausa hacia menesteres de oficina en las que supo ganarse, además de el apodo de ‘El Pulga’, un merecido aprecio entre sus pares. Todo se lo debe a Dios y a sus lecturas.” Y que, además, “siempre soñó con ser un héroe, un héroe real” pero acaba siendo, como el Quijote, un falso héroe que acaba por denunciarse a sí mismo.
Estamos ante una obra difícil de clasificar. Pienso que esto puede deberse a la mezcla de géneros, registros y zonas de influencia que circulan dentro de ella. El policial, la historieta, la declaración testimonial, el discurso escrito y el oral, lo realista y lo absurdo; todas estas nociones se ponen a jugar, moviendo al personaje por una realidad que ya conocemos pero que, por momentos, nos hace sentir incomodidad, una extrañeza quizá fruto del impacto que nos provoca ver esa realidad revelada, reluciendo sus matices más oscuros. Aquello que intuimos está ahí, pero no lo sabemos hasta que alguien lo pone en palabras. Entonces, el personaje se pregunta: “¿qué son los policías para nuestra sociedad sino unos pobres negros custodios de los bienes y deseos de los ricos? (...) los ricos están ciegos de ambición, nada les alcanza.” Como si la realidad, de tan dura, vista de frente, nos produjera extrañeza. ¿Cómo toleramos la hostilidad del mundo? ¿Por qué aceptamos las injusticias? ¿Por qué, aunque nos esforcemos, no podemos ser héroes, héroes reales? En línea con esto, Raúl Paz, al principio del capítulo II, Convivencia, piensa: “Donde todo está torcido, hacer lo que corresponde es una locura.” Es en este punto donde se encuentra la extrañeza frente a la realidad a la que me refiero.
Ahora bien. El Pulga se descontrola cuando matan a su media hermana, la Belén, y hace todo lo posible para vengarse. Empieza por denunciarse a sí mismo. Porque el día que hubo tiros en “La Shell”, tanto él como su hermanastra habían estado implicados. Raúl Paz tenía problemas de pareja y, para ahogar las penas, tomaba cerveza sin parar en la estación de servicio, hasta que ve entrar a alguien, que resultaría su media hermana, que intenta robar la caja de La Shell. Entonces dispara, con su arma reglamentaria, al aire, para disipar el quilombo, sin percatarse de que generaría más desorden todavía. Más armas, más balas, más ruidos, más confusión. Después de disparar, pierde el sentido y se desconecta de esa realidad inmediata. El Pulga busca venganza, y en el camino vemos cómo se fortalecen o debilitan sus relaciones interpersonales. La relación con la madre empeora, a la vez que la salud de ella, empieza a convivir con el Gordo García, uno de sus compañeros, y el resto de la comisaría se le burlan porque parecen una pareja. Se encuentra con Rubén; un joven sospechoso que, además de conocer a Belén, puede quitarle el puesto de trabajo. Los personajes que lo rodean son elementales para la concreción de esa venganza. Ayudan u obstaculizan el cumplimiento del objetivo del Pulga. A veces, presencias como la del Gordo, intentan animarlo, comprenderlo, darle sostén (como en un matrimonio) y otras, como la de Rubén, el joven, lo hacen enojar, “perseguirse”, y hasta parecer medio boludo ante los demás. A estos personajes que aparecen, se le suman las dos bandas que pueblan San Justo. Los Azules y los pizzeros (que en realidad son bioquímicos), las dos bandas que distribuyen la droga. Los intereses de la policía están puestos ahí, los implicados con alguna banda obtienen una coima. Los Azules son los más relevantes, tienen el contacto con la policía, hasta que se disuelven:
“Entonces los pizzeros comenzaron a intentar el control de la venta callejera y funcionaban en ese sentido como una municipalidad paralela. Daban permisos ‘oficiales’ y contaban con un padrón con registros de cada quien.”
Como venía sosteniendo, estamos ante una realidad cruel, hostil, que de momentos genera extrañamiento a la vez que familiaridad. El tratamiento de la realidad que nos ofrece el narrador de La venganza del Pulga, a través de personajes que se sustraen a los estereotipos y convenciones que los atraviesan, ilumina con gracia lo que podría ser una fatalidad. Esta trama compleja, con múltiples facetas, se construye con un registro fino, elegante, que a cada paso deja restos de humor.