PEONES, PECES Y REINAS

Peones, peces y reinas. Algunas provisorias metáforas para la educación.

 

Mientras llego, S. se acerca por detrás mío. Con su propia mano o un cubierto, comienza a simular un asalto. En voz baja, susurrante, me dice la plata, la plata, dónde tenés la plata. ¿En esta bolsa?, me dice señalando uno de los sobres de cartón que sobresalen de mi canasta de tallerista. No, ahí no. Te equivocaste, le corrijo. ¿En el otro?, me pregunta S. aún impostando la voz. Tampoco, me río. Además, le soy franco, no tengo mucha plata hoy. Te dejo pasar por hoy, por hoy nomás, me dice S. como si de repente estuviésemos en un puente de verdad y no en este Puentes de metáfora nomás.

S. se ríe. Yo me río. S. continúa su “ensayo” con Ale. Yo no lo llamé “ensayo”. S. lo llamó ensayo. S. sabe diferenciar un “juego” de un “ensayo”. S. sabe categorizar sus acciones. Ale le pregunta. ¿Ensayo? Pero si vos nunca hiciste eso... ¿o sí? No sé si Ale está siendo irónica. Si pregunta porque es obvio que sí. Si pregunta porque es obvio que no. No sé si está aprovechando el huequito entre mi llegada, la cebolla que está picando, la canasta de talleres, y el ensayo de S. para realizar una intervención. Qué pensará Ale de S. y sus juegos. Qué pensará S. que pensamos nosotras de sus juegos. Son de esas preguntas que en cuánto uno las abre, descubre no tienen fin.

Un rato después S. entra y sale. Estoy sentado en silencio. Del patio a la cocina. De la cocina a la pieza. Al taller de cumbia. Del taller de cumbia a la cocina por la ventana. Para dónde se mueve S. ¿S. se mueve para que lo pesquemos? ¿Se puede pescar un pez y que siga siendo pez, que no se convierta, como me explicaron en primer grado, en pescado? ¿La solución está en volverse uno pez y no pescador? A nosotros, ¿quién nos hizo pescadores? ¿Quién nos dio estas cañas de pescar?

No sé si somos pez y pescador, pero invito a S. a jugar al ajedrez. Hoy vine más temprano a Puentes porque quería participar de la asamblea de apertura. Pero pasa que antes quería imprimir un cuento que esa mañana elegí para compartir en el Taller de poesía. El Taller es a la tarde. Sin embargo, primero tuve problemas con el documento. Y después, la fotocopiadora estaba llena. Igual esperé. No es lo mismo llegar a las instituciones con cuento que sin cuento. Me prefiero tarde con cuento que temprano sin.

Ale hierve la comida que preparó junto a A. Ariel y Gastón se mueven, peces o pescadores, por la piecita con instrumentos musicales. Yo le pido a S. que juguemos al ajedrez. Quiero decir, ¿cómo interviene un tallerista?

S. se concentra en sus movimientos. Me habla de un enroque que me va a hacer. Ahora no porque ya te avise, me dice. Yo muevo lo que puedo mover, le advierto. No tengo estrategias, le digo franca y sinceramente. No tengo estrategias, le digo, cuando me pregunta por qué moví ese peón, dónde tengo la plata, por qué tendría que venir él a mi taller.

Yo muevo lo que puedo mover. Pierdo, claro, pero mientras, muevo y trato de que no caigan las piezas más importantes tan rápido.

Imanol acompaña el Taller de poesía. Cuando llega, S. insiste en jugar al ajedrez. Yo insisto en que tenemos taller. S. le cuenta al Ima que esta mañana me ganó a mí. Que él siempre que juega en Puentes gana.

Pido a S. que agarre el ajedrez y vaya con nosotros al taller. Yo no gano siempre que juego en Puentes. Yo muevo lo que puedo mover.

 

*

 

Propongo una pequeña consigna. Hay otro chico que nos acompaña. Tenemos cuatro almohadones, un poquito de sombra en el patio. Una canasta. Un cuento. Algunos libros por las dudas. Un tablero de ajedrez, que no estaba en los planes, pero bienvenido sea.

Cada uno toma una pieza y escribe qué es lo que esa pieza diría si pudiese hablar. Nunca nada puede ser más sintomático, mientras S. elige el peón. Tan obvio. Tan expuesto. S. escribe en una fichita. “Soy el peón, la menos importante de las piezas, pero la única que puede llegar al final y convertirse en reina”.

Es la segunda vez que me pasa. S. da vueltas en torno al taller. Sostiene durante el día una difusa, pero larga, densa, concentrada, conversación conmigo. Luego va y escribe, rápido, sin decir mucho y haciéndose el que no le gusta, textos breves, renglones que son dignos de aquello extraño que Jacques Derrida llamó “inscripción literaria”.

Su texto son las líneas de un poema. S. escribió un poema. Hasta puedo cortarlo en versos.

soy el peón,

la menos importante

de las piezas

 

pero la única

que puede llegar

al final

y convertirse en

reina

 

Hace unos días tuve en claro que hoy iba a querer hablar de S. Veintiún años. Unas ganas de rehabilitarse. Un tatuaje del Gauchito Gil. Un viaje a Chacho con compañerxs de La Dignidad. Una mamá que visitar. Una inquietud de movimientos en uno y otro sentido. Un poema escrito en un taller. “Soy el peón / la menos importante / de las piezas // pero la única / que puede llegar / al final / y convertirse en / reina.”

No es lo mismo ser una persona con cuento que sin cuento. Con poema que sin poema. Sin embargo, hasta ahí llego yo. Yo llego hasta hacer que S. se siente a escribir un poema. Muevo lo que puedo mover. Sin embargo, ahora tenemos a S. allí, al borde de una escena, con un poema escrito. La pregunta seria, ¿qué se hace a partir de ahí?

Qué se hace a partir de un poema. Qué se dice en un poema. Cómo se escucha un poema. S. se va del taller. Se pone a jugar al ajedrez con otro. Lo pierdo. Pero yo no quería pescarlo. Yo no quería que fuese pescado. Yo quería al S.-pez. Con todo y tatuajes y poema. Pescado no. Pez.

No quiero que el crayón que le di para escribir ese poema sea caña de pescar.

*

S. se va a seguir nadando. Ahora soy yo quien es pez con preguntas.

Escribo estas poquitas líneas, que nunca alcanzan, un jueves por la tarde. Un ratito en la plaza. Otro en casa. Los jueves, al menos estos últimos, han sido algo cansadores. Después de Humito termino bien cansado. Me cuesta escribir estas líneas. Escribir sobre nuestras prácticas, sobre el real que allí se nos presenta, nos cuesta. Física y subjetivamente, cuesta.

Insistimos igual. Un poco porque quienes trabajamos en la enseñanza, es decir todxs nostrxs, sabemos del valor de la transmisión y el archivo. Otro poco con la esperanza de que escribir nos dé un cacho más de agua para nadar.

Escribamos sobre nuestras clases, talleres, asambleas, recreos. Pongamos nombre a lo que allí nos pasa. Y aún más, hagamos todo eso en los mismos términos de las metáforas que la realidad, el encuentro con otros y sus palabras, nos donan.

No para construir un glosario de anécdotas. Ya sabemos de los peligros que ese camino acarrea. Vamos a la anécdota, en cambio, para escuchar y desde allí, en un mismo gesto, teorizar y hacer política.

Las preguntas que hice sobre S. y las escenas que viví con él el martes pasado (apenas un día en la semana de un tallerista), no son preguntas sobre S. y nada más. Tampoco son solo preguntas sobre mí y S., sobre nuestro vínculo, el taller de poesía, mis intervenciones. Son también, o por eso justamente, preguntas sobre la didáctica de la literatura, sobre el sentido ético de la transmisión. Son preguntas teóricas acerca de los límites y potencias de, por ejemplo, las nociones psicoanalíticas de “escucha” y “transferencia”. Son preguntas políticas acerca del estatuto que nuestras organizaciones y/o instituciones brindamos a las intervenciones de un tallerista.

Como bien sabemos, la pregunta pedagógica configura, funda, mundos. Sintetiza una pregunta más profunda acerca del sentido o sinsentido del mundo que nombramos y damos a los demás en el acto de nombrar. Quienes enseñamos, más o menos conscientemente, somos portadores de ese saber. Por eso, cuando el resto de las piezas se corren del tablero, nosotrxs seguimos acá en el campito descampado. Acá estamos, moviéndonos hasta el final.

Quizás seamos las menos importantes de las piezas, pero sí somos las únicas capaces de convertirse en reinas.

 

* Texto compartido en el Encuentro pedagógico federal, organizado por AGMER María Grande y la Escuela Técnica Nro. 34 Gral. Enrique Mosconi. María Grande, 05 de octubre de 2018.

 

Referencias

Norma Barbagelata (2011) "Opus nigrum" en Graciela Frigerio y Gabriela Diker, comp. (2011) Educar: figuras y efectos de amor. Serie Seminarios del cem. Del estante editorial y Editorial Fundación La Hendija. Paraná. Páginas 63-80.

Jacques Derrida (1989) “Esa extraña institución llamada literatura.” Entrevista con Derek Attridge. BOLETIN/18. Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria (Octubre de 2017). Traducción de Vicenç Tuset. Páginas 110-150.

Flavia Terigi (2004) "La enseñanza como problema político" en Graciela Frigerio y Gabriela Diker, comps. (2004) La transmisión en las sociedades, las instituciones y los sujetos. Un concepto de educación en acción. Novedades educativas. Buenos Aires. Paginas 192-202.