Es un osito de mármol
no más grande que mi pulgar
pero me mira desde que era niña.
Está guardado en una cajita
junto a un perro de pasta
echado en el camino del pesebre.
Son mis juguetes,
restos de grandes manadas
que caminan por mis sueños.
Los tigres de actitudes sinuosas
murieron en formidables batallas
pero el osito resta,
sentado en sus patas traseras
todo blanco salvo sus ojos.
Cabe holgadamente en mi mano
y lo aprieto para calentarlo
pero el osito permanece igual y quieto
como cuando en la selva del jardín
aguardaba las otras bestias,
soñando con los témpanos lentos.
Igual que yo,
mirando las verdes vegetaciones de la vida
desde la cajita de tarjetas
que me contiene.