ENTRADA EN EL DESIERTO

 

Dicen que en este lugar he vivido,

pero no reconozco ni personas ni casas,

que si alguna vez miré, se disiparon.

Paso junto a unas puertas y unos patios sin voces,

indescifrables, mudos,

como si los hubiesen dejado en un desierto.

Nada de lo que tuve me espera en este pueblo.

 

A quién preguntar por aquel árbol

y por aquel jilguero que cantaba

en la serena siesta, si no quedan recuerdos,

y las cosas existen y se afirman

en el pasado mutuo, cuando alguien las comparte

y no se derrumbaron con las almas.

 

Soy el desconocido, el forastero,

como siempre le ocurre a alguien que retorna

cuando ya se borró lo que fue suyo.

Sólo advierto - quimera y simulacro -

unas sombras ruidosas, unos rostros anónimos.

 

Quiero saber de aquella madreselva

que era agasajo y sueño de unas tapias

rojizas, vacilantes por el lado del río.

Nadie responde. Llegan los meses agradables

y es otra, sin embargo, esta delicia,

esta luz que en noviembre inspira al pájaro.

 

Regreso después de años, y me digo

que en los acuerdos íntimos se asienta

la realidad incógnita. No hay señales ni me ampara

esa querida  gente que acaso huyó con ella.

Ya no queda ninguna,

ni siquiera enemigos para exaltar el ánimo.

 

No encuentro el sauce pródigo que me obsequiaba sombra,

ni esa piedra pulida por el tiempo,

ni aquel grillo selvático que esperé muchas tardes.

Yo estaba y era en ellos. Me ayudaron

a cavar el abismo del futuro.

 

En las cosas me apago,

ya que, agónica y siempre, la versátil sustancia

vacila entre su fin y su principio

en vaivén que consume nuestros días.

Todos han muerto. Espejo sin imagen,

enfrento una penumbra despoblada.

 

 El pasado se adueña de la noche

y anda en el lastimado viento solo,

que al desvelar distancias

sufre un idioma de ladridos pobres.

No hay un alma. Lo extinto reaparece

cuando la vida calla, y se apacigua

para sentir más cerca los ausentes.

Busco una calle, piso unas baldosas,

donde mis lentos pasos no resuenan

y doy con unas casas ignoradas

sin poder recobrarme. Soy ahora el extraño

que ha perdido las huellas del tiempo aquí dejado.

Esperaba un jardín, y miro un páramo.

El mundo real se oculta. Aquí no hay nada.

 

 

 

  

(Inédito,  publicado en El Diario de Paraná, el 23-06-1976)