EL ALMA DEL SUBURBIO

 


 
El gringo musicante ya desafina 
en la suave habanera provocadora, 
cuando se anuncia a voces, desde la esquina 
"el boletín -famoso- de última hora". 

Entre la algarabía del conventillo, 
esquivando empujones pasa ligero, 
pues trae noticias, uno que otro chiquillo 
divulgando las nuevas del pregonero. 

En medio de la rueda de los marchantes, 
el heraldo gangoso vende sus hojas... 
donde sangran los sueltos espeluznantes 
de las acostumbradas crónicas rojas. 

Las comadres del barrio, juntas, comentan 
y hacen filosofía sobre el destino... 
mientras los testarudos hombres intentan 
defender al amante que fue asesino. 
La cantina desborda de parroquianos, 
y como las trucadas van empezarse, 
la mugrienta baraja cruje en las manos 
que dejaron las copas que han de jugarse. 

Contestando las muchas insinuaciones 
de los del grupo, el héroe del homicidio 
de que fueron culpables las elecciones, 
narra sus aventuras en el presidio. 

En la calle, la buena gente derrocha 
sus guarangos decires más lisonjeros, 
porque al compás de un tango, que es "La Morocha" 
lucen ágiles cortes dos orilleros. 

La tísica de enfrente, que salió al ruido, 
tiene toda la dulce melancolía 
de aquel verso olvidado, pero querido, 
que un payador galante le cantó un día. 

La mujer del obrero, sucia y cansada, 
remendando la ropa de su muchacho, 
piensa, como otras veces, desconsolada, 
que tal vez el marido vendrá borracho. 

...Suenan las diez. No se oye ni un solo grito; 
se apagaron las velas en las bohardillas, 
y el barrio entero duerme como un bendito 
sin negras opresiones de pesadillas. 

Devuelven las oscuras calles desiertas 
el taconeo tardo de las paseantes; 
y dan la sinfonía de las alertas 
en su ronda obligada los vigilantes. 

Bohemios de rebeldes crías sarnosas, 
ladran algunos perros sus serenatas, 
que escuchan, tranquilas y desdeñosas, 
desde su inaccesible balcón las gatas. 

Soñoliento, con cara de taciturno 
cruzando lentamente los arrabales, 
allí va el gringo... ¡pobre Chopin nocturno 
de las costureritas sentimentales! 

¡Allá va el gringo! ¡Como bestia paciente 
que uncida a un viejo carro de la Harmonía 
arrastrase en silencio, pesadamente, 
el alma del suburbio, ruda y sombría!