La trompeta me trae
a una soledad gozosa,
en la que soy niña y en que digo:
“Esto es mío” :
las hormigas,
los soldados de plomo,
el apetito inextinguible.
Allí nada es ajeno.
Pero este es el revés exacto
de mi vida
donde nada me pertenece
o es reiteradamente mío,
mezquino.
Mi mente y mi cuerpo
son las capitales exhaustas del orgullo.
Por eso la trompeta
de trae al único reino impenetrable,
el del asombro,
que inexplicablemente permanece.