ASTRONOMÍAS PARA NICTÁLOPES, POR LAURA GERMANO

                        ¿En cuál de los días grises, finalmente,
    perdimos la alegría, Miguel Ángel?
    ¿Cuándo dejamos de reír? (p.148)
    ¿Qué vi cuando veía? ¿Qué veo ahora?
    ¿Qué habría visto si diferente hubiese sido la mirada? (p.159)
    (…) y no seremos héroes por tanta hazaña
    sino por haber sobrevivido a tanta nostalgia
    tanta terrible nostalgia (p.185)
 
Astronomías para nictálopes de Juan Meneguín es un poemario intenso. Por sus páginas transcurre la vida. El cuerpo sensual de la adolescencia y juventud, el cuerpo deteriorado por la edad; la finitud; la muerte. Las geografías de la infancia, ya desaparecidas. El devenir caótico de la memoria. Siempre el devenir: la mirada, el pensamiento; la generación a la que pertenecemos: su música, sus lecturas. Hay bruma y neblina. Hay puentes, muchos puentes. El río… Y hay un universo sólo posible a un ojo de nictálope acostumbrado al telescopio. A un constructor de telescopios: (…) el pulido de los espejos en la construcción de telescopios (…) (p.95)
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La escena de lectura implica un yo y su circunstancia. En este caso, el yo que lee comparte la generación del autor, sensible a la pérdida de un mundo que sentíamos nuestro. Y el haber nacido en Entre Ríos. Haber vivido en Entre Ríos la infancia y adolescencia.
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Subrayamos porque queremos reabrir el texto y encontrar rápidamente las líneas que, sabemos, necesitaremos releer. Transcribimos  algunos de estos subrayados sabiendo que la emoción de la lectura los excede.
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El cuerpo joven, el lenguaje sensual de los cuerpos; el erotismo, ese impulso vital que nos convoca y provoca:
Ella se calza una capelina color de río/ cuando el sol ya clava sus uñas en la piel. / El sol pasa el meridiano cuando regresamos/con olor a río y arena/ por todo el cuerpo/ y nos amamos bajo la lluvia de la ducha. (p. 128)
(…) cuando de solera y capelina, una recién casada/ sale del frío de lo verde y ríe con el algodón mojado transparente/ que copia la levitación de sus pechos, Y entre las vigas de quebracho de un puente de madera/ alguna vez tuve doce años, y con un mediomundo/ me sumergí en la sombra de un remolino/ habitado por sabalitos y chanchitas, dientudos y mojarras, ardiendo por culpa del verano y el sol de las primeras eróticas. (p. 121)
Y el amor, que era griega, tenía en los ojos toda la claridad/ del Egeo y un pulóver rojo donde su estómago se/ contraía, con feliz estremecimiento, cuando otras/ manos se introducían desde abajo. (p. 76)
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Luego, el tiempo pasando por el cuerpo, el tiempo deteriorando el cuerpo:
Las venas de la mano no salieron todavía/ pero los pulmones ya sufren agitados/ y algo parecido a un recuerdo/ hace como niebla en la mirada. (p. 23)
Me pesa el aire de los bronquios, / la apnea en la garganta y el cuello. / No hay filosofía ni religión/ que me salve de la madrugada. (p. 27)
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La muerte de la mujer amada y esa incapacidad tan humana de no poder anticipar la pérdida inminente:
No supe ver que no  estabas ya cuando todavía estabas. / No supe ver tus pies azulándose, tu cuerpo enfriado. / No supe sentir el olor, el olor, el olor. / ¿Por qué todos mis muertos huelen así/ cuando están muriendo? (p. 47)
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Creemos que sólo en el recuerdo trascienden nuestros seres queridos. Aquí la trascendencia amorosa es poesía:
Hoy llovió entre sus plantas, y un olor a ella/ vino desde íntimos lugares del patio, el jardín. (p. 47)
(…) y ella salía de solera, liviana y despierta/ hacia el nuevo día, respirando a pulmón pleno/ para conversar con sus plantas, (…) (p. 48)
El mundo entonces era nuevo, / el mal estaba lejos. El mundo era nuevo/ y el mal estaba lejos. (p. 49)
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Y el recuerdo que trasciende la muerte del padre:
Ahora me visita, con una blusa azul de ferroviario del ´50, / con su gastado pantalón de sarga y una varita de hinojo en la mano. / Se sienta en el viejo banco bajo los pinos, / se rasca la cabeza y me pregunta qué, / el Chicho me pregunta con el gesto qué hice con la vida: / no la dejes a tu madre, me dice, / acordate de cambiarle el aceite a la cupé.
