Miro subir la luna llena
en el cielo malva de este otoño porteño
y siento que en la ciudad
los atardeceres tienen asimismo su belleza,
y abril trae las uvas del oeste
tan sensuales que es necesario morderlas,
romper su carne
como cuando pelamos los morrones asados
y el jugo nos cae por los dedos.
Estos frutos
y el andar por las calles
perdida perdida entre las gentes
sin que la comarca traiga
sus voces repetidas,
me permiten mirar con delicia las tardes
y compadecerme de las oficinas
donde muere la piel de las mujeres
y se embellecen
las corbatas de los hombres,
a medida que pasan los años.
Aquí o allá
la vida es ese fulgor
que se abre entre las nubes
y la persistencia pausada y aleve
de un dolor en el hombro derecho,
en todos los hombros.