La sinuosidad “viboreante” del río Uruguay alto, concreta parte de la división geográfica entre los Estados de Río Grande del Sur y Santa Catarina, pareciera querer despistar los residuos que va recibiendo en su camino, mientras desciende desde sus aproximadamente 1800 metros de altura sobre el nivel del mar.
Porque Sierra Geral, la sierra catarinense, tiene esa altura y desde ahí el cielo abraza con sus nubes la vegetación, ensalzada de verde y agua generosa.
Entonces comienza el peregrinar de moléculas, que gotas tras gotas, forman cursos, y así nacen el Canoas y Pelotas, que en un descenso voraz confluyen y dan partida al río Uruguay.
El agua corre y corre. Las moléculas buscan oxigenarse como un nadador entre brazadas y brazadas, imprimiendo velocidad para que no las alcance el virus dañino que las enferme.
En ese esfuerzo, ese tenaz esfuerzo, algo comienza a frenarlas…
Son un montón de otras moléculas que se han detenido buscando espacio en el lago, artificialmente generado. Entonces, aparece “Machadino”.
No es un personaje. Es una Hidroeléctrica que genera confort, producción, industrias y una sobredosis de impacto ambiental importante, tanto que las millones de moléculas son víctimas de las bacterias que transforman sus cuerpos, y se desviven por su pureza, sintiendo que están entregadas a la buena de Dios.
Muchas luchan por llegar al turbinado y poner su granito de arena para la generación de energía; algunas deben esperar 49 días, o aunque sea, la gran esperanza de la apertura de las compuertas ante tanta presencia de agua, una determinación operativa que las lleva en masiva escapada hacia la ¡LIBERTAD!
Sin mirar atrás e impulsadas bravamente, se lanzan a recuperar la vida que todavía les sonríe, sin mirar atrás, sin ni siquiera recordar. Ya nacieron, ¡y ahora a vivir! Mejor dicho, a seguir viviendo. Claro, la naturaleza no es humana, es divina, y sus imperfecciones son causadas por el hombre. Entonces, buscan recuperarse viajando a más velocidad y chocando con las piedras en saltos estrepitosos que devuelven su originalidad.
El destino no puede ser tan altanero. Tras sus casi 15 km por hora de velocidad en cuesta abajo y, cuando parecían alcanzar la plenitud, aparece la noticia menos querida: Itá. Otra Hidroeléctrica a la vista, que produce los rebajes inmediatos para ingresar al lago como lo haría un auto de “formula uno” ante una chicana.
“¡¡Que fastidio!! Ahora, a sobrevivir. Si esto era libertad, demasiado controlada para mi gusto”-pensaba una molécula mientras bajaba sus pulsaciones-.
“Nuevamente a cuidarnos, nuevamente a sentir de cerca el fantasma del residuo, que acecha desde las orillas, de donde proviene. Porque nosotras, las moléculas de agua del Río Uruguay, abastecemos ciudades, fábricas, campos, diferentes emprendimientos, pero nos devuelven así nomas, sin contemplaciones, sucias de residuos”, reflexionaban. ¡¡ “Deberían ser más atentos”!!
Algunas nos acercamos a las tres turbinas rápidamente, otras esperarán 45 días y una parte espera a las compuertas. Se ve en un sector quienes rezan alrededor de las torres de la iglesia vieja, que con buen tino mantuvieron para la ciudad, que quedó bajo el agua, esté en la retina de los ciudadanos itaenses.
Otros ríos se han ido sumando en esta “serpentina” de la geografía de las sierras en que el río busca su dirección zigzagueante, como el Peixe, Chapecó, Peperi-Guazu, Icamaqua, Apuaue, Passo Fundo, Ijuí, da Varzea, Quaraí y Inhandava, brazos de la cuenca que, en forma enraizada, se muestran constantemente.
De aquí en más, dejemos que sea una de estas moléculas de agua quien nos cuente cómo sigue su desafiante camino río abajo:
Si nos imaginábamos que con Itá la historia terminaba ahí, como si nos hubieran soltado las amarras, lejos quedaron nuestras pretensiones, aunque nuevamente agarramos velocidad y energías como en los primeros tramos.
Es que el hombre no para de agredirnos, siendo que él forma parte de la naturaleza. Si nos lastima, se está lastimando a sí mismo.
EL HOMBRE NECESITA DE LA NATURALEZA, COMO LA NATURALEZA DE DIOS.
Sé que soy una mínima molécula, expresión de lo natural, del agua, y voy contando mi vida mientras vivo, mientras pueda vivir.
Nos miramos entre las millones que somos, descendiendo por este maravilloso río, el Uruguay, sintiendo en nuestras miradas el desconcierto de lo que vendrá, mientras tratamos de recuperarnos e huir de los virus que nos persiguen constantemente.
Siento un murmullo cada vez más sonoro, incisivo, reconocido, y como no podría ser de otra manera, una nueva hidroeléctrica está a la vista:
Fóz de Chapeco: Nuevamente a sobrevivir sin nuestra preciada libertad natural, a requerir de una paciencia ya entrenada por unos días, que, a lo sumo, serán 14. Sentimos entre nosotros un olor diferente del comienzo. Es que los residuos de criaderos de pollos y chanchos se hace sentir en toda la región y es imposible escapar de su compañía.
Soy débil, soy fuerte, depende cómo se me mire. Tengo la certeza de que soy frágil; lo sé. Todos me necesitan sin excepción, pero muy poco tienen el ansia de cuidarme en mi batir.
Vivimos oprimidas por turbinas que una vez más nos sacuden violentamente para continuar con el desarrollo. ¿De quién? ¿Nosotros somos desarrollo? Queda atrás la Usina llena de energía y aquí, con mis pares, todas transpiradas, a correr y correr porque seguimos bajando y bajando.
¡Mira vos como son las cosas! Nos acostumbramos tanto a un sonido artificial como el de las usinas hidroeléctricas, que al sentir nuevamente un gran tronar aproximarse, nos llenamos de miedo, hasta que nos sorprendemos con unos saltos únicos en su forma, que nos llegan al alma, y, entonces sí, recuperamos la sonrisa amplia y gritamos un sapucai entusiasta.
Son los Saltos de Moconá. Nos comen, nos tragan y nos desnudan, porque rejuvenecemos y nos devuelven el sentir de ser puras de verdad.
Ya la velocidad es menor y las orillas coloradas. Nos dicen que una es Argentina y la otra sigue siendo brasilera, pero nuestro lenguaje es uno y desde siempre natural, con lo cual no podemos reconocer otras voces, salvo la de algún poeta cautivado por la creación.
¡Qué ganas de respirar hondamente! Lo hago, y al hacerlo mis pulmones se llenan de yerbatales, de campos con hojas seductoras, para la cosecha que vendrá; y un amanecer, o atardecer, de tantos, que me siguen en mí recorrer.
Voy besando costas y costas de parajes bellísimos, añorando jangueadores de antaño con balsas de troncos de cedro misionero y timbo colorado.
Pero hoy me encuentro con ¡locos! Que hacen de las suyas.
Miles de peces, pájaros y bichos que triunfan en la batalla del vivir, del sobrevivir. Es que hay pescadores con sus redes. Hay cazadores con sus escopetas. Sus instintos desperdiciados en abrumar lo natural, en búsqueda de satisfacer sus ganas por conquistar.
Veo balsas que atraviesan en mi río, producen pequeñas olas que dan cachetadas a las orillas arrastrando algunas ramas desprendidas de la arboleada. Unen pueblos, familias, o nos dan la posibilidad de continuar viaje hacia quién sabe dónde.
En algunas oportunidades, levanté la vista y vi la sombra de puentes sobre nosotras, pero pocos me impresionaron como el de Sao Borja. Es que las orillas ya quedan más lejos y nuestra velocidad descendió abruptamente; tengo más tiempo para ver esa franja, inmensa al mirar hacia el cielo.
Encontrarnos con rocas y grandes piedras no es una novedad; cada tanto nos sucede, pero otro puente extenso como el de “Libres”, vaya que no lo esperábamos; seguramente nos aproximamos a ciudades con más gente, con necesidades de conexión, que no es unión pero en el fondo pretende serlo. Como nosotros, las moléculas, al unirnos formamos ríos, igual los humanos al unirse forman comunidad.
Nuestro viajar es lento; estamos más adultas, entradas en tiempo de vida. Al mirar con atención hacia adelante nos sorprende la inmensidad de amigas que parecen venirse encima. ¡Hay montones! ¿Es que ya llegamos al final? La realidad nos dice que hay otro lago. Otro gran lago. Otra gran hidroeléctrica: Salto Grande.
100 días de estadías, más de tres meses, como si hay obligación de descansar o reposar, porque se nos atiende como ancianas, pero no por exceso de maduración. Todo lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en verde algas. Mas que un riesgo es una realidad, de hecho y siendo honestas, ya en los lagos de los Altos nos teñimos en verde.
Si nadie no agrediera, esta tranquilidad estaría promocionada por nuestro mismo ánimo. Es tan grande esta pared que debemos atravesar, 14 turbinas o briosas compuertas que nos desbarrancan en manadas indomables. Si hasta aquí sentimos que veníamos en un río de lagos, aquí empezamos a sentir estar en un lago de ríos...