Distraídamente deja caer una mano de costado/ arranca una florcita blanca y la mira atento, / estudia la corola cuatro pétalos el estambre rubio, / y la lleva a su boca, la mastica despacito.
En sus ojos pasan las nubes que pasan, /brillan como relojes andando para atrás. /El alma de mi padre sonríe por algo que no entiendo. / Todavía no entiendo. Sólo lo veo a él, / comiendo flores como en sus mejores días. (p. 104)
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También las geografías compartidas con nuestra generación fueron cambiando.
El cruce del rio en ferry para llegar de Entre Ríos a Buenos Aires:
(…)Supo cruzar el/ río al amanecer en un ferry fantástico a la hora en/ que el chamamé le hacía una bailanta a los camalotes. (p. 76)
La construcción de la Represa:
Fue en 1975. En la mirada hay/ largas filas de obreros y aspirantes, desde muy temprano, / en la oficina de empleo. Es la empresa constructora Salto Grande/ la que va a romper el río, va a partirlo en dos, /va a llegar hasta el basalto/ va a dinamitar el hueso de piedra del río/ y sonarán las sirenas y las copas de champaña cuando unan / los extremos de la inmensa ataguía/ y muera el río.(p. 160)
Aquellas primeras geografías modificadas por el cemento, el glifosato, la ambición, la indiferencia.
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En Samsara (p. 91 a 103) Juan Meneguín reitera la fecha de su cumpleaños en décadas (2008-1998-1988-1978-1968) hasta concluir en la fecha de su nacimiento: Miércoles de abril 16, en 1958. El texto es una larga enumeración de objetos, lecturas, sombras, olores, películas, herramientas, caminos, motocicletas… Dicha enumeración es extensa, variada, abarcativa, y termina (…) todo ha sido posible todo me ha sido otorgado (p. 103)
El día del nacimiento marcando un destino de época que el poeta ha sabido vivir intensamente.
Entonces, no podemos dejar de citar las palabras de Miguel Ángel Federik en el prólogo: “Y aquí estamos ante la escritura de alguien que sabe muchas cosas, incluso astronomía y construye telescopios para mirar desde el patio de su casa el color que tienen esta noche los anillos de Saturno, según la contaminación lumínica o la humedad del aire; o esas herramientas del taller de su padre –ferroviario y hombre como José del Carmen Reyes- que él siguiera utilizando para pulir espejos o fabricar la puerta o ciertas rejas de la propia casa en que vive.” (p. 10)
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En Astronomías para nictálopes hay nostalgia, tanta terrible nostalgia, esa tensión entre la tristeza por un mundo que se va yendo y el goce por la experiencia de vida que en él se ha tenido; tensión que marca el ritmo de la palabra poética.
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Transitar una época difícil con sus miedos y sus sombras:
El mundo estaba cambiando/ y no lo supimos/ sino hasta ver la sombra que se extendía por el mundo, / arrasaba pueblos ciudades universidades fábricas cines/ barrios obreros ferrocarriles. Se expandía/ como una pesada mancha adhesiva, descomponía/ los colores uniformaba las voces, / las radioemisoras sólo transmitían marchas militares/ los trenes custodiados oscuros, el pensamiento vigilado.(p.150)                        
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Hasta llegar a la soledad que nos deja nuestra época cuando ya el mundo no nos parece nuestro:
Me llevó cuatro décadas amar la soledad temida/ porque la soledad no sólo son sus muertos/ que nos van dejando solos, son las épocas que mueren con ellos, /los días las estaciones que vamos perdiendo, /la mejor de las comidas el vino más esplendente, la fruta deliciosa de una siesta lejana/ el amor furtivo de un carnaval, los grandes días de la “contracultura”, /las luchas por un mundo mejor y un hombre nuevo, /la pasión por encontrar el secreto del arte, /aquella madrugada en que saciados de tabaco y ginebra/ nos dormimos con el eco de un verso que supimos logrado, / clandestinos en la alta noche persiguiendo una pasión, (…) (p.146)
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Nos gusta citar aquí las palabras de Marguerite Youcenar en el final de Memorias de Adriano que recordamos por asociación:
“Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…”
 Y el bellísimo final de Astronomías para nictálopes que Juan Meneguín lleva en su mirada:
¿Cómo estará la Nébel y yo tan lejos?/ En mis sueños veo sus basaltos brillantes, al sol/ y me pregunto si habrá cigüeñas buscando comida, /biguases que ya no pueden bucear de tan bajo el río. / ¿Habrá peces atrapados en las lagunas empedradas?/ Pero yo sin ver la playa más que en mis sueños. /Amiga, llévame en tus ojos, hasta las piedras de la Nébel. (p. 193)
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GRACIAS, Juan Meneguín
Laura Germano- 29 de junio de 2024