El desafío
Dos gordos en chancleta
juegan al ping pong
contra dos rastas descalzos.
Una pelota cruza con desesperante
lentitud el campo de juego
silencioso del estadio de metegol
sin que nadie pueda evitar
el ingreso de la pelota.
Nadie grita,
los jugadores se han ido a ver
el espectáculo de paletas,
las mesas de pool con las bolas
abandonadas y los tacos cruzados
sobre ellas.
Cambian de lado y de saque,
cuando se cruzan en el trayecto
las miradas desafiantes
saben que se les fue de las manos
la diversión y ahora son parte de un
concepto que no esperaban.
Las banderas del rastafarismo
están bien altas cuando el flaco clava
un remate demoledor,
11-14, hay que jugarle al camión,
nuevo cambio de saque.
Los gordos hacen la difícil y reculan
en chancletas, pura devolución,
los rastas intentan forzar el error
agazapados sobre la mesa
largan zarpazos con efecto
que los gordos devuelven
con pasos de bailarina clásica.
El peloteo constante nutre con percusión
unos blues innecesarios que ponen
melancólico el partido
que termina.
Veo a los gordos festejar
y me acuerdo de Pedro,
puro cerebro y grasa,
le decían ojota
porque no servía para ningún deporte